LA NACIÓN MEXICANA, CONMEMORÓ EL ACONTECIMIENTO DE LA TEMPORADA DE ORO |
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REPORTERO TAURINO
Caía la fría noche sobre Insurgentes y el gigantesco embudo alcanzaba presión y calor de caldera. Es que Enrique Ponce vivía su orgía con 50 mil almas. Aquel lunes 5de febrero de1996, se conmemoró el 50º aniversario de la Plaza México.
Llamaron a la temporada del 96 la Temporada de Oro, cuyo acto más destacado fue el de la corrida de la fecha aniversario. Siete toros de Xajay para Ramón Serrano, mediocre rejoneador y los diestros Jorge Gutiérrez, Manolo Mejía y Enrique Ponce, tres toreros cuyos nombres dicen mucho en los anales de la gran plaza. Las escaleras, pasillos y palcos, abarrotados desde muy tempranas horas de la tarde y en la calle gente suficiente para llenar otra Monumental. El colorido que rodea la plaza más grande del mundo las tardes de toros tiene matices de guirnalda, sabor y ruido confundiéndose los intensos olores de los guisos que rellenan los famosos tacos con el alegre y contagiante murmullo del pueblo mexicano que asiste a su espectáculo favorito.
Aquella tarde estaba anunciado Enrique Ponce, que se había convertido en un torero muy especial para los mexicanos. Mucho más que un ídolo, porque ídolos han sido Silverio, Procuna, Capetillo y Manolo Martínez. Algo más que un dios de la mitología taurina azteca, como Manolete, que aún vive. Mucho más aún que lo que significaron para el público de “la apasionada entrega” los nombres de Paco Camino, El Cordobés y Niño de la Capea. Ponce es la orgía, es capaz de mezclar en la mujer la ternura maternal con el goce sensual; es un torero que provoca en los hombres el escape contemplativo de la homosexualidad.
Cayó la tarde y ya Enrique Ponce había lidiado sus dos toros de Xajay. Le pidió permiso a la Autoridad para abandonar la plaza y salir antes de la lidia del toro de regalo de Gutiérrez, porque tenía que irse a España. La cerrada ovación quedó en un grito angustiado que le impidió abandonar el ruedo. El público de México, en impresionante entrega histérica, le cerró la puerta al valenciano y le obligó quedarse en la plaza.— ¿No le preocupó perder el avión? Le preguntaría, más tarde, un periodista, a lo que Ponce respondió:— En ese momento no importaba perder la vida.
Entregó la vida en cada lance y en cada pase en los tres toros que lidió la histórica tarde del 5 de febrero de 1996. Se recordará en los anales de la Plaza México, además, porque ese día se lidiaron ¡diez toros! de una misma ganadería, Xajay. Tres Gutiérrez, tres Mejía y tres Ponce, además del toro del rejoneador Serrano. Jorge Gutiérrez, valiente hidalguense, había regalado un toro.
Ponce, antes de salir el cárdeno de Xajay, había hecho el intento de abandonar la plaza cuando fue impedido por el público que quería encerrar al pollo valenciano en el reñidero de la Colonia Nápoles. La lidia del torero de Tula transcurría como batalla contra la mansedumbre, cuando Ponce saltó al tercio de matadores y anunció que regalaba un toro. Estalló el griterío y hasta la entrega del público para con Gutiérrez, pues comenzaron a jalearle todo lo que hacía. Mejía, para no quedarse atrás y a pesar de que había sido el único que había cortado oreja, también regaló un toro.
Ponce, embutido en sedas color canela y refulgente su traje al reflejar los intensos focos de la México, se consagraba en la México sin que le embistiera un solo toro. En el callejón, tras la barrera, mientras se quejaba de su «mala suerte» me comentaba que el mejor toro que había lidiado en la México fue uno de Ramón Aguirre, “que si le mato le corto el rabo”. Es cierto, hasta ese momento no le habían embestido los toros; pero Ponce puso el toreo en la cima, con su entrega y, en especial, con las formas de su toreo.
Van a verle «la trampa», como aquellos que sólo van a las funciones de magia para «descubrir» el truco del mago. Eso no tiene chiste. Todos sabemos que el torero «engaña» al toro; por eso llaman a los capotes y a las muletas « los engaños». Lo bonito es crear belleza, hacer cosas que gusten y emocionen y, Ponce, ha gustado y emocionado en México como en todas partes. México le ha consagrado, se ha convertido en «Torero de Época», como lo han sido sus paisanos Camino, El Cordobés y El Capea. El toreo en la Plaza México se atenaza entre estos dos nombres: Manuel Rodríguez «Manolete» y Enrique Ponce.
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