jueves, 27 de agosto de 2020

PEPE ALAMEDA EN EL RECUERDO DE UNA MEMORIA VACÍA por Víctor José López EL VITO

  


Ahora que  hablamos de libros en nuestras reuniones , conferencias y tertulias a distancia, sentenciados por un virus maldito convertido en pandemia,  recuerdo en la soledad de la memoria a don José Alameda, el Maestro.

EL VITO

 

Fue allá en México, donde se confunde la Cinco de Mayo con el Palacio de las Bellas Artes en el jardín de la Alameda, donde aquel joven emigrante de 27 años de edad, con un título de derecho logrado en la Universidad de Paris bajo el brazo, buscó  amparo en la generosidad política de aquel México de Lázaro Cardenas.  

López Clérigo era su tío, en días de la II Repúbica de la España en conflicto ocupó posiciones relevantes. Tan destacadas coo la Subsecretaría del Consejo de Ministros, cuando fue elegido Vicepresidente de las Cortes tras la victoria de las listas del Frente popular en 1936. 

Fue el de la Alameda el nombre que se robó aquel letrado madrileño, recién llegado de una graciosa huida desde Paris, pasando por Londres y Nueva York, habiendo cruzado el Atlántico hasta llegar a México en la Alameda  para recurrir como renombre de sus escritos y poemas.

Debía escribir de toros como antes nadie había escrito.

Luis Carlos José Felipe Juan de la Cruz Fernández y López-Valdemoro, letrado, emigrante político, rebautizado por él mismo en México como José Alameda, fue  un ciudadano del mundo y destacado  por único, integrante de una generación de gloriosos intelectuales.




Nacido en el Madrid 24 de noviembre de 1912, creció en la sevillana Marchena. Maestro de generaciones de periodistas, firmó las más hermosas piezas de la reseña taurina rubricando magistrales narraciones radiofónicas y televisivas en las que nos regaló lo mejor de su crónica. Pepe Alameda el de los libros apasionados, el de las frases justas, oportunas y sentencias más que reconocidas: Un paso adelante, y puede morir el torero. Un paso atrás, y puede morir el arte ... y la más recurrida: El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega. 

En su amplia producción, deben estar otras tantas, así como aforismos y planteamientos de profunda reflexión en los que siempre aplicó la fórmula de Baltasar Gracián: Lo bueno si breve, dos veces bueno. Y es que también sus crónicas o sus editoriales, denominadas Signos y contrastes eran modelos de atinada observación en espacio que no requería sino lo contundente de sus precisas afirmaciones exactas, fue el cronista de la redacción elocuente y sonora. Catedrático de literatura taurina,  permanente y generosa, que  habiendo vivido con la intensidad de “apasionada entrega”, tuvo su retrato inconcluso en el lienzo de la vida en la Ciudad de México, una “graciosa huida”…

Nos lo había avisado semanas atrás cuando se metió en una de esas salas que en los hospitales llaman de “cuidados intensivos” y que no es otra cosa que el aviso cierto de que ya nos quedan pocos recursos para seguir la representación del guión, del papel en el teatro de nuestra existencia.

Nació José Alameda en la madrileña calle de Goya un 24 de noviembre de 1912, en la misma calle donde más tarde llegaría a la vida Antonio Chenel Antoñete. Hombre circunstancias, en el sentido del también madrileño Ortega y Gasset, serían esas circunstancias lo echaron de Madrid, aquel Madrid de la época de Rafael Guerra Guerrita, que lo llevaron de niño a Marchena, Sevilla, donde en brazos del gallismo primero y más tarde del chicuelismo, con Juan Belmonte, bebió las gotas fundamentales de la leche del toreo.

 

Ya hombre, regresó a la Villa, al compás de la vida.

Se formó intelectualmente, casi sin estación de paso, hasta que el río de los acontecimientos lo arrojó sobre la playa de las circunstancias de la Segunda República. En la expresión de sus intelectuales encuentra el cántaro donde se bebe su propia curva literaria, la del pozo de la generación del 28. Aquellos acontecimientos y circunstancias de la España convulsa le llevaron al París Socialista, la ciudad de las libertades. Allí, en la ciudad de Víctor Hugo y de Zola y en las aulas de la Universidad de la Sorbona, remató sus estudios de Derecho Romano, y bebió tragos del periodismo de libertades y de protestas.

Con un título de abogado – pergamino que olvidó en algún rincón de la bohemia parisién – ya licenciado para ejercer una profesión que jamás ejerció, partió del Havre a Southhampton, Inglaterra. Saltó el Canal de la Mancha plagado de minas alemanas y llegó a Londres el 13 de febrero de 1940.

Con un pie en Londres, muy distinta a este Londres de los Juegos Olímpicos, y con la mirada puesta en Nueva York, una ciudad que anunciaba Federico García Lorca, cruzó el Atlántico. Al pisar tierra norteamericana encauzó su destino por las líneas del ferrocarril, caminos y caballos de hierro sobre los que se erigió el gigantismo del capitalismo la franja derecha de los Estados Unidos.


    Belmonte, en un tentadero

 Rodolfo Gaona y El Cordobés


Fueron trenes que le llevaron a México.

Carlos Fernández Valdemoro quedó fascinado con el México de Lorenzo Garza y de Fermín Espinosa “Armillita”, el del pueblo enamorado de Silverio Pérez y de Luis Procuna, dispuesto a entregársele con inusitada pasión al trágico Manolete.

Encantado con el abigarramiento mexicano, firmó con el nombre de Carlos Fernández Valdemoro, porque fue sobrino Fernández Clérigo, que había sido secretario de don Manuel Azaña. Era a su vez el nieto del marqués de las Navas, y con todo su cortesano linaje, Fernández Valdemoro era demasiado republicano.

 Así que, para cruzar la arena del toreo y meterse en el corazón del pueblo taurino con alma de literato, se autonombra Alameda.

Decíamos que José Alameda nació, frente a la Alameda Central, el jardín del México que haría suyo y que exaltó con su prosa, su poesía, con su singular relato y admirable personalidad. Fueron 50 años de actividad. Medio siglo de cátedra permanente, de “apasionada entrega” a la fiesta de los toros. Vida catalogada a manera de índice en su obra de literatura taurina: El arte del toreo Católico, Los arquitectos del toreo moderno, Los heterodoxos del toreo, La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo, Retrato inconcluso, Crónicas de sangre, La evolución del toreo, El seguro Azar, del Torero, un Poemario  y  Al hilo del toreo.

Así mismo, una infinidad de artículos y reportajes que, en su larga trayectoria literaria, preñó de positivismo taurino las páginas de diarios y de revistas del universo taurino. José Alameda será recordado como literato más que como incomparable relator y comentarista en los medios radiofónicos. Fue el más profundo de todos cuantos han existido; y coincidencialmente con su partida, España Calpe lanzó al mercado de los libros su última obra, Al hilo del toreo, aunque su trabajo periodístico fue una gran alabanza, grande por su pluma, a manera de agradecimiento por la dedicatoria que le hice del libro Solera brava. Artículo publicado en “El Heraldo de México”, su postrera tribuna taurina.

Fueron varias las veces que vino a Venezuela. A Maracaibo, cuando transmitió para la TV el primer agarrón entre Paco Camino y Manolo Martínez.


Más tarde estuvo en Valencia y también vino a Caracas, ciudad que le atraía por lo sonoro de su nombre y lo iluminado de su techo, a narrar una corrida de Mimiahuapam en el Nuevo Circo el 12 de octubre de 1977, cuando Mariano Ramos cuajó magistral faena al toro “Coquito” de San Miguel de Mimiahuapam.

Llegó a Caracas para transmitir la corrida, pero inconvenientes legales le impidieron ejercer su oficio de relator, para beneficio de quienes con él compartimos en el tendido de la plaza caraqueña. Aquel día nació una inquebrantable y prolongada amistad con el genial poeta. Más tarde le acompañaríamos en un homenaje que nos ofreció de Paco Camino en Madrid, una tarde gloriosa del sevillano. En Sevilla compartimos con Javier Garfias, y descubrimos el amanecer sevillano en Casa Senra, hablando de toros, y de toreros…

De vieja data mi amistad con José Alameda, que por iniciativa de mi compadre Raúl Izquierdo regresó a Caracas por última vez. Vino para dictar una conferencia en la Casa Ganadera. Aquella noche en el barrio de La Candelaria, junto al  doctor Tobías Uribe, quien le hizo entrega de una placa a nombre de la peña Los amigos del toro. El auditorio reunió destacados personajes de la fiesta, como fueron los maestros Antonio Chenel “Antoñete”, Eloy Cavazos y Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea, ganaderos de México y de Venezuela como Pepe Garfias, Manuel Ortega Barroeta, “El Pollo” Meads Garfias, el doctor Alberto Ramírez Avendaño,los hermanos Riera Zubillaga, Raúl e Idelfonso, la inefable terna que en Caracas integraban mis amigos Juan Diego, Arturo Magaña y Manuel del Prado El Triste, junto a los Campuzano, Pedro y Juan y  muchos aficionados a la más hermosa de las fiestas rendidos ante la elocuencia del verso del maestro.


Como ocurre cuando suceden estas cosas, aquel despacho informativo de la Agencia de Noticias llegó frío a la redacción aquella tarde de 1990. Simplemente anunció la muerte de José Alameda, “conocido periodista taurino”. Afortunadamente no fue así, porque quien ha escrito tanto, y tan bien, quien grabó su voz, no en la mente y en el recuerdo, como él grabó la voz de “Gallito”, sino que hirió los electrones y se metió en cientos de cintas mil veces reproducidas, en vídeos y en magnetófonos, no puede morir. Allí, con ese tono leve de su grata voz, perfecta dicción, sonora prosa y verbo fácil, estará siempre José Alameda. Un crítico que con una frase podía hacer figura a un torero, y que al leer entre líneas pudo ser capaz de descubrir cosas profundas pero que nunca, jamás, hirió ni utilizó sus escrituras taurinas para atacar ni para participar en la vida privada de otros.

La tarde anterior al fallecimiento me había comunicado con Guillermo Leal, que “…el maestro está muy delicado”. Memo Laal, hoy un destacado periodista taurino en importantes medios mexicanos, era en aquellos momentos su alumno más directo. Memo Leal fue directo y dijo que le quedaba poco “al Maestro”. Anunció su dolorosa huida.

Su busto se eterniza en tallas de duro pedernal o lustroso bronce. Hay uno en la Plaza Monumental “México”, con el facsímil de su firma, otros en plazas y cosos taurinos, y uno, muy particular, en León, Guanajuato, este una hermosa obra del escultor Humberto Peraza, con la dedicatoria del ganadero Alberto Bailleres, que dice:

“A José Alameda, por su labor literaria en La Fiesta”.

El bronce a sus espaldas tiene, grabado por el escultor, el Soneto de las ascuas. Alameda, agradecido a Peraza, le escribió el siguiente poema, que hoy con su “graciosa” huida adquiere carácter trascendental.

 

La emoción de la escultura

cuando esculpido me vi,

fue verme fuera de mi

reducido en forma pura,

deshabitada figura.

Prisionera de tal suerte

la imagen en bronce inerte

tiene una emoción real,

pues anticipa, inmortal,

el vacío de la muerte”.

 

JOSÉ ALAMEDA

 

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