La fiesta de los toros y Andrés Manuel López Obrador // Vigencia de sus señalamientos
Por Leonardo Paéz.
En el número 1234 del semanario Proceso, publicado el domingo 25 de junio de 2000, apareció una entrevista sin desperdicio titulada López Obrador y la fiesta brava: hay que recuperar la legalidad, en la que el entonces candidato a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal hizo declaraciones por demás interesantes, algunas de las cuales transcribo para la posible reflexión de taurinos y de antis, pues a ninguno de esos sectores le sobra disposición al autoexamen:
“… la falta de interés de los gobiernos por la fiesta brava –comenzaba el hoy candidato electo a la Presidencia de la República– se debe a que no hay mucha sensibilidad política para entender que ese espectáculo tiene que apegarse a las leyes vigentes… Si éstas son insuficientes o incompletas, justas o injustas, eso es otra cosa y puede revisarse. Pero mientras no haya otras, hay que respetar las vigentes, pues de lo contrario se deteriora la calidad de la fiesta y se pierde la seriedad del espectáculo”. Casi dos décadas después, una fiesta brava mexicana a la baja, gracias a la autorregulación de poderosos promotores sin vigilancia, muestra la vigencia de esas afirmaciones.
“… la fiesta brava es una tradición milenaria –continuaba AMLO– que habla de un tema tan esencial como la relación entre el ser humano y la naturaleza. Eso está en la mitología de todas las culturas antiguas. En Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, etc., se tiene al toro como símbolo de fecundidad, de fuerza, de fiereza. Estos son los antecedentes de la fiesta taurina de España que, con el paso de los siglos, logra criar un toro propicio para el espectáculo… la fiesta brava, nos guste o no, es resultado final de una serie de hechos históricos que llega hasta nuestros días.
“… lo que está sucediendo con la fiesta brava en México –abundaba El Peje– de alguna manera refleja la situación del país… en febrero pedí a mi equipo un diagnóstico del estado actual del espectáculo en la Ciudad de México y en el país en general, y lo que falta es una política que defina los intereses y objetivos comunes que deben perseguir todos los sectores del mundo taurino para evitar abusos, componendas y engaños… Además, si el atractivo del espectáculo ha disminuido, eso no es culpa del gobierno de la ciudad, sino de los interesados en el negocio, porque se supone que la fuente de trabajo es de ellos, no del gobierno, y después, pero sólo después, de las autoridades responsables de cumplir y hacer cumplir el reglamento vigente.
“… en los toros, como en cualquier otro reglón de la vida pública, es injustificable toda omisión por parte de la autoridad responsable. Pero aquí no estamos hablando de taurinismo o de antitaurinismo, sino de algo muchísimo más importante para la salud de una comunidad: el compromiso con la ley. Si las leyes se incumplen, no hay negocio, público o privado, que pueda tener éxito ni trascendencia social”, subrayaba Andrés Manuel. Transcurridos 18 años, los resultados obtenidos por un multimillonario duopolio taurino –los Alemán y los Bailleres–, no pudieron ser más mediocres: ausencia de bravura, de figuras nacionales, de rivalidad y de interés del público, junto a la creciente dependencia de ventajistas toreros importados más una autoridad decorativa.”
A reserva de finalizar en la próxima entrega las reflexiones de López Obrador hace 18 años en torno a la fiesta de los toros en nuestro país, ojalá Morena, por su bien, evite parecerse a impresentables partidos verdes y no le haga el juego al pensamiento único.
Publicado en La Jornada
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