lunes, 19 de agosto de 2019

CRÓNICA DE BILBAO, SEGUNDA DE FERIA Por ZABALA DE LA SERNA / El Mundo

Una hazaña bélica de Emilio de Justo

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Emilio de Justo, ya herido, se perfila para matar al tercer victorino. EFE 

Flotaba el dantzari sobre las arenas negras. Caía una lluvia fina y gris. Como un velo desde el cielo apagado. Manuel Jesús El Cid escuchaba el aurresku desmonterado, perdida la mirada en la nostalgia. Aquel cenit de su carrera con seis victorinos. Corría el año 2007. Todavía Bilbao vivía tiempos gloriosos en la frontera de la crisis. Inolvidable la apoteosis. La capacidad lidiadora, su izquierda, una gesta memorable... El Cid se despedía ayer de Vista Alegre en la intimidad, prácticamente vacía la plaza. Una imagen desoladora. No sólo decía adiós a la ciudad del hierro, sino también a la divisa santo y seña de su carrera. Victorino y Cid ponían punto final a su fértil relación. La banda sonora del txistu acentuaba las notas melancólicas. Buenas tardes, tristeza. 
Un victorino afilado como el sirimiri galopó en su salida. Y sembró esperanzas con su humillación en las verónicas aladas de El Cid. Una corona veleta adornaba su enjuto cuerpo. Escaso el poder como la anatomía. El torero en retirada brindó a Joaquin Moeckel, pretoriano de la vieja guardia cidista. Pronto propuso la izquierda: el toro viajaba exclusivamente por su mano de oro. Pulso y tacto para tirar de las embestidas francas pero lastradas por el empuje contado. En su pitón derecho escondía una revuelta. Los naturales regresaron al mejor pasado. Apuradas las últimas mieles, una estocada fulminante hizo rodar también la oreja. 
En la fiesta íntima del adiós, se coló Emilio de Justo para hacerse con el protagonismo. Su valor de plomo, sentido de la colocación y, por ende, del toreo agarraron en un puño el corazón de Bilbao. Todo lo malo posible se lo había anotado un victorino de considerable alzada y gruesas mazorcas. Del tronco izquierdo nacía un garfio pavoroso. La lluvia constante había hecho ya un barrizal. Sobre él se hundían las huellas de la hombría de Emilio, el peso de lo auténtico. El toro le radiografiaba con ojos de escalofrío. Y medía las femorales en cada arrancada pendenciera. Tan agarrada al piso. Le aguantó todo el extremeño -un parón de miocardio- y le sacó más. Muletazos que se antojaban imposibles. Increíbles naturales, algún pase de pecho colosal. Los mortales pedíamos la hora y la espada. De Justo quiso apurar demasiado la suerte, enfrontilado y a pies juntos. El temible garfio zurdo fue un misil al muslo. A los dos muslos. Tal fue la precisión en el aire. Un volteretón terrorífico. El derrote a la cabeza impactó contra la oreja. La sangre caía roja por el cuello blanco de la camisa. Medio grogui afrontó el volapié. Un pinchazo no restó ni un solo mérito a su hazaña bélica y a su recompensa. Se fue a la enfermería y no volvió. Por la brecha y la paliza.
Un toro de propina quedó para Curro Díaz. Que ya había estado firme y responsable con un victorino acaballado que descolgaba lo que su anatomía le permitía. Las carencias de poder fueron el mal endémico de la corrida escalonada. Tanto como las de raza. El cuarto, tampoco precisamente bajo, le dejó una muesca en el pómulo. Y se convirtió en un muro/mulo infranqueable. Los pitones en la barriga en el momento de cruzar. El ruedo ya era un cenagal. Cuando saltó el último, la laguna reflejaba los focos. No apuntó mala condición, pero no salía de la jurisdicción del torero linarense. Que escuchó su tercera ovación de la tarde.
El Cid ya se había despedido con un esfuerzo más que digno ante Bondadoso, victorino de nervio punteante y medios viajes. Como su izquierda, el acero también reflejó su historia. 
Las nubes precipitaron la noche.

VICTORINO MARTÍN

Curro Díaz, El Cid y Emilio de Justo
Plaza de Vista Alegre. Domingo, 18 de agosto de 2019. Segunda de feria. Unas 3.000 personas. Toros de Victorino Martín, muy desiguales de hechuras en su seriedad; sin poder ni raza en conjunto pero no sin complicaciones.
Curro Díaz, de azul añil y oro. Estocada (saludos). En el cuarto, pinchazo y estocada desprendida (saludos). En el sexto, estocada (saludos)
El Cid, de azul pavo y oro. Estocada pasada y rinconera (oreja). En el quinto, tres pinchazos, uno hondo y tres descabellos (saludos).
Emilio de Justo, de negro y oro. Pinchazo y estocada. Aviso (oreja).

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