Juan Ortega y unas verónicas para resucitar a los muertos
El sevillano hace lo más ilusionante en Las Ventas y da una vuelta al ruedo
Paseíllo de Resurrección en un cartel con un esperanzador mensaje de juventud. Juan Ortega fue el que más y mejor comunicó en una tarde de mítines políticos en el umbral venteño. La buena nueva se extendió con un quite para resucitar a los muertos ante el segundo, con leños de sobra para calentar el gélido ambiente. Ortega compuso en dos ilusionantes lances y dejó con gracia al toro en el caballo. Maravilloso el embroque en tres verónicas y media para pintores, con el pecho ofrecido, hondura y torería. Delicias que invitaron a soñar. Brindó al público y con porte de torero antiguo principió con una tríada de ayudados por bajo y una trincherilla al hilo del «7». Naturalidad en cuatro derechazos con mucho aroma que desataron roncos oles. Y otros dos más, a cámara lenta, con un toque suave y una trinchera de escultura. Cuando tomó la zurda, el buen toro pareció protestar, pero aun así el andaluz salpicó de sevillanía toda su faena, que sin ser redonda fue de las que dejan personal huella. La estocada se cayó y el premio quedó en una torerísima vuelta al ruedo, de las que cuentan.
Mucha badana traía el voluminoso y noble primero, que obedecía dentro de sus contadas fuerzas. Molestaba una barbaridad el viento, que descubría a David Galván frente a un animal que se quedó cada vez más corto. A izquierdas buscó la colocación cabal y sopló dos notables zurdazos. Con susto incluido en su extensa labor, remató despacioso con la mano de la cuchara.
Feote y deslucido el tercero, con el que Pablo Aguado sufrió un volteretón y al que dejó algunos muletazos con su aquel tirando de la tela y de la voz.
Guapo el cuarto, que blandeó muchísimo. Era un firme candidato al pañuelo verdey la gente se mosqueó cuando el presidente se empeñó en mantenerlo en la arena. El toro quería, pero no podía. Y Galván quiso, pero no pudo, con semejante material. El flojo quinto, al que se atisbaba clase, sí fue devuelto y salió un sobrero de Lagunajanda: no humillaba ni por equivocación a babor y rara vez a estribor. Solo voluntad de Ortega, que se anotó dos avisos. La seria presencia del sexto –tónica de un conjunto con algunas virtudes pero que no rompió y del que se esperaba más– arrancó las palmas, como la buena acción del picador. Entre la casta y el genio, era un «Republicano» para someter. Y eso le faltó a Aguado, pese a brindar momentos de cierta emoción.
A la salida se paladeaba el templado sabor de Juan Ortega. Señores empresarios, apunten su nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario