sábado, 1 de agosto de 2020

CUANDO BELMONTE CAMBIÓ EL SENTIDO DEL TOREO Por Víctor José López EL VITO

JUAN BELMONTE
 

¿Habrá un manual para que los presidentes de las plazas de toros puedan guiarse, para el otorgamiento de los trofeos de los rabos y las orejas?

Es la pregunta que se hace un amigo, y que siempre repite en tertulia de aficionados. Lo hace cuando el tema de la conversación son los recuerdos de momentos importantes que en su día provocaron polémica y discusión, porque al torero, le dieron o no le dieron, una o dos orejas.

Cosas de caprichos del tendido.

Cuentan los viejos aficionados sevillanos que Juan Belmonte tenía la costumbre, cuando pasaba frente a la casa de la familia Concha y Sierra, de quitarse el sombrero. Lo hacía en homenaje a la ganadera doña Celsa Fonfrefe, por la histórica faena que el trianero realizó en Madrid, a un toro de la casa.

Faena histórica, la faena al toro Barbero de Concha y Sierra que Belmonte lidió en sexto lugar de la corrida cuando el sol comienza a sesgarse, cuando da tintes cárdenos que suavizan el colorido de la plaza. La fecha fue la del 21 de junio de 1917, y la Corrida fue la del Montepío de Toreros. Completaron el cartel Rodolfo Gaona y Joselito. Fue la tarde en la que compitieron en banderillas Joselito y Rodolfo Gaona, y Belmonte se quedó solo en el callejón con las manos cruzadas sobre el borde de la barrera y el mentón apoyado en ellas mientras en cuatro parses de banderillas, dos cada uno, cibrían el tercio de banderillas más espectacular de la historia Joselito y Gaona.

 Un cronista de aquella época, don Edmundo Acebal, escribió

Llamábase el toro Espumoso, y era de Salas. Sustituto de uno de Gregorio Campos. Gallito con la montera en la mano ofeecó el par a Gaona. Ante el gesto gallardo y cordial, rompió en el espacio una ovación calurosa.

-¿Qué fue aquello, un reto o un reconocimieto? Se pregunta Pepe Alameda, y agrega que: - Joselito no daba un paso en balde, y menos en el ruedo. Se refiere el maestro Alameda a que Gallito le ofrecía los palos a Gaona, como diciendo:- ya me he medido con los demás, ahora voy a medirme con el mejor … y allí estaban el gitano y el indio, frente a frente.

El tercio fue definitivo, Joselito y Gaona clavaron cuatro pares de banderillas, ni mejor ni peor el uno que el otro.

Equilibrio a la perfección.

De pie , unánime, el público prorrumpió en un grito: ¡Los dos solos, los dos solos!

En esta tarde se lidiaron reses de tres ganadería: dos de Gregorio Campos, uno de Salas y tres de Concha y Sierra. A Belmonte le correspondió en primer lugar uno de Campos y su segundo fue el de Concha y Sierra.  Al referirse a este segundo toro, ”Barbero” de nombre, don Gregorio Corrochano el maestro de la crónica comenzaba en estos términos su relato:  -Y salió el sexto y hubo quites divinos. Belmonte dio sus mejores recortes; Gaona su mejor lance con el capote a la espalda y el pecho entre los pitones, y José, dos lances suaves, lentos, largos, interminables, mejor aun que sus compañeros. El tercio de quites más bonito de la temporada.

 

Teniendo en cuenta el ambiente creado con “los dos solos” dedicados a Gaona y José, más adelante  escenifica el cronista la situación en términos rotundos:-Y allá va Belmonte, pobre torero, descartado de las grandes combinaciones porque no sabe banderillear. Se fue al toro, dolorido, sangrando, comiéndose las lagrimas y acaso preguntándose: ¿Pero es que ya no soy nadie?, ¿no tengo historia? ¿No he hecho nada en el toreo? ¡Si yo creía que en la última corrida que toreé en Madrid, en la de la Cruz Roja, había hecho algo! ¡SI a mi me parece que tuve mi tarde más completa. ¡Si yo creí que había toreado como yo sé torear y hasta había matado como se acostumbra a matar, a un toro que tenía el peor defecto que puede tener para un matador, que es desarmar! Pero esto, ¿no fue una realidad? ¿Fue un sueño?”, para a continuación responder a tales hipotéticas preguntas del torero: ”Lo que fue un sueño fue lo de ayer, Belmonte”.

Y entramos ya en la faena. Su relato es digno de leerse de un tirón,pues se trata del relato de un testigo acreditado del nacimiento del toreo moderno: “Con la mano en la izquierda giraba en un pase natural, los pies clavados, la cintura rota, y al rematar cogía al toro antes de abandonar los vuelos de la muleta y se lo pasaba al otro lado con un pase de pecho, más artístico, más valiente que el natural, y así, alternando estos dos ases admirables, base de todo el arte de torear, el torero creciéndose, superándose, mejorándose a sí ismo en cada lance, toreando hiperbólicamente, como nunca le vimos torear, hizo la faena justa, precisa, como la soñaron los grandes maestros”.

Realiza aquí Corrochano una especie de paréntesis para contextualizar lo visto: “El toro, noble, suave, pequeño, se prestaba a ello. No decimos esto para restar mérito sino para completar los elementos de juicio, que siempre creímos que en estas cosas tanto debe poner el torero como el toro, y todos los toreros no saben aprovechar los toros; si alguien lo duda le remitimos al primero de esta misma corrida”.

Cerradas estas matizaciones, retoma su relato donde lo había dejado, en aquellos monumentales pases al natural y de pecho: -Aquí fue cuando perdimos la serenidad. Nunca sentimos emoción igual. No emoción en el sentido de temer un percance, no; cuando se torea así, el primer deslumbrado y el primer sometido es el toro. Dio un gran pinchazo y media estocada superior, entrando a matar con estilo. Muérete torito, muérete ya. ¿Qué esperas? Mira que después de esto no deben admitir un pase más, que desde que hubo toros ninguno alcanzó honor igual al que acabas de alcanzar. Pero no se quiso morir y en vista de ello Belmonte lo descabelló. Los que antes gritaban a Gaona y Gallito, descartando a Belmonte, “Los dos, los dos solos”, se echaron al ruedo y le dieron una vuelta a hombros. La gente hablaba, hablaba, hablaba, no podía ni aplaudir, ni pedir la oreja, ni nada; aquello se había salido de lo corriente y de lo corriente se salía también la forma de admiración y entusiasmo”.

Interviene de nuevo Pepe Alameda en el relato, y dice: “Sólo que Belmonte y su pacto con el diablo darían sin más  la respuesta. El último toro dijo la última palabra. Resultó el mejor de la corrida. Y Belmonte se fue a hombros y los otros dos -solos- a pie.

Y cuando toma el tramo final de su relato. don Gregorio afirma:

 -Belmonte, transfigurándose, cambiando de estatura, de silueta, hasta de color, se borró a sí mismo. Nunca vi más arte puro, mas valentía natural, más dominio, mas estética. No hubo oropel. Relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. Ni siquiera creo que toreaba para nadie. Me pareció más bien que puso el punto final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá”.

Dentro de esa especie de paroxismo en el que se encuentra, el cronista concluye en estos términos: -¡Cuánto siento tener que volver a los toros! ¡De que buena gana me retiraría del tendido, para que otras tardes no vinieran a enturbiarme la visión que tengo de esta faena! Y cuando cruzara la calle de Alcalá a la hora de los toros, yo me acordaría de esta tarde, y cuando la gente me hablase de toreros que hicieran prodigios con la muleta, yo les contestaría maquinalmente: “Ah, sí, Belmonte! ¡Juan Belmonte!”.

Dicen que esa tarde la tauromaquia cambió de ruta. Mientras Joselito y Gaona, los dos solos, seguían el sendero  que históricamente habían escrito, Belmonte abría nuevos caminos con el toreo modero. Viene a dedo esta historia porque por más de revuelvo papeles no escuentro la respuesta a la pregunda de ¿cuántas orejas cortaron Gallito y Gaona? ¿Qué premio le dieron a Belmonte?¿Será necesario jun reglamento para el otorgamiento de trofeos?

Los tres solos se contentan con ser recordados en su grandeza por la Historia.

 

 


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