Ferrera sale de Las Ventas el sábado 5 de octubre. Foto: www.las-ventas.com |
Que no me lo cuenten…
Lo que hizo Ferrera en Madrid el sábado, que yo lo vi. Lo repito. Fue como un viaje a la historia del toreo. Eso fue. Profundo, perforando esa capa superflua que ahora cubre todo, esa polución de amaneramientos que llaman “modernísimo evolucionado a tono con los tiempos que corren”. Que la verdad, ecológicamente hablando, apenas es una costra reciente flotando sobre la milenaria y honda relación del toro y el hombre. Esa nata cursi fue la que atravesó como una nave fantástica la plaza, disparada por un torero alucinado y su cuadrilla.
Los asistentes de todas las edades y grados de afición recibieron más en esas dos horas y media de lo que quizá hubiesen recibido durante años de mirar corridas. Lo digo yo que soy tan viejo en esto y que conmovido lo contemplé a distancia. No solo me refiero al extenso catálogo de suertes y épocas revividas. Desde las fundacionales del toreo a cuerpo limpio, hasta los afiligranados quites sigloveinte, y el riesgo, y el poder ambidiestro, y las improvisaciones resolutivas, y los repentismos indispensables y las diferentes formas de oficiar que ha tenido la conjunción suprema. No. Más allá, de todo eso, de por sí valioso y exótico, estuvo la justicia lidiadora, su autenticidad, pertinencia, significado, ritualidad y pasión.
Pero Claro, no estaba en el ruedo más comprometedor del mundo, solo frente a seis toros, un efebo atrevido ni una imagen carismática de manufactura publicitaria. Estaba un torero maduro, curtido en una tenaz carrera de veintidós años trasegados por todos los ruedos de la tierra frente a los hierros más temidos. No con menos pertrecho hubiese podido un hombre solo asaltar así Las Ventas y ponerla en el estado en que la puso. Ni salir de allí como salió, en loor de multitud.
¿Qué no fue un producto de simetría, redondez, perfección y diseño industrial? Cierto. Fue un telúrico reencuentro del hombre, seis toros y un público abducido, con los primigenios contenidos del toreo, que como la vida es imperfecto, biológico, real, imprevisible, único, mortal... Qué falta que hacía y como lo vivieron, sobre todo los jóvenes… Y en Madrid.
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