sábado, 22 de agosto de 2020

LA TRAGEDIA SE CRUZA EN EL CAMINO Por Víctor José López EL VITO ) Fue en México ... (2)

  


En El Toreo de La Condesa, enero de 1943, Silverio, Armilita y Antonio Velasquez con toros de don Eduardo Iturbide en el estreno de la divisa de Pastejé. Tarde histórica, como pocas. 

Por la noche, ya en casa de Antonio Velásquez en Mariano Escobedo, acordé con el fotógrafo Carlos González ir a La Purísima, el rancho que “Cantinflas” poseía cerca de Toluca en el Estado de México donde tenía si ganadería. Antes debíamos contactar a Mario Moreno, porque sin su autorización nada haríamos.

Mientras localizábamos a “Cantinflas” viví un poco ese mundo desconocido que es México taurino. Un México sellado en la pasión por Manuel Benítez, “El Cordobés”, era el México que vivía la fulgurante etapa del cordobesismo como eje sobre el que se movía su temporada. Todo giraba alrededor del monstruo de las taquillas, y la mayoría de los espadas se puso a las ordenes de las apetencias y exigencias de Manuel Benítez El Cordobés. Toros, fechas, plazas, todo era organizado por DEMSA, la gran empresa que regentaba Ángel Vázquez, un cubano, aficionado al béisbol que manejaba los intereses del  Diablos Rojos de México, con sede en el parque del Seguro Social, y que más tarde en su vida ocuparía un puesto muy importante en la organización del equipo de las grandes ligas Marlins de Florida.

Antonio Velásquez protestba con acalorados argumentos que “el cubano” había despersonalizado la fiesta de los toros en México, poniendo al servicio de la gran empresa a los espadas profesionales, como si se tratara de funcionarios públicos 

-No puede ser, se quejaba Velásquez, no sabes cuándo ni dónde ni con quien toreas; por protestarlo es que estoy vetado. Manifiesto mi disgusto por considerar la situación absurda. Siento lástima por los compañeros que aceptan estas condiciones ya que serán ellos los que acabarán con la fiesta de los toros en México. Por lo menos con la jerarquía que deben tener los matadores de toros…

- Lamentablemente muchos compañeros, -continuaba Antonio su relato, -son incondicionales de Angel Vázquez. Hace mucho que no toreo. DEMSA me ha vetado. Quisiera hacer una campaña de despedida de los ruedos. Ese fue el principal motivo por el que acepté torear el festival en Caracas, para buscar respiro por otras latitudes y retirarme de los ruedos con dignidad, no quitado por un empresario de béisbol.

Se refería Velásquez al festival taurino que toreó en el Nuevo Circo de Caracas, el mismo día que llegó el hombre a la luna. Un torero Toño Velasquez con un historial y una vida apasionantes, desde  que nació en León Guanajuato donde se apuesta la vida y se respeta al que gana, donde la vida no vale nada, Velásquez se inició como becerrista cuando apenas contaba trece años de edad.

Contribuía al escaso patrimonio de la familia con el dinero que ganaba en sus labores de aprendiz de talabartero y ayudante de zapatero. En León, su tierra , famosa por la elaboración del calzado, pocas oportunidades vio Antonio Velásquez como becerrista. Cambió el rumbo poniendo de lado su meta de hacerse matador de toros y se hizo, junto a Pascual Navarro “Pascualet”, subalterno en las cuadrillas de los hermanos Núñez. Toreros y novilleros de poca monta. Hasta que un día llegó a la cuadrilla de Luis Castro “El Soldado”.

“El Soldado” era una figura del toreo  en México,  que hizo de Madrid su trinchera llenando  de  anécdotas la historia del toreo junto a su más enconado rival, Lorenzo Garza. Hablamos de finales de la temporada del 41, y aunque era uno de los mejores prospectos de la torería subalterna, lo que le daba a Toño mucha categoría, no había perido las ganas de ser el jefe de la cuadrilla.

 –Así que un día, me contaba Velásquez -, después de una comida, reunidos con “El Soldado” en una fonda los miembros de su cuadrilla le dije de plano que me iba, que quería ser novillero. Luis no lo entendió y me llenó de improperios. Recordó que de malagradecidos está lleno el mundo y que yo ya vería lo infeliz que iba a ser. Me echó del comedor. No comprendía, no quiso entender mi ambición. Todo lo que yo quería era ser matador de toros, o por lo menos intentarlo.

No fue fácil mi breve carrera de novillero. José Pérez Gómez “Niti”, un banderillero, que había sido miembro de la cuadrilla de Juan Belmonte se encargó de mi representación en la brevísima campaña que apenas llegó a ocho novilladas.

-Tenía ambición por llegar a ser alguien en la fiesta, aunque la verdad más cruda era que en mi casa faltaba todo; y, de novillero en vez de agregar, le quitaba al plato en vez de agregarle.

- No lo medité mucho, le dije a mi apoderado que me buscara la alternativa.

– Lo que se atraviesa es un cartelazo en el viejo “El Toreo” de La Condesa, la plaza donde murió Alberto Balderas, ídolo de multitudes e inspiración para muchos toreros mexicanos. En el cartel de mi alternativa dos colosos mexicanos, Fermín Espinosa “Armillita Chico” y Silverio Pérez y la presentación de Pastejé como ganadería de cartel.

Antonio Algara, aficionado de atrevidas ideas, osado empresario y hombre de holgada situación económica, trajo en 1939 cinco sementales andaluces de las dehesas de doña Carmen de Federico. La idea de importar los cinco toros de Murube, fue para que padrearan en la ganadería de don Eduardo Iturbide, descendiente del general Iturbide, un terrateniente, estadista y militar realista michoacano, que combatió contra los Insurgentes y defendió la causa de la Corona de España. Fue don Agustín de Iturbide anticonstitucionalista, y se opuso a la Constitución de 1812. Combatió como Jefe de las Fuerzas Armadas de la Monarquía; aunque más tarde fue uno de los firmantes del famoso Plan de Iguala, donde se proclamó la Independencia de México. En el Plan de Iguala el Estado mantenía nexos profundos con la Iglesia, y con la Casa Real de los borbones. La filiación monárquica del General Iturbide, confesa in extremis, le hicieron aspirar a una corona mexicana, a la que ascendió en 1822, tras la insurrección de Celaya. Se consagró como Agustín I. Al año de su imperio, Agustín I fue obligado a abdicar, por la fuerza de una conspiración que dirigió el general Santa Anna. Iturbide fue expulsado a Europa, regresó a México para continuar la lucha, y fue hecho preso y fusilado por traición a la patria en 1824 por orden del Congreso Constitucionalista. El general Iturbide era ascendiente directo del ganadero de Pastejé, quien en más de una ocasión manifestó su filiación monárquica y su nada velado deseo de poder llegar a ser Rey de México.

Los nombres de aquellos cinco magníficos ejemplares importados de España por Tono Algara para don Eduardo fueron: “Barquillero”, “Tanganito”, “Observador”, “Holgazán” y “Perfumado”. “Tanganito” fue el padre de los célebres “”Tanguito”” y “”Clarinero””, los dos toros más famosos de Patejé.

Para desgracia de Antonio Velásquez, la corrida salió brava.

“Clarinero”, un toro de bandera, le correspondió Armillita y le cortó una oreja; Silverio enloqueció a la multitud con el bondadoso “Tanguito”. Dicen que fue la mejor tarde de Fermín Espinosa en “El Toreo”; y la faena de Silverio, la más aclamada de todas las realizadas ante el público de México que le amó con fervor y locura.

“Andaluz”, fue un toro bravísimo, para desgracia de Antonio Velásquez. Uno de esos toros que conceden pocas oportunidades para el lucimiento en manos de los bisoños. Auténtica fiera.

El escándalo de Silverio fue grande, tanto que en El Taquito, restaurante muy taurino propiedad de los hermanos Guillén en el popular barrio de El Carmen, terminó la gente echando por la ventana los platos y bandejas de la vajilla. Agustín Lara se inspiró en la gran labor del Compadre y compuso su famoso pasodoble Silverio. “Tanguito” fue indultado, y algunos de sus hijos vinieron a Venezuela y hasta padrearon en la ganadería de Guayabita, cuando la vacada que fundaron los hermanos Gómez Núñez estaba en Turmero. Como verán, Antonio Velásquez quedó convertido en lo que él mismo llamaba “un sandwich” en medio de la apoteosis taurina de Armillita, el más completo de los toreros mexicanos, y de Silverio, el más querido. Era como decir debut y despedida. Prácticamente la carrera de Antonio Velásquez había concluido. Ninguna oportunidad se le presentaba y decidió marcharse a Sur América. Toreó en Colombia y se fue luego a Ecuador. En Quito era tal su desesperación que vendió los avíos, hasta actuó de banderillero para poder comer.

Sin haber logrado ni resuelto nada, volvió a México. Una que otra tarde actuaba en plazas de pueblos, levantadas en las tierras del sur mexicano. Hasta que…

-Aquel día como todos los días me fui temprano por la mañana a entrenar - Inició Velásquez la narración de aquel capítulo trascendental de su vida. –Mi compañero de entrenamiento era Arturo Alvarez “El Vizcaíno”. Arturo era algo bizquillo, y por eso le apodábamos el “vizcaíno”, no porque fuera de Vizcaya.

– Entrenábamos en la plaza de “El Toreo”, y aquel día anunciaban La Corrida de la Oreja de Oro, con Joaquín Rodríguez Cagancho, Antonio Bienvenida, Pepe Luis Vázquez, David Liceaga, Luis Castro “”El Soldado” y Luis Procuna… Don Joaquín Guerra, que era el empresario de “El Toreo”, se enteró de un percance sufrido por David Liceaga, el mismo día de la Corrida del Estoque de Oro y, por no tener a la mano un torero para sustituir a Liceaga, salió de su oficina hacia la plaza, a buscar un sustituto para Liceaga, “donde le habían dicho que había unos toreros entrenando.”

– Don Joaquín nos dijo a El Vizcaíno y a mí que había un puesto en el cartel de la Corrida de la Oreja de Oro, que se celebraría ese mismo día. Nos preguntó que si queríamos nos echáramos un volado para ver quién tenía la suerte de coger la sustitución.

Echó la moneda al aire.

– La moneda, en su misión de marcar el destino, pegó de una viga de hierro que sostenía el tendido y cayó frente a mí. Cayó Águila. Estaba en el cartel… Cagancho pegó un mitin. “”El Soldado” estuvo dominador,  Pepe Luis Vázquez un desastre  y Bienvenida desaprovechó el mejor toro de la noche. Procuna cumplió. Me tocó un toro de Torreón de Cañas de nombre “Cortesano”… Sabía que esa noche, junto a esas figuras, me lo jugaba todo. Mentiría si narro los hechos de aquella faena. Sentí que algo superior a mis fuerzas se metió muy dentro de mi pecho. Algo que me elevaba en un maravilloso éxtasis. Todo lo que hacía, salía bien. La gente estaba loca conmigo. Luego de matar de una estocada, me subieron al tendido y me pasearon de un lado al otro. De la barrera a sol a sombra, por todo el graderío, hasta muy tarde en la noche…. En casa me esperaba mi esposa, Rosario de la Osa. Vivíamos en un departamentito, muy chico, alquilado. Un corralito que teníamos para Antonio, mi hijo mayor, ocupaba casi todo el espacio del departamento. Fui con el periodista Cutberto Pérez, de Ovaciones, a darle la buena nueva a mi mujer y al llegar le entregué a Toñito el rabo que había cortado en la plaza, para que jugara con él. Cutberto me recriminó, me preguntó que cómo le entregaba tan preciado trofeo a un niño para jugar, que si no tenía algún significado ese premio.

–Mire don Cutberto, si no soy capaz de cortar otro rabo como éste, mejor me quito de torero”… Ese trofeo tenía que ser sólo una anécdota en mi vida. Otros logros más importantes tenían que venir, y vinieron; pero, la verdad es que ese rabo de la Oreja de Oro al toro “Cortesano” de Torreón de Cañas, fue el más importante de mi vida.

Velásquez aseguraba que le había cambiado totalmente su existencia, la razón de su vida, sus relaciones con la humanidad.

Plaza de Las Ventas, Antonio Velasquez entre Pepin Martín Vazquez y Manuel Álvarez "Andaluz", ya toda una figura del toreo reconocido en España.  

–La faena de Cortesano de Torreón de Cañas me hizo figura del toreo, aquella noche del 28 de febrero de 1945.

-Todo un compendio de aprendizaje entre el 31 de enero de 1943, la tarde de mi alternativa con Andaluz de Pastejé, y la noche del 28 de febrero de 1945, la de mi éxito con “Cortesano” de Torreón de Cañas.

La mañana del miércoles 15 de octubre de 1969, muy temprano, Guadalupe y Rafael Velásquez fueron por mí en el coche Datsun del matador. Compartimos el desayuno en la cafetería La Blanca en la calle de Cinco de Mayo frente al Hotel Gillow, donde sirven unos tazones grandísimos de café y se podía usted comer todo el pan dulce que le apeteciera por un precio muy módico. En México el pan dulce es muy popular y su variedad es muy extensa. Casi infinita. Junto al tazón de café con leche una bandeja inmensa con cuernitos, conchas, chilindrinas, la sabrosa gama de panes para mojar en el café. Después del desayuno, y antes de ir al frontón en casa del doctor Hoyo Montes, Antonio Velásquez me propuso ir al Tepeyac, que es el sitio en Ciudad de México donde está la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Adorada patrona de México. Me gustó la idea y fuimos hasta la gran Basílica. Allí se guarda, en un altar, el manto en la que está impresa la imagen de la Virgen Morena. El manto del indio Juan Diego, cuando se le apareció la Virgen de Guadalupe y lo llenó de flores silvestres. Juan Diego descargó los pétalos de la tela y apareció la Guadalupe en el paño del indio. Velásquez me dijo que no me acompañaría a ver la imagen de la Guadalupe, dentro de la Basílica, porque ella, la Virgen Morena, “no ha sido buena conmigo”. Me relataba Antonio, camino al frontón del doctor Hoyo Montes, que cuando la horrible cornada del toro “Escultor” de Zacatepec, que le había pedido mucho a la Guadalupe.

–Fíjate, me decía, igual sucedía cada vez que le pedía antes de una corrida. Siempre venía la cornada. No tengo nada contra ella, pero ella parece que sí tiene algo en contra mía.

Al llegar al frontón encontramos a Chucho Arroyo, quien ha sido aficionado práctico, apderado de toreros y empresario. Chucho en sus días de aficionado práctico se iba a los pueblos, toreaba en plazas donde no había enfermerías y lidiaba toros cuajados y en puntas. Estaba en perfectas condiciones físicas, tal y como si fuera un profesional, porque lo que más le gustaba en la vida era torear. Torero, valiente y decidido. Chucho Arroyo es propuetario a las afueras de Ciudad de México un gran restaurante. Se especializa en comida mexicana. En la barbacoa y perniles de carnero, elaborados envueltos en hojas de maguey y cocinados bajo tierra. Se les extrae un rico caldo, muy reconfortante. La carne de la pierna del carnero queda muy suave, con un sabor estupendo. Además se disfruta de un espectáculo musical muy mexicano que presentaba al Chema, un norteño, fanático del club de fútbol América, el equipo más popular de los equipos de México. El Restaurante Arroyo, así se llama el restaurante de Chucho, cuenta con muchos locales, casi todos taurinos que alquila para ocasiones especiales. En este restaurante se citan personalidades de la fiesta, de la política y de la farándula, y es un lugar de obligada visita para cualquier personalidad que vaya a la Ciudad de los Palacios.

También estaba en el frontón de Hoyo Montes, raqueta en mano, el matador Antonio Toscano. Toscano actuó en Caracas, en el Nuevo Circo, con bastante éxito. Toscano se casó en Sevilla con una hermana de Manolito González y, sin llegar a ser figura del toreo, fue un profesional de gran calidad que mereció un lugar más destacado en la historia de la fiesta.

Al momento de llegar nosotros al frontón, llegó el novillero venezolano Pepe Benavides en compañía de su apoderado. “El Güero Pollero”. Pepe hacía dura campaña por tierras de México. Se había presentado en la Monumental y mucho se comentaban sus alardes valerosos. Benavides llegó a actuar como fakir en la provincia mexicana, para poder ganarse el sustento, y veía el cielo abierto con la ayuda decidida de El Pollero, un señor que criaba pollos en cantidades industriales y que tenía mucho dinero.

Luis Castro “”El Soldado” llegó a los pocos minutos. Venía a jugar, pero naipes. El legendario maestro no estaba para los agites de la cancha. Gracioso, mal hablado, leyenda viviente que se ganó un puesto en la historia grande de la fiesta porque de novillero, en franca rivalidad con Lorenzo Garza, llenó de gloria la vieja Plaza de la Carretera de Aragón de Madrid cuando los dos novilleros mexicanos se hicieron los amos y los consentidos de la afición de la capital de España. Lorenzo Garza y Luis Castro “El Soldado” cortaron rabos en Madrid y fueron figuras antes de la Guerra Civil Española. En México pertenecieron a la añorada Edad de Oro y en Venezuela brindaron tardes de triunfos resonantes. Pero sobre todas las epopeyas escritas por Luis Castro, estaba su personalidad.

Había conocido al maestro en Caracas, cuando conocí a Velásquez y a Teófilo Gómez que habían ido a Venezuela a torear un festival que organizó Pablo Ruiz Lambas en el Nuevo Circo. Aquella tarde que se realizó el festival en Caracas, fue el día que llegó el hombre a la luna. La hazaña espacial se transmitió por televisión y tuvo récord de sintonía. La ruina fue para los organizadores del festival. También actuaron Pepe Luis Vásquez, mexicano, y el buen aficionado práctico Raúl Izquierdo. Raúl ha sido, desde entonces, un amigo entrañable al que me une una relación de compadrazgo. Mi compadre mexicano.

Con el grupo de “El Soldado”, Toscano, El Güero Pollero, Benavides, Antonio y Rafael Velázquez transcurrió la mañana en el frontón del doctor Hoyo Montes.

Al comenzar la tarde fuimos a casa de Antonio en Mariano Escobedo. Prepararía el propio maestro una pierna de venado, e invitaría a la reunión, además de los que estábamos presentes, al crítico taurino del diario   Ovaciones, Cutberto Pérez.

Antes de ir a casa de Velásquez, visitamos el diario   Esto, donde trabaja Francisco Lazo. A Pancho le conocí aquella tarde. Me pareció muy abierto a la plática, enteradísimo  de la política taurina, y con ideas muy claras de qué quería, desde la tribuna que manejaba. Fue muy generoso con su tiempo y conversamos largamente de la situación taurina venezolana. No olvidaré jamás que insistía mucho en que Venezuela debía hacer su propia afición, pero en base a sus toros y a sus toreros que con el paso de los años el tiempo le ha dado la razón. Hoy apenas existe la fiesta en Venezuela, y la afición de limita a chats en el whatsup y remrembranzas de hazañas en otras latitudes.

–Mientras Venezuela dependa –decía con marcado énfasis–, de las empresas españolas y de los toreros españoles, de los toros mexicanos  no tendrá sostén seguro el espectáculo taurino en Venezuela. Sé que es difícil en un país que no tiene ganaderías, ni escuelas taurinas y que apenas ahora comienza a tener temporada de novilladas, es muy difícil hacer toreros. Pero si no los forma no tendrá la pasión de los tendidos que respalden a la fiesta.

Al paso de los años las palabras de Pancho Lazo, muy criticado por sus posiciones de nacionalismo extremo, cobran más fuerza. En Venezuela tenemos muchas ganaderías ahora, pero en 1969 apenas había dos o tres que no podían dar la cara ni en novilladas. Todo el ganado para las corridas de toros se importaba, principalmente de México, y para las novilladas de Colombia. Gregorio Quijano presentaba en Caracas una gran temporada y de ella se vislumbraban toreros de calidad que podrían relevar a los que funcionaban en aquella época. Hoy día, con más ganadería no se dan novilladas y las empresas dependen del atractivo que pueda tener la torería española, porque a pesar de que contamos con buenos toreros, que sólo necesitan oportunidades más seguidas con el fin de adquirir oficio ante los difíciles toros nacionales, las empresas continúan dependiendo en los hilos de la voluntad de la torería española.

Con Cutberto Pérez y Carlos Málaga “El Sol” nos reunimos en casa de Velásquez la tarde del miércoles 15 de octubre de 1969. Fue también “El Güero Pollero”; “”El Soldado” había quedado en ir más tarde. Los otros matadores tenían diversos compromisos. Nos reunimos con doña Rosario de la Osa, la esposa de Velásquez, de nacionalidad cubana. Con ella su madre, la suegra del matador, también cubana.

Comimos la pierna de venado y la charla de sobremesa fue muy animada. Antonio se comunicó con Rafael Rodríguez y le propuso al “Volcán de Aguascalientes” hacer algunos tentaderos en los que participarían sus hijos. –Vamos Víctor, me dijo, verás qué agradable es Rafael. Podríamos ir a cazar venados; y a pescar…

Nos invitó a que subiéramos a la terraza, donde tenía un pequeño taller para fabricar piezas, anzuelos, reparar armas de fuego, recargar cartuchos …

–Aquí paso buena parte del tiempo ocioso, narraba Velásquez, mientras mostraba un pequeño torno y una caja de herramientas. Nos describió cómo había mejorado la recámara de algunos rifles, y sus ideas para elaborar sus propios anzuelos y cañas de pescar… Es que si no toreo me muero, y como DEMSA me ha vetado por la política de Angel Vázquez, en la que pretende tenernos a todos como si fuéramos funcionarios, los nervios me están matando. La caza, la pesca, el arreglar mis cosas acá en la casa, ir al frontón, es lo que me ha distraído.

Velásquez le contaba a Carlos Málaga lo duro que fueron sus inicios, porque “El Sol”, con el brazo derecho escayolado, se quejaba de su mala suerte.

–Fíjese matador, comencé desde muy abajo. El día de la alternativa me borraron, y sin embargo soy un hombre rico. Todo me lo ha dado el toro… Diciendo esto, Velásquez se separó en compañía de Carlos Málaga “El Sol”, al que tomó del brazo, hacia el borde de la cornisa de la terraza. Era la intención de Antonio, mostrarle a “El Sol” sus propiedades, todo lo que tenía, las cosas materiales que le había dado el toro.

…No sé cómo, pero pisó en falso y cayó al vacío. Cayó a una altura no mayor de seis metros, con tan mala fortuna que la bota del pantalón se le enganchó a la parte superior de una letra de un anuncio de un restaurante que estaba en la primera planta de la casa de habitación de Velásquez. “Sherezade”, era el nombre del negocio, ubicado en la calle de Mariano Escobedo. Antonio Velásquez se mató en el acto. El frontal se le destrozó al golpear con la acera. Carlos Málaga “El Sol”, aterrorizado, corrió hacia donde estábamos “El Güero Pollero” y yo, que éramos los únicos que quedábamos de la reunión. Gritaba como loco

–¡Se cayó el matador, se cayó!…

No entendíamos al principio; pero, al darnos cuenta de lo ocurrido, corrimos escaleras abajo hacia la casa y luego a la calle. Creíamos que la alarma de Carlos se debía a que Antonio tendría algún hueso roto. Un brazo o una pierna fracturados, pero nunca pensamos que había muerto. El Panteón Francés de la Ciudad de México guarda los restos mortales de este valiente, a quien le apodaron “El león de León” por su arrojo sin par. México le lloró sin consuelo, y así lo demostró en titulares de prensa y en el interminable desfile de figuras , prohombres de la política y de las finanzas, artistas, que no dejaron de hacer guardia y custodia de día y de noche frente al féretro que contenía el cuerpo cosido a cornadas del gran torero.

Tuve que ir a declarar a la policía. Era lógico, el accidente había ocurrido con pocos testigos. Nunca estaré suficientemente agradecido a Chucho Arroyo, quien intervino con gran diligencia en las averiguaciones que hizo la policía mexicana y dio fe de que me conocía con amplitud. Chucho Arroyo siempre ha sido una persona de grandes relaciones e influencias en México y su posición de gran jerarquía nunca le ha impedido tener un gran corazón, abierto para la amistad, generoso y amplio con todos. Chucho fue uno de los mejores amigos de Velásquez. Hoy en su mundialmente famoso restaurante recuerda al leonés al nombrar la plaza de toros del Restaurante Arroyo, “Antonio Velásquez”. Esta plaza ha sido cuna de grandes toreros mexicanos. Allí se celebran corridas de toros, novilladas y festivales. He tenido el honor de participar en algunos festivales, como aficionado práctico, muchas oportunidades. En la plaza de Arroyo se realiza una actividad muy positiva, que sólo tiene el propósito de propagar la fiesta de los toros y rendirle un homenaje permanente, al gran torero guanajuatense que en vida fuera entrañable amigo de Chucho Arroyo. En la actualidad su hijo Pepe Arroyo organiza temporadas de novilladas, transmitidas por el Sistema de Cablevisión, a la Ciudad de México. El restaurante Arroyo siempre está en efervescente actividad en pro de la fiesta de los toros. Nunca olvidaré el detalle de Chucho, como tampoco tendré cómo pagarle el afán de sus diligencias aquella horrorosa noche de la muerte de Antonio Velásquez. Horrible porque los que conocíamos a Antonio llegamos a creer que era inmortal. Un hombre que tenía 29 cornadas en el cuerpo y al que los santos óleos le eran tan familiares, como las plegarias de su mujer. Era como si hubiera nacido para nunca morirse… Y fíjese usted por dónde viene la muerte, por el camino más absurdo de un accidente estúpido en el que jamás se vislumbró el peligro.

 

 

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