Solo faltan los Beatles
Manuel Benítez “El Cordobés” la noche del funeral de Antonio Velasquez hizo acto de presencia en la funeraria Gayoso en compañía de Paco Ruiz. Ángela Hernández, matador de toros, nos presentó. Manolo vivía los días estelares de su carrera. Era en México una especie de dios al que la afición idolatraba.
Más interesaban las noticias que generaba El Cordobés que lo que ocurría en la política que se calentaba por aquellas fechas cuando se destapó “el tapado”. Es decir, en la jerga polícita mexicana, cuando se supo quien iba a ser el candidato presidencial de el PRI, (Partido Revolucionario Institucionalista) para las elecciones.
Las riendas del poder político absoluto, desde la culminación del capítulo de la Revolución Mexicana las gobernaban desde el PRI que anunció de manera oficial que su candidato para el próximo sexenio sería el licenciado Luis Echeverría, que sustituiría al licenciado Gustavo Díaz Ordaz.
Díaz Ordaz también estuvo en la funeraria Gayoso para darle el pésame a la familia de Velásquez. “El Muelón” o “El Dientón”, como los mexicanos distinguían a su presidente había perdido mucha de su popularidad a raíz de los lamentables y trascendentales sucesos de Tlatelolco en 1968, cuando las Fuerzas Armadas de México reprimieron las protestas estudiantiles asesinando universitarios y gente del pueblo en la Plaza de Tlatelolco. Además el Presidente Gustavo Díaz Ordáz vivía un ruidoso affaire con Irma Serrano “La tigresa”, una vedette pintarrajeada en exceso, de pestañas postizas grandísimas, descotes descomunales, chorros cirujías estéticas que le daban perfil de quirófano a sus facciones y que, a diario, aparecía en las páginas de los diarios más escondalosos en actitudes provocativas, diciendo cosas con mucho desenfado, que caían muy mal a los ciudadanos más tradicionalistas y menos obedientes a los designios partidistas, que contrastaban con lo que se le exigía a un Presidente de la República. Díaz Ordáz con pinta de chupatintas, poco agraciado y de mucha boca, que tuvo notoria y ruidosa llegada a la Funeraria Eusebio Gayoso. El barullo a su alrededor, con todo y el culto a la personalidad que existe en México, no se comparó al alboroto que despertó la visita de Manuel Benítez, y mucho menos a la de Lorenzo Garza.
El maestro de Monterrey fue a la Gayoso rigurosamente vestido de negro. Camisa blanca, muy almidonada. Cerrado el cuello sin corbata. De la mano derecha, tomado con la punta de los dedos índice, medio y pulgar, un sombrero que si no era de ala ancha lo parecía. Botas de caña baja y su andar como si se partiera plaza. Cabellera blanca y un puro entre los apretados labios de una boca que no se sabía si sonreía o burlaba… Por ojos dos ojales, escrutadores, a su paso, de los rostros asombrados, admirados, que le admiraban… Andrés Blando, Luis Briones, César Faraco, todos estaban allí para decirle adiós a Toño Velásquez, antes que la tierra mexicana cubriera el féretro.
Conversábamos con Fermín Rivera, el gran torero de San Luis Potosí cuando llegó otro de los dioses del olimpo mexicano: Mario Moreno “”Cantinflas”. Fotógrafos y periodistas le rodearon de inmediato e hicieron un círculo impenetrable alrededor suyo. Don Mario, que es la manera de cómo se dirigían al famoso cómico sus allegados, con lentes oscuros de fino carey, pelo teñido de un castaño retinto, contrastante con su estirada piel olivácea, vestía un tweed de costosa apariencia. No se sabía quién era quién a su vera, por ello solicité del amable maestro Fermín Rivera me ayudara a llegar hasta el personaje central, que había construido a su rededor un infranqueable bunker humano. –Siempre y cuando en el reportaje no se mencione a “Cantinflas”. ¿De acuerdo?, el trabajo debe ser sobre la ganadería de los hermanos Moreno Reyes, y usted debe estar a las dos de la tarde, en punto, de mañana en la finca, que es cuando vamos a embarcar los toros que se van a lidiar en Venezuela.
Eso significaba que no estaría presente a la hora de las exequias de Velásquez, que se habían retrasado para darle oportunidad de llegar, para que acompañara al féretro a su hijo José Luis que se encontraba en Valencia, Venezuela en casa de Oswaldo Michelena, ganadero y empresario venezolano, cuando ocurrió la desgracia.
Cerca de la una de la tarde llegué a Ixtlahuaca, caserío vecino a Toluca, cercano a las tierras y bienhechurías de La Purísima, el rancho de Cantinflas. La casa es amplia, grata y feresca, abarrotada de azulejos en su decoración. Llegamos en compañía de Carlos Málaga y de Carlitos González el gran fotógrafo de los toros de México. Fuimos en un pequeño taxi alquilado. Al llegar encontramos al hermano de “Cantinflas” y a los señores Abraham Ortega y Angel Procuna. Procuna representaba a Manolo Chopera en México, y Abraham, que había hecho el contrato con Sebastián González, se encontraban en la cocina de la casa de La Purísima. Un sitio hermoso, donde varias mujeres preparaban tortillas y guisos para cuando llegara don Mario. Aproveché para conocer la casa. Me acompañó Abraham Ortega quien tenía buenos negocios con las empresas venezolanas, porque entre otras actividades representaba la famosa ganadería de don Reyes Huerta Velasco. En realidad Ortega era el hombre de confianza de don Reyes, y participaba en la ganadería, más como ganadero que como hombre de negocios. El gran momento que vivió la vacada poblana y que Venezuela disfrutó de sus muy importantes triunfos fueron los días de Abraham Ortega un taurino que admiré por sus conocimientos y del toro bravo y de la gente del toro. Al paso del tiempo me unió a Abraham Ortega una muy sincera y entrañable amistad. Hoy la ganadería de Reyes Huerta ha vuelto a vivir momentos importantes, con sus encastados y bravos astados. La conduce el joven Pepe Huerta, hijo de Reyes Huerta Velazco y alumno del recordado Abraham.
La casa de La Purísima como les digo es amplia. En su patio interior lleno de flores y detalles hermosos. En uno de sus jardines, un bronce gigantesco de un toro de lidia y desde la pequeña colina donde está ubicada la casa se divisa una bellísima capilla y la escuela para los hijos de la peonada. Ha sido especial el interés de Mario Moreno que los hijos de sus empleados se eduquen bien. En las áreas sociales de la casa hay un amplio comedor con una mesa de nogal larguísima, rodeada por más de cuarenta sillas. Cada silla es distinta a la otra. Han sido regalos de jefes de estado a “Cantinflas”. Las hay obsequios del general Francisco Franco, los presidentes Franklin Delano Roosevelt, Dwight Eisenhower, Harry Truman, y Juan Domingo Perón y una del presidente venezolano Rómulo Betancourt.
En el gran salón, que remata un ventanal precioso reúne Mario Moreno una curiosa colección de óleos del gran pintor Pancho Flores. Cada uno de estos cuadros es de un retrato de un matador de toros mexicano.
“Cantinflas”, como la gran mayoría de los artistas urbanos, nació en La Carpa México. La Carpa es eso, una carpa como las carpas de los circos donde representaban sainetes y obras de menor catadura comercial pero de profundo mensaje en su trama popular. Es su argumento, casi todo improvisado, la representación de la vida en el barrio y de lo cotidiano en la gran ciudad. Entender la carpa es comprender México.
Mario Moreno luego de trabajar en La Carpa, remataba su diaria jornada artística en una cantina vecina. Un borracho, uno de los consecuentes a las funciones de La Carpa, se metía mucho con Mario Moreno y le gritaba “… ¡En la cantina te inflas!”; lo que con la trabazón de la lengua que le producían el mezcal sonaba como ¡… “Cantinflas”… Allí nació el apodo, el nombre de cartel del más famoso de los cómicos del mundo hispano parlante.
Mario Moreno llegó a La Purísima bastante pasadas las tres de la tarde. Acompañado por un grupo de amigos y de hermosas muchachas. Se acercó a la cocina y ordenó a las mujeres que nos invitaran a unos exquisitos tacos de frijoles y un sabroso guiso de carne con chile… “Ya les atiendo, distraiganse con los tacos, dijo, voy a echar una chingadita y ya regreso”.
Volvió al rato y nos fuimos a embarcar la corrida de Moreno Reyes Hermanos. La ganadería de “Cantinflas” fue para mi la primera gran lección de que, para ser ganadero, es más importante una gran dosis de afición, vocación y humildad, antes que gamdolas de dinero. Mario Moreno tuvo todo el dinero que usted pueda imaginar y apuntalado en su poder económico pretendió hacer una ganadería de cartel. Mario Moreno “Cantinflas” fue arrogante en exceso. Creyó conocer los secretos de la vida, ser el que más sabía de los hombres; y se creía el rey del mundo entero y, además, saber mucho de los toros. Nunca se enteró que la humildad cruzada con inteligencia es importante en los toros.
Cantiflas formó la ganadería de los Hermanos Moreno Reyes con vacas y sementales pagados a muy elevados precios. Herraba sus productos con el cabalístico número “7”, y los lidiaba con divisa obispo, rosa sanmateíno y oro. Por algunos de los toros que compró “Cantinflas” pagó mucho dinero; pero, otros, sencillamente, fueron un timo con los que le engañaron al gran mimo.
Hubo un caso histótico del que todavía se habla en los corrillos taurinos aztecas, y es el del toro “Espartaco”, de la ganadería de don Reyes Huerta,. Un gran toro lidiado en la plaza México por el maestro Joselito Huerta. Fue bravísimo, que de no encontrarse con la muleta del maestro de Tetela de Ocampo, pudo haber pasado inadvertido para el gran público. Huerta le lidió con poder e inteligencia y le dejó ver en su dimensión fiera y lo sometió para demostrar que además de agresivo tenía clase, boncad y dulzura si se le sabía someter. El toro llevaba dentro de su genio expresado, la emoción que hace grande el arte del toreo. Fue un toro completo, pero tenía un gran defecto: su genealogía. Es decir que por sus antecedentes genéticos “Espartaco” no era un toro puro. No era legítimo de sangre Llaguno. Muy arriba en su árbol genealógico venía de un camino cruzado. “Cantinflas”, con su arrogancia y prepotencia no hizo caso de los consejos y pagó más de un millón de pesos ( mas de 80 mil dólares) por el toro. Para ese momento era el precio más caro que se había pagado por un semental en la historia.
Al regresar a México encontré varias llamadas de Rafael Báez en el casillero de los mensajes del Hotel Gillow. Me invitaba a Monterrey, a la Sultana del Norte. Eloy Cavazos estaba anunciado con “El Cordobés” y Manuel Capetillo con toros de Pastejé, ganadería en ese momento propiedad de Paco Madrazo, un gran aficionado y un personaje que bien valdrá un reportaje. También con toros de Pastejé al día siguiente de la corrida en Monterrey Eloy Cavazos torearía mano a mano con Currito Rivera en Torreón.
Recuerdo con claridad que en Torreón se lidió un toro berrendo en negro, y en Monterrey había dos de capa cárdena, lo que indicaba que aquellos murubes de Pastejé, de los años cuarenta cuando Tono Algara compró los famosos murubes, padres de los históricos “Tanguito” y “Clarinero”, ya se habían cruzado. Estas capas de pelo, cárdena y berrenda, no existen en la línea ibarreña de Vistahermosa.
La capital de Nuevo León es una gran ciudad, de impresionante desarrollo industrial. Con el tiempo tendría el privilegio de ser testigo de la transformación urbana de la Sultana del Norte una gran ciudad que descubrí por la fama de sus toreros, Lorenzo, los hermanos Briones, Raúl García, Manolo Martínez y Eloy Cavazos. Pocas comunidades son tan laboriosas como la regiomontana. Sólo conozco dos ciudades en las que sus pobladores madrugan para ir a trabajar: Caracas y Monterrey. Mucho antes que amanezca, las calles y principales avenidas de la capital neoleonesa se congestionan de vehículos con gente que va camino a sus trabajos. Monterrey tiene una historia diferente al resto de las capitales mexicanas. Distinta en sus orígenes y en su formación. Caso curioso el de Monterrey. Sin tener ganaderías ha reunido un grupo de muy buenos toreros: Garza, Briones, Manolo Martínez, Raúl García, Eloy Cavazos…
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