miércoles, 4 de noviembre de 2020

Nací en libertad… / por Antolín Castro publicadopor Juan Lamarca / Del toro al infinito


La libertad me permitía gustarme los toros
 y acompañar a 'El Inclusero' saliendo en hombros en 1965

Ahora, un montón de mamarrachos, ejerciendo de matones unos y de falsarios en la sombra otros, quieren abolir las aficiones, los gustos, la libertad de quienes elegimos lo que nos dio la real gana. Quieren abolir aquello que, a tantos, contados por millones, nos enseñó la esencia del enfrentamiento, también en libertad, de un hombre y un toro bravo. 

Nací en libertad…

Madrid, 3 de Noviembre de 2020
Me gusta el fútbol y los deportes en general, me gusta el cine y el teatro, me gusta la música y la lectura y, por supuesto, me gustan los toros.
Elegí mis propios gustos y de algunos de ellos me llegaron noticias en los genes, pero nadie me impuso nada, tampoco sentí muchas prohibiciones. En resumen, nací y crecí en libertad.
Cuando digo libertad lo digo en su sentido más amplio, nadie, ni siquiera mis padres, me impusieron nada. Volé a mi voluntad e hice mi camino andando, pisando el terreno, ni siquiera aprendí a montar en bicicleta, quizá porque jamás me la pude permitir, pero mis pies siempre estuvieron sobre la tierra.
Como digo, fui eligiendo mi camino y esos pasos me llevaron a la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, que es el pueblo donde nací. Primero lo hice acompañado hasta que, en cuanto tuve edad, pude hacerlo solito. No me bastó con ir a la monumental madrileña, pues cuando tuve un ídolo, llamado Gregorio Tébar ‘El Inclusero', supe apañármelas para llegar a muchas poblaciones donde toreaba. En aquellos movimientos se plasmaba perfectamente mi libertad.
Pero si El Inclusero fue el ídolo de mi juventud, se debe a que yo había elegido en libertad ser aficionado a los toros, a la fiesta brava y, por qué no decirlo sabiendo lo que les molesta, la que era y es, sin duda, la fiesta nacional.

Ahora, un montón de mamarrachos, ejerciendo de matones unos y de falsarios en la sombra otros, quieren abolir las aficiones, los gustos, la libertad de quienes elegimos lo que nos dio la real gana. Quieren abolir aquello que, a tantos, contados por millones, nos enseñó la esencia del enfrentamiento, también en libertad, de un hombre y un toro bravo. Esas raíces no son un seguimiento por un cantante de moda, son una adquisición: una forma de ser y de sentir.
Quizá sea eso, la forma de ser y sentir, lo que les impide comprender lo que nosotros amamos. Ayunos de sentimientos, ávidos solo de poder e imposición, nos quieren liberar al mismo tiempo que nos amordazan y nos dictan qué es lo que nos debe gustar, curiosamente coincide solamente con lo que les guste a ellos. A nadie queremos prohibir nosotros que les guste lucir una coleta o un moño, por muy adefesio que nos parezca, simplemente le dejamos y no pensamos imitarlo.
Nací en libertad… y no quiero que me despojen de ella, déjenme en paz. Con los toros… y mil cosas más, déjenme en paz. Si no me dejan en paz es que defienden la otra cara de la moneda, la guerra. Por defender la imposición se han perdido muchas guerras, por dejar vivir en paz, ninguna. Aplíquense el cuento.
Nací en libertad… y así quiero seguir viviendo. No manipulen ni maniobren con torticeras intenciones para despojar a millones de personas de aquello que decidieron en libertad. Seamos cinco o veinte millones, el respeto ha de ser el mismo. Si es por veinte millones, ha de serlo además por ser una gran mayoría, pero si fuera por solo cuatro mil también, y con más motivo, habría que respetarles por representar a unas minorías.
Esto, finalmente, es una cuestión de libertad, esa que tanto les duele a quienes de ella hacen la lectura más partidista, sectaria e interesada. Nací en libertad… y sepan que pienso esforzarme por seguir viviendo en ella.

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