domingo, 3 de marzo de 2019

GANADERIA : EJERCICIO DE SUPERVIVENCIA Víctor Ramírez “Vitico”


La ganadería de bravo siempre ha sido un ejercicio de afición, matemática y fe, la primera es una cualidad indispensable, la segunda no menos importante ya que hay que hacer ejercicios pitagóricos para que cuadren las cuentas y la tercera es la que permite que se siga creyendo en el proyecto.
 Trinidad de elementos, todos unidos y necesarios. (Seguramente hay muchos más, pero a bote pronto estos quedan que ni pintados).
En Venezuela ser ganadero de toros de lidia es admirable, pues la temporada taurina es prácticamente inexistente. Con plazas tan emblemáticas como El Nuevo Circo de Caracas, la Maestranza de Maracay, la Monumental de Valencia, la Monumental de Maracaibo cerradas y abandonadas, con una provincia que pasó de ser el eje de las campañas a un desierto taurino, criar toros bravos es una quimera.
En un país con una monstruosa inflación que hace casi imposible la vida cotidiana, pensar en los altísimos costos que demanda un animal tan especial como el toro da escalofríos.
Hay que tener muchísima afición y otros ingresos para poder mantener algo tan hermoso y complejo como una ganadería. Los costos de los muchos insumos que requiere, el saneamiento del ganado, el alimento y todo aquello que conlleva la crianza del bravo es digno de análisis, pues es de suponer que cada semana todo se va “por las nubes”. Lamentablemente muchas ganaderías han desaparecido y otras, en un titánico y loable esfuerzo hacen un ejercicio de supervivencia.
Con un mercado sano, como por ejemplo México, Perú o Colombia, la demanda de animales hace que sea rentable el oficio, pues se va dando salida a los astados, se estabiliza por tanto el número de reses y se alivia la economía al vender y generar ingresos, las empresas ganan montando festejos y los toreros viven de la fiesta.
Venezuela es el país más castigado de todos aquellos que tienen tradición taurina, las razones son obvias, y como la cuerda revienta por el lado más flojo, los principales protagonistas del espectáculo padecen las consecuencias. Ganaderías que no pueden mantenerse, toreros que deben irse de su país o dedicarse a otra cosa, empresarios que ya no programan festejos y aficionados lamentándose por no poder in situ lo que más les gusta.
Pero como siempre, la esperanza de una renovación de la tauromaquia venezolana, es el clavo ardiendo del que todos debemos agarrarnos. Por el bien de la fiesta, del país y de nosotros mismos. 

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