domingo, 2 de agosto de 2020

MANO A MANO CELESTIAL Por Víctor José López

La plaza del Calicanto, en 1933, 

cuando nació el Quemao

 

A Luis Pérez Oramas

que siente los toros,

 y también el beisbol.

 

Entre los personajes más auténticos que he conocido en la tauromaquia venezolana está Manuelote, pilar de la afición que por años sostuvo el techo del toreo en Venezuela.


 Manuelote forjó en César Girón la parte que no pudo la fragua de su primo Pedro Pineda.

 Pineda la técnica, Manuelote el espíritu.

 Los dos arquitectos del genial torero.


El nombre de Manuel González estaba escrito en letras de Olivetti en el renglón del apellido en la Cédula de Identidad, pero se llamaba de verdad Manuelote.


 Fue Manuelote archivero de los más entrañables recuerdos aragüeños. El polvo de aquellos caminos de las mudanzas del viejo Girón, y los pisos con el talco que su hermana regaba por la loza del piso “pá que resbalen las alpargatas”. Se escondía como esconde la niebla mañanera los cañaverales de Aragua “para que no supieran de su bondad”.


Si no, pregúntenle a Rafael Girón, cuando antes de marcharse le dio su peseta de dos bolívares.


Manuelote murió allá en Maracay, me lo contó Ulises. Murió envuelto en el silencio de la “música callada del toreo”. Es que aquel hombrón con voz de sentencia que dedo en ristre recordaba que “fue Chucho Solórzano el que estuvo bien aquella temporada de Manolete y Arruza”, no se casaba con nadie e igual recordaba el valor de “Carnicerito de México” como hacía referencia de los vómitos de Eleazar (Sananes) la temporada inaugural del años 33. 

Saltaba en el relato con la misma exactitud y el mismo entusiasmo del rolling con el que se embasó Pajita Rodríguez o el realito que se metían en la oreja para bailar un set con la Casino de la Playa en el Mabil de Maracay.

Su casa, como me la mostró aquella mañana junto a Alberto Ramírez Avendaño cuando preparaba Fragua de Toreros era un desordenado archivo de las cosas de la vida.

Y meciendo su gran volumen me contó cómo “El Quemao” entró, sin saludar, en su casa aquella mañana del 20 de octubre del 71, “…se metió hasta allá, aquel cuarto de atrás. No dijo nada. Allá se quedó un ratote. Después se fue. Yo dije, El Quemao tiene algo, algo que no es bueno. Y no lo vi más”.


Ahora Manuelote verá al Quemao, y también a Pineda, A lo mejor a Manolete y a Arruza en mano a mano celestial.

2 comentarios:

  1. Dios, qué bello, maestro. Muchas gracias.

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  2. Qué belleza de texto maestro Vito. Lo leo tarde -como siempre- es decir: "cuando apagan" como decía Paul Morand que llegaba a las fiestas de Venecia. Y me conmueve la dedicatoria por hijo de maracayero, por aprendiz de aficionado, por haber estado niño en la casa de Cristina Gomez y ver por allí deambulando a Rafael Girón, por los mantones de Manila de mi abuela Hortensia Olivares de Pérez, por las canciones de Manuel Enrique y la oratoria ecendida de su hermano José Antonio Pérez Diáz, de quien también aprendí el toreo, por la tauromaquia infinita que nos une. Mil gracias maestro. Conmovido aquí el día de tu cumpleaños, soñando indultos y homerones infinitos!

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