publicado en El Nacional
Biblioteca Biográfica Venezolana 138
Biblioteca Biográfica Venezolana 138
CUANDO CÉSAR GIRÓN llegó a Salamanca encontró que el padre de Victoriano Valencia le había enviado por correo un kilo de caramelos y una botella de champaña. César y el padre de Victoriano habían hecho una cariñosa amistad, solo de hablar por teléfono.
Victoriano Valencia, gran torero de destacadas actuaciones en Madrid –famosa su faena al toro “Carpeto de Pahla”–, fue un gran amigo para César. Como tenía medios, era estudiante de la Facultad de Derecho en la Universidad de Salamanca, invitaba a Girón a merendar, le regalaba ropa y cuando podía una que otra peseta.
La noticia de la contratación de César para el 16 de marzo en Barcelona tuvo la resonancia de una bomba entre los maletillas de invierno de Salamanca y entre los estudiantes venezolanos de la Facultad de Medicina de la Universidad.
–Muchachos –les dijo César Girón a sus paisanos–, ¡toreo en Barcelona! O soy figura o me mata un toro.
–Muchachos –les dijo César Girón a sus paisanos–, ¡toreo en Barcelona! O soy figura o me mata un toro.
Uno de los estudiantes le dijo con mucha guasa:
–César, con lo que tu corres, ¿cómo te va a alcanzar un toro?
Los compañeros de terna fueron Carlos Corpas y “Antoñete”, y le decían:
–Indio, te vamos a meter el pelo pa’dentro.
Hizo el viaje de Calatayud a Barcelona, y al llegar le esperaban los hermanos Pepe y Victoriano Valencia, quienes le invitaron a comer al Bar Canaletas. Girón se alojó en el Hotel Comercio de la Calle de Escudillers. Hotel que hoy día es hospedaje obligado para aquellos que comienzan. Se trata de una casa de huéspedes con mucho carácter. César Girón puso de moda el Hotel Comercio desde ese día 10 de marzo de 1952 que llegó a Barcelona.
Narraba aquella primera experiencia en tarde de domingo. El traje del matador que había estaba colgado en un balcón, que daba a la estrecha calle de Escudillers. El mozo de espadas le había limpiado al vestido las manchas de sangre con un cepillo.
El oro de la taleguilla se había vuelto, momentáneamente, desvaído. El traje colgaba en la ventana de la pensión desde donde se veían las tabernas de la calle Escudillers en cuyas puertas anunciaban escrito con pintura blanca: “Hay champiñón”. “Se sirven comidas”.
El oro de la taleguilla se había vuelto, momentáneamente, desvaído. El traje colgaba en la ventana de la pensión desde donde se veían las tabernas de la calle Escudillers en cuyas puertas anunciaban escrito con pintura blanca: “Hay champiñón”. “Se sirven comidas”.
A las tabernas entraban muchos soldados norteamericanos, tropa de los buque de guerra surtos, en el puerto de Barcelona. Los soldados y marineros alimentaban las máquinas tragaperras para hacer sonar tres o cuatro rocks a un tiempo. Por aquellas puertas salía humo de cigarros, olores ácidos de perfumes baratos y guisos pobres.
“Me dieron la habitación número 11”, le dijo César al padre de Victoriano. “Mañana vas a tener suerte, porque el número 11 siempre trae suerte”, le respondió.
“Me dieron la habitación número 11”, le dijo César al padre de Victoriano. “Mañana vas a tener suerte, porque el número 11 siempre trae suerte”, le respondió.
Contaba César de aquella vigilia que a las cinco de la mañana llamé a Victoriano, y le dije: –Chico, ponme discos a ver si me distraigo”. Su gran amigo, que fue siempre Victoriano, estuvo poniéndole discos desde la madrugada hasta las diez de la mañana, y Girón escuchándolos por teléfono.
Contaba:
Victoriano me vino a buscar y fuimos a misa, a una iglesia pequeña llamada Santa Mónica. Recé mucho, lo recuerdo. A las doce del mediodía me encontré a “Antoñete”, que venía con unos amigos, de esos que rodean siempre a los toreros. Me dijo: –Vamos a dar un paseo.
Contaba:
Victoriano me vino a buscar y fuimos a misa, a una iglesia pequeña llamada Santa Mónica. Recé mucho, lo recuerdo. A las doce del mediodía me encontré a “Antoñete”, que venía con unos amigos, de esos que rodean siempre a los toreros. Me dijo: –Vamos a dar un paseo.
Le contesté, sinceramente: –No me puedo mover, porque tengo mucho miedo. Hoy me lo juego todo. En el patio de caballos le dije a mis compañeros, acordándome de aquello de “Indios, te vamos a meter el pelo para adentro”: muchachos, aquí es donde quiero ver cómo me van a meter el pelo pa’dentro...
César Girón cortó tres orejas la tarde de su debut el 16 de marzo de 1952 en Barcelona y salió a hombros en su presentación en la muy taurina Barcelona, ciudad a la que hoy los conflictos políticos e independentista intentan convertir en antiespañola y antitaurina. Girón regresó a la Monumental veintidós tardes, superando la marca de Vicente Barrera, aquel torero que en su presentación en el Nuevo Circo llegó a impresionar gratamente al bachiller Rafael Caldera, que a la postre sería presidente de la República. Barrera llegó a torear once tardes en la Monumental.
César se convirtió, gracias a Barcelona, en uno de los preferidos por las empresas. Era la época de “Antoñete”, Pedro Martínez “Pedrés”, Juanito Posada... A Madrid fue el 10 de julio de 1952 como novillero. Una novillada de Felipe Bartolomé. Con “Antoñete” y Carriles. Repitió a las dos semanas y cortó dos orejas en Las Ventas. Un éxito muy comentado. Fue el novillero estrella de 1952, y con mucha fuerza llegó a la alternativa, aunque sin un futuro cierto porque no había contratado corridas para la temporada de 1953 y en su tierra poco o nada creían en los éxitos de Girón en España.
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