Una complicada y deslucida miurada baja el telón de San Fermín 2018
La firme solvencia de Rubén Pinar y una gran estocada impulsan la única vuelta al ruedo. Rafaelillo y Moral se estrellan sin opciones
Desgraciadamente, y a pesar de todo, la corrida de Miura no pudo lidiarse completa: un toro se lastimó en el enchiqueramiento una vez sorteado. Y hubo de reemplazarse por el sobrero de Fuente Ymbro. Que fue titular. El clásico cierre de San Fermín venía cojo. Y gafado. Al de Ricardo Gallardo habría de fiar Rafaelillo -la primera vez en su carrera que se enfrentaba a un hierro diferente al de Zahariche en Pamplona- las posibilidades de éxito. Pues el castaño miureño -largo y alto, tan ancho y basto de palas como de sienes- fue deslucido y complicado al máximo. Y con el poder contado para desarrollar. Los cabezazos, los medios viajes, el ataque por el palillo. Ni con las inercias que concedió se desplazaba. La apuesta por el pitón izquierdo más abordable (sic) no dio frutos y sí dos desarmes desabridos. Imposible por el derecho. Resolvió con habilidad con la espada.
Rubén Pinar sintió que su suerte podía ser otra con las embestidas iniciales de un cárdeno miureño más fino. De pitones y hechuras. Kilométricas, por cierto. Descolgó en los mandones lances del saludo a la verónica. Pero en banderillas cambió a peor. Ángel Otero -soberbio- y Víctor Manuel Martínez solucionaron con poderío las dificultades. Que crecieron a medida que avanzó la faena de Pinar. Desde los doblones de apertura, repuso el toro apoyado en las manos, rebrincado, soltando la cara. Y ya totalmente agarrado al piso a izquierdas. La recia solvencia del albaceteño de Tobarra contó con la contundencia de la espada.
El larguísimo tercero tuvo una movilidad muy loca y sin entrega. No paró. Pepe Moral lo recibió con dos largas cambiadas. Y galleó por chicuelinas hacia el caballo. Ahí faltó un puyazo en firme para quitarle la correosa repetición. A Moral le sacó el aire. Pese a su preparación física. Venía el miura sin ir metido en la muleta, sin permitir casi la colocación. Y aun así el sevillano le esbozó naturales de enorme mérito, en esa escuela que dejó Manolo Cortés. Pasar, al menos, pasaba. Cuando lo despenó de una estocada, el torero resopló.
Si Rafaelillo libró un par de largas cambiadas al anterior de su lote, al de Fuente Ymbro -el más pesado de la miurada con sus 620 kilos- le echó las dos rodillas por tierra a la verónica. La hondura del atacado torazo de Gallardo era portentosa. Una brutal carrocería sin motor. Solamente con su nobleza no podía, asfixiado en su tonelaje. Otra vez Rafael sin opciones en una faena de mucho y sordo metraje.
La huesuda y agalgada anatomía del quinto miura carecía de seriedad. Ni por la cara. Impropio no sólo para Pamplona, sino para cualquier plaza de primera. A su altura y dándole sitio, con cabeza preclara y oficio curtido, Rubén Pinar le extrajo lo que daba y lo que no. Aquella inocuidad simplona terminó anclada. Sin inercias nunca puso de su parte. Pinar lo pasaportó con admirable rectitud. Un solo golpe de descabello y la rapidez de las mulillas en el arrastre le birlaron la oreja. Paseó una sincera vuelta al ruedo.
El tremendo aparato del último imponía. Tampoco humilló. Ninguno a fin de cuentas. Otro con el poder limitado -sin que perdiese una mano-, ese que habita en los cuartos traseros, en la bravura que no existió. Entre las complicaciones y el deslucimiento se movió la miurada. La descarada retranca del violento Aguilitoarruinó las posibilidades de Pepe Moral. Que pasó un quinario para darle muerte.
Bajó el telón San Fermín 2018 con la mayúscula decepción de Miura como amargo postre.
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