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Morante nos hace viajar al
paraíso con seis o siete lances monumentales y El Juli logra su sexta Puerta
del Príncipe con una faena de doble premio y un trofeo protestado de su primero
Real Maestranza de Sevilla
. Cuarta de abono. Se lidiaron seis toros de Garcigrande, desiguales. El 1º,
manejable; el 2º, noble y de buen juego; el 3º, noble y sosote; el 4º, noble;
el 5º, bueno; y el 6º, incierto. Lleno.
Morante de la Puebla, de
verde botella y oro, estocada (saludos); pinchazo, estocada caída (silencio).
El Juli, de verde y plata,
pinchazo, estocada trasera (oreja); estocada (dos orejas).
Miguel Ángel Perera, de
blanco y plata, estocada (saludos); dos pinchazos, media (saludos).
Patricia Navarro. Sevilla.
Con malas cuentas creo que
pudieron pasar cinco o diez minutos. No más. Como sería que andábamos todavía
con las eternas disputas del Tendido 7. Esas que te hacen recordar que el
tiempo pasa, pero la vida no cambia. Sonaban los clarines y el embudo del túnel
que da acceso a la plaza formaba el colapso de cada tarde de postín. Toreaba
Morante. Y Morante toreó como solo sus muñecas son capaces de dibujar el toreo
acariciando. Vestido de verde botella y oro, cargadísimo de oro y hasta las
trancas de hondura, cómo se hace eso. ¡Dónde está el invento!
Sin perder el paso,
ganando la suerte, haciendo el toreo, deshaciéndose el toro en la templada
velocidad de ese capote que se ralentiza, se reinventa, se para, muere y mata.
Ese es Morante, capaz de empujarte al paraíso o enfurecerte en los infiernos.
Enjuto el tronco, para dentro el toreo, hundido el mentón que cae por el propio
peso de los acontecimientos y las muñecas mecidas al son de su propia
sinfonía. Y todo esto recién llegado, entre pisada y pisada del que se
acomoda, el otro que se queja, el comentario de “hay que venir antes”, que
podría ser de ayer, el año anterior y quince antes. Decíamos ayer. Las
chicuelinas fueron de manos bajas y la cadencia toda suya, como lo había sido
el toreo en su más absoluta integridad. Quiso el Garcigrande moverse con
nobleza, no con tanta definición en la muleta, y Morante que quiso también
cosió las arrancadas con fino trazo, vertical y bello hasta que el suflé bajó y
nos quedamos con aquellos comienzos serenos, con la antología del toreo de
capa, con la intensidad que define el toreo para gozarlo.
Se le esperaba en el
cuarto con devoción: capa en mano. Pero el toreo no vino esta vez. Tampoco con
la muleta, a pesar de que el toro acudía con cierta franqueza, pero a la
movilidad del Garcigrande le faltó el ritmo para que Morante hiciera faena. Más
allá de los intentos nos dejó el regusto de lo vivido.
El Juli bajó las manos en
el toreo de capa al segundo, queriendo recogerlo, buscando sentirse, retomando
aquello donde lo había dejado por Resurrección. Pero no tuvo consistencia, a
pesar de la buena condición del animal. Un pinchazo precedió a la estocada y el
presidente premió con un trofeo de manera unilateral, que fue protestado y el
propio torero no paseó. Aquello, casi un capricho del azar, fue el primer
peldaño de la Puerta del Príncipe que vendría después. Esa que tantas días se
antoja imposible y de pronto un día viene como por golpe del azar. Un gran toro
de nombre “Arrogante” se la puso ahí. Largo tenía el viaje, con ese punto de
desentenderse en ocasiones entre uno y otro, pero era todo profundidad en el
viaje. Julián, que lo sabe todo, lo gozó, al menos por momentos, y construyó
tandas largas, templadas y ligadas, en el intento de abandonarse y atracarse de
toro. Se vivió con intensidad la faena, entregada a El Juli con los
mejores recuerdos, todavía frescos de “Orgullito” en la memoria. Así, tras la
estocada, vino el doble premio y con el azaroso primero que le dio el presidente
una Puerta del Príncipe que hacía su sexta. Menos suerte tuvo Perera con
un tercero sosote y al que le costaba pasar y un sexto incierto que además se
paró. Se jugó los muslos, pero no había donde rascar. El azar es caprichoso y
no le había elegido a él. Claramente. Juli había sido el premiado
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