domingo, 3 de junio de 2018

CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA DE LA XXVII DE SAN ISIDRO

Miura contra su leyenda: una corrida mal presentada e ingrata



Buen derechazo de Pepe Moral al mejor miura de una corrida decepcionante por fuera y por dentro HEREDIA
Pepe Moral saluda la única ovación con el mejor toro de una tarde decepcionante.
Miura traía clavada la espina de Madrid. La corrida de San Isidro 2017 fue un fiasco sonoro. Cambiado el orden de su presencia -¡ay, la presencia!-, la cita del 3 de junio ya no era cierre de feria y se antojaba de vital importancia. Como para Rafaelillo, Pepe Moral y Román por distintos motivos. Al reclamo de la legendaria divisa centenaria se dio un lleno asombroso en Las Ventas.
Si el primero de la tarde no lleva el hierro de Zahariche, arde Troya. Tan enjuto y escurrido. Una tabla de planchar con dos pitones. Y ninguna intención de embestir. Ni de humillar. Todo frenado sobre las manos desde que lo paró Rafaelillo con el capote. La cara por la esclavina. Y las ideas afiladas. Cobró lo suyo sin emplearse en el caballo. Hasta cuatro encuentros de falsete. Pepe Moral se atrevió con un quite por chicuelinas. El miura se dolió en banderillas y siguió doliéndose de su presunta condición de toro bravo. La muleta de Rafael Rubio peleaba además con el viento. Expuesto por el pitón más claro (sic), el izquierdo. Medios viajes al paso entre derrotes como toda respuesta. Infumable incluso para jugársela. El poder, en el cuello. Soltó el último taponazo cuando atacaba el matador murciano con la espada. Un leñazo casi a topacarnero. Durísimo el choque. En el suelo escapó el hombre de la bestia de puro milagro. La taleguilla rota y el gesto desencajado. El acero enterrado hacía guardia. Un calvario para descabellar con la muerte tapada.
Una seria cabeza coronaba la interminable longitud cárdena del miura de Pepe Moral. El formidable pescuezo de la casa usado esta vez para humillar. Una apariencia más aparente al menos. Y una nobleza notable. En el caballo dormida. La fuerza precisa. Moral brindó a la parroquia. Y se dobló toreramente con el toro. El empaque de aquellos doblones continuó en su derecha. De modo prometedor. Perdiendo pasos, hilvanaba los muletazos. Pero la faena se perdió en su tramo central. Como el Guadiana. Eolo enredaba y tal. Reflotó de nuevo al final. Por uno y otro pitón el zapatillazo. Largo el trazo, abriendo la buena embestida en los naturales. Buenos naturales, por cierto. El dibujo por encima del embroque. El pecho vistiendo el hueco. Qué hermosos fueron todos los obligados a lo ancho de la obra. El estoque no sumó. Y la ovación sonó a premio de consolación. Compartida con el arrastre del miureño.
La miurada regresó a sus registros agalgados y flacos sin, a lo peor, haber salido de ellos. Cardenito claro el tercero. No es casual el diminutivo. Ni por delante ni por detrás el trapío. Un estrellón contra las tablas en la frontera de los tendidos "6" y "7" frenó las protestas. Tampoco tantas. Es más: el accidente de las maderas partidas se aplaudió con atronadora potencia. Como un suceso. La potencia precisamente no habitaba aquella movilidad pronta y ágil. Muy viva. Iturralde agarró en lo alto los puyazos. Por arriba fijaba su cara el toro. Que venía y no se iba del palillo de Román. Los vuelos enredados como su flequillo con el aire. La fluidez cerebral cada vez más cortocircuitada. Reponía la embestida sin posibilidad de gobierno. Saltaba por el izquierdo como si fuese a pisar minas. El epílogo de faena con las tres cartas tiradas. Sin fe alguna los pinchazos. Saliéndose de la suerte.
Rafaelillo libró un farol de rodillas como salutación al cuarto. Que lucía la culata de un pollo flaco. Sin remate ninguno. Ni tipo ni gaitas. Sin tracción trasera. No tiró nunca hacia delante. Pues la bravura jamás alumbró una arrancada. No abandonaba nunca la jurisdicción del torero. Imposible otro toreo que no fuese el defensivo. Y lo más grave es que entre tanto deslucimiento las complicaciones no se apreciaban arriba. Más o menos lo mismo sucedió con el huesudo quinto. Gaitazos y más gaitazos desabridos en la muleta de Pepe Moral. La brevedad se impuso.
El último recuperaba la seriedad que no trajo Miura a Madrid. Miura contra su leyenda. Saltó al callejón con facilidad equina. No hubo males mayores porque el abordaje fue en los terrenos del "7", la zona menos poblada entre barreras. Chocolate picó a ley. Fuerte el toro. Hacía por humillar pero sus arrancadas carecían de entrega. Y de final. Ásperas y broncas. Román convirtió tripas en corazón. Un esfuerzo por tragar. Y tragó lo suyo. Como despedida de sus tres tardes isidriles: deberían entregar carnets de apoderamiento.
La ingrata corrida no se cayó como en 2017. Ya ves. O el miedo a las caídas llevó a mover en exceso la agalgada corrida, o en Zahariche va a quedar este año la partida de pienso como remanente. Si hay algo que las 22.000 almas que concurrieron ayer a Las Ventas daban por infalible era la presentación. Y la presentación falló con estrépito. Otra vez. No hay perdón. La espina de Miura siguió clavada en Madrid.

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