miércoles, 20 de febrero de 2019

"Es una falta de respeto decir que hoy se torea mejor" Por ZABALA DE LA SERNA

 16 feb. 2019 02:14

FOTOGRAFÍAS: JOSÉ AYMÁ
Pasamos 24 horas con los tres maestros de los 80. Un paseo por su época y la actual. Un encuentro único 40 años después de sus alternativas
Uno encarnó la pureza del arte, otro trajo la última revolución del siglo XX y el tercero fue el primero, el gran capitán de la década. Los tres maestros hablan juntos por primera vez
Aparecen como sombras de entre la oscuridad de la noche sevillana. Como si la calle Adriano que abraza la plaza de la Maestranza fuera el túnel del tiempo. En 1979, hace cuarenta redondos años, Emilio Muñoz (Triana,1962), Paco Ojeda (Sanlúcar, 1955) y Juan Antonio Ruiz 'Espartaco' (Espartinas, 1962) tomaron la alternativa. El hierro del 79 etiquetó una cosecha irrepetible, un clamor de toreros. Muñoz dio el salto de escalafón en marzo, Ojeda en julio y Espartaco en agosto. En Valencia, El Puerto de Santa María y Huelva. Curiosamente, los tres con los entonces codiciados toros de Carlos Núñez. Y con padrinos imponentes: Paquirri, El Viti y El Cordobés. Sus carreras como matadores nacieron a la vez pero no explotaron al mismo tiempo: Ojeda y Espartaco incluso bordearon la retirada antes de eclosionar como figuras. 
«Yo no alcancé la dimensión de Paco y Juan», se apresura a puntualizar Emilio, la izquierda de Triana, la pureza abelmontada. Y es cierto. Espartaco dominó la década como mandamás absoluto desde el 85: su preclara inteligencia, impecable facilidad y visionaria capacidad para comprender el 80% de los toros impusieron su dictadura. «Como gran capitán del barco», le dice Ojeda, el último revolucionario -Belmonte, Manolete, Benítez y Ojeda-, a quien bautizaron como El Tartésico, el hombre que anuló los terrenos del toro y al propio toro, una bestia que hipnotizaba al animal con un empaque descomunal y una ligazón que asustaba. Su terremoto fue imposible de resistir. Incluso para él mismo.
(...)
Viajan a sus orígenes. A su génesis. Tan precoz en Muñoz y Juan -juntos debutan en Camas, 1975, a los 12 años-, tan salvaje y tardía en Ojeda. A quien sólo le faltó Chaves Nogales para escribir sus madrugadas de soledad y luna por las marismas del Guadalquivir, persiguiendo la bravura oscura de las vacas viejas. Otra dureza diferente a la férrea disciplina de los padres de sus compañeros.
ESPARTACO (ES). Te juro que a veces le tenía más miedo a mi padre que al toro.
EMILIO MUÑOZ (EM). Y yo al mío. 
ES. La que me daba si pinchaba un toro con las orejas cortadas. Después de horas de carretera, al llegar a casa me obligaba a hacer la suerte durante horas... Hubo un momento en que ya le tuve que quitar las puntas al carretón porque me pegó el tío dos cornaditas entrando a matar. Hasta que Don Pablo Lozano lo templó. Si no es por él, yo, que era un torero medroso, no hubiera sido figura [líder del escalafón durante siete temporadas consecutivas 1985-1991]. 
PACO OJEDA (PO). Mi padre me decía que yo quería ser torero para no trabajar. De toros, cero. No sabía nada. Mi única forma de torear era irme a la marisma. 
ES. Tú, Paco, es que eras otra cosa. Un autodidacta. Venías de la guerra. 
EM. De la nada.
ES. Fue un impacto el día que se presentó conmigo y con el Mangui en Sanlúcar. Era su primera novillada, su debut con caballos, pero ya sabíamos de sus andanzas. La gente hablaba de ellas como si fueran las hazañas de Curro Jiménez.
EM. De los tres es el que ha tenido misterio. Tú has sido un tío con misterio, Paco. 
PO. Yo venía del campo.
ES. Y tenías un conocimiento asombroso de los animales... 
EM. La comunicación de este señor con los animales no se la he visto a nadie. Ni taurino ni no taurino. Ni a Rodríguez de la Fuente. 
ES. Ya se escuchaban las cosas que hacía. El Latero [el nombre bélico de Ojeda en aquellos tiempos] le ha hecho no sé qué en el campo a una vaca, El Latero tal, El Latero cual...
PO. Tenía un caballo para apartar las vacas. Con la luna brillaban los pitones por la rociá de la noche. Como había dos o tres toreros por delante de mí, yo cogía la más grande, la más vieja y la más astifina. Y, como ninguno tragaba, me lo reprochaban: «¡Niño!, ¿no hay otra vaca?» Así que la toreaba yo. Me acuerdo una noche que cogimos una vaca tuerta, una tía, con el ojo vacío...
La historia de Ojeda es legendaria y feroz, en aquella Sevilla de la La isla mínima: «Salía la luna y yo era el hombre lobo. Estaba enganchado a la adrenalina como un yonqui. En las tierras de Alventus, que no lidiaba, había 500 vacas sin tentar. Y también había muchas en otra ganadería en este lado del río, la de Moreno Santamaría. Cruzábamos en una canoa de un tipo sin su permiso. Simplemente la cogíamos. Hasta que un día el hombre se orientó, nos siguió en silencio y se la llevó... Cuando volvimos de torear, no estaba. Tuvimos que atravesar a nado el río hasta donde habíamos dejado las motos. Aparecimos cuatro kilómetros más abajo por la corriente». Ojeda corta el relato y sorprende a Muñoz y Espartaco: «Yo no lo hacía porque quisiera ser torero, sino por y para mí. Como un acto íntimo que jamás me hubiera gustado prostituir en las plazas. Y eso que no he vendido toda mi tauromaquia del campo».
Hacía un siglo que no se reunían. No les cohíbe la grabadora para sincerarse con la confianza de quienes fueron capaces de aguantarse en el silencio de los miedos. Se respetan porque se admiran: «Un torero que no admira a otros toreros es una lápida sin nombre». La sentencia senequista es de El Tártesico. Tan renuente con la prensa que sorprende por su afabilidad. Pasean por las marismas del Guadalquivir. Ya es de día. 
PO. Éste que está aquí [por Muñoz], al que no le echo muchas flores nunca, me tenía chalao por cómo se traía los toros detrás de la cadera. Tan despatarrado que yo pensaba: «Eso mismo es lo que yo quiero hacer». ¿Que si lo admiro? Pierdo el sentío. Y, de este otro [por Espartaco], pensaba «¡qué técnica, cómo está haciendo a ese toro que no sirve!». 
EM. Juan ha sido el torero más inteligente que he conocido en mi vida. Tenía un ojo en la nuca. 
ES. A mí me dijeron que para triunfar había que conocerse a uno mismo, conocer al toro y conocer al público. 
EM. Os digo una cosa: es imprescindible tener amor propio y orgullo, pero a la vez la sinceridad de reconocer a los que han sido más que tú. Si no, eres un chufla. Paco y Juan fueron figuras. Yo no mandé. Madrid no me dio el sello. Pero creo que toreé mejor que ellos. 
PO. Torearías mejor pero fuiste más irregular. A Juan le valían el 80% de los toros. 
ES. Una de las cosas que no se alaba lo suficiente de Emilio es la espada que tenía, un cañón. Y luego esa pureza con la izquierda... Siendo además un torero complicado, que no pretendía ganarse al público ni caer simpático. Era mi antítesis. Nosotros teníamos el afán constante de superar al de enfrente. Pero siempre desde la admiración. Engrandecer a tu rival te hacía superarte.
EM. Tú sabías que cuando hacías el paseíllo al lado de Paco y Juan no te quedaba otra que arrimarte. La presión se multiplicaba. 
ES. A mí me pasó que toreando un día en Sevilla con Paco me entró un dolor físico terrible. Por la tensión generada tras haber visto el lío que le había formado a un toro de Juan Pedro. Un calambre desde el hombro a la rodilla. Tan intenso, que pensaba que no podía salir. Me sobrepuse y corté una oreja. Pero hubo un momento en el que ya no sabía qué más hacerle al toro.
EM. Este hombre [por Ojeda] te disparaba.
PO. Todo el mundo arreaba, aquello hervía. 
ES. Es que como no arreases te quitaban de en medio. Fíjate los que estaban: Paquirri, Capea, Manzanares, Dámaso, Roberto, Robles, Ortega Cano, las reapariciones de Antoñete y Manolo Vázquez, mi Curro... 
EM. Yo aflojé y me tuve que ir a mi casa. Entre Paco, mis neuras y la muerte de Paquirri...
La tragedia de Pozoblanco en 1984 les sacudió una terrible descarga emocional: «Pénsabamos que era inmortal». 
(...)
Hoy todo ha cambiado. Hay una crisis externa, una ruptura social fomentada por la nueva izquierda que reniega de su pasado, y una enfermedad de origen autoinmune, un inmovilismo inconsciente, una especie de «tancredismo suicida» (Arnás), que acorrala la tauromaquia. Recuerda Emilio la época taurina del PSOE y el PCE y la ratifica Ojeda: «Enrique Múgica vino 30 tardes conmigo». Como veteranos de guerra que rememoran los tiempos de gloria, se recrean en las campañas americanas, en la conquista de El Dorado, en las tardes victoriosas y las noches locas. En América estaba el Paraíso. Y reviven rejuvenecidos las pícaras anécdotas de Espartaco. Hasta que se ponen muy serios para abordar graves asuntos como la desaparición actual de las novilladas, la debacle de las plazas de tercera, la extinción del apoderado independiente, el sistema... ¿Hubieran salido Muñoz, Ojeda y Espartaco en medio de este panorama desolador?
EM. Yo pienso que no. 
PO. Habría que ver si lo que funciona es la personalidad de cada uno o se imponen las circunstancias. 
ES. Nos adaptaríamos aunque nos costaría más. Sería muy difícil. Pero también saldríamos adelante. El que es figura ahora también lo sería hace 40 años. O viceversa. Resignarse a que la fiesta quede reducida a las plazas importantes es un error. Entonces es cuando se acaba esto. 
EM. Para que existan océanos tiene que haber ríos y para que haya ríos tiene que haber afluentes. Y los afluentes y ríos del toreo son los pueblos. 
PO. De todas formas hay ahora algunos toreando que ya no deberían tener cabida. 
EM. El sistema ha llevado a que un empresario apodere a seis toreros y otro lleve a otros cinco. Y las ferias se hacen con esos toreros. Se ha perdido una figura importantísima: el apoderado independiente. 
PO. Los toreros también deberían saber hasta dónde pueden llegar. ¿Qué pasa? ¿Que como te lleva uno que tiene plazas el público tiene que joderse contigo por cojones?
EM. Nosotros no estábamos bien en una feria y cogíamos la cuesta abajo sin frenos. Hoy no pasa.
La reducción de las grandes ganaderías preferidas por las figuras -aunque, como señaló un día Juan Mora, entonces esos otros hierros estaban en otro momento- ha instalado la previsibilidad como rutina. Que hoy se torea mejor que nunca es lo que dicen en algunos foros. Pero ¿qué piensan los maestros? 
EM. Me parece una gran injusticia. Y si lo dice un profesional, una falta de respeto. Es saltarse a Belmonte, Manolete, Pepín Martín Vázquez, Pepe Luis... Independientemente de eso, pienso que no se torea mejor que nunca. ¿O hay alguien hoy que toree mejor que Camino y El Viti? 
PO. No se torea mejor. Lo que hay es una gran igualdad en todo y en todos. 
ES. Está todo muy igualado aunque a veces se vean faenas cumbre. Quizá no tiene la misma emoción porque el toro no cambia. Es el mismo de un día para otro. El toro antes ofrecía posibilidades distintas, era más imprevisible: yo he sido un torero catalogado como técnico. Y los toreros técnicos, normalmente, crean mucha frialdad en el público. Pero tenía que reinventarme cada tarde. Lo mismo te ponías hoy delante de uno de Santa Coloma, mañana de uno de Ruchena, pasado de otro del Conde de la Maza... Y al día siguiente de uno de Juan Pedro. Y es lo que hacía que las faenas no tuvieran la perfección previsible actual. Pero había más emoción. 
(...)
Hablan entre ellos de los toros escondidos más allá de los nombres ya sabidos de los inmortalizados por sus manos -Jarabito, Dédalo y Facultades-, los que les dieron fama y dinero y los que aún braman en sus pesadillas. Siguen la polvorienta senda entre los humedales, conscientes Muñoz y Espartaco de que caminan con el último revolucionario: «Sin duda que lo fue. Influyó en todos. Impuso la ligazón, eso de quedarse en el sitio. Nosotros le perdíamos pasos. Hay un antes y un después de Paco». 
Y entonces Ojeda explica lo suyo, la ligazón a ultranza, el nacimiento del ojedismo, que no es como ahora lo entendemos. Ni siquiera como lo contamos: «No lo he explicado nunca. Simplemente la diferencia del impacto que se llamó revolucionario fue que, mientras los toreros trataban de meterse dentro de los terrenos del toro, yo metía al toro en mis terrenos. [Y dibuja en el aire la circunferencia que deja al toro imaginario en su pecho]. No lo tenía que explicar para que no lo aprendan... La ruptura es que yo me ponía los pitones aquí, aquí o aquí [y traza trenzas y ochos, enraízados los pies a la tierra]. Dámaso González se arrimaba como nadie». Muñoz le interrumpe y matiza: «Pero tú, Paco, lo hacías en el segundo muletazo, y las plazas rugían». Y Espartaco asiente. Y se alejan los tres como sombras chinescas toreando por las marismas. 

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