Ni el agua puede
con la Roca
en San Isidro
El torero peruano corta la única oreja en una corrida de Victoriano del Río que se apagó muy pronto
La tarde de máxima expectación parece hundida, entre el diluvio y la escasa casta de las reses de Victoriano del Río. A pesar de la decepción y de estar empapados, la gente no se va, esperando que algo cambie. El milagro sucede en el último: Roca Rey convence a todos y corta un trofeo. La mojadura ha merecido la pena.
Los toros de Victoriano del Río han cumplido bien en varas pero se han apagado; los mejores, han transmitido muy poco; los peores, se han rajado a tablas. En conjunto, no aportan emoción: así, en Madrid, es casi imposible el triunfo rotundo.
El primero va largo y humilla pero transmite muy poco. Es un «Casero» que recuerda más a la gaseosa que al gran pintor taurino. En su primera actuación en la Feria, Miguel Ángel Perera se muestra muy firme, reposado, seguro, en un trasteo correcto, pero el toro y la faena van a menos. Su estilo, tan poderoso, necesita un toro con más pujanza. Mata sin convicción. Después del diluvio, el cuarto se duerme en el caballo. El gran Curro Javier arriesga muchísimo en banderillas: quizá no corre bien por el suelo mojado, queda a merced del toro, que lo entrampilla, se libra por pelos de un percance serio. Perera se queda muy quieto, le saca una buena tanda de muletazos pero el toro se raja. Con un toro huido, prolongar el intento de faena no tiene sentido. Le queda otra tarde, en la Feria.
Se esperaba con gran interés a Talavante y su posible enfrentamiento con Roca Rey. Entre los toros y la lluvia, las esperanzas se frustran. El segundo, recibido con protestas, pronto flaquea. Es un «Cantaor» que no propicia el cante jondo, ni siquiera el chico; no va mal pero se queda en muy poco. Alejandro no se da coba y se encasquilla con el descabello. Al final de esta casi inexistente faena, se desata la tormenta, caen chorros de agua sobre Las Ventas, la gente huye, despavorida, se refugia en el bar, con copas de coñac, cafés calientes y chistes malos. «Estamos como los huevos: pasados por agua». El quinto flaquea, se va, queda corto; no es digno de su nombre, «Entonado», como la voz de Don Quijote («ronquilla pero entonada»). Se luce Trujillo con los palos. Talavante lo prueba, con suaves muletazos, que carecen de toda emoción, y se lo quita de en medio. Y se va de la Feria con esta triste sensación, «sin romperlo ni mancharlo».
El tercero tiene un nombre muy adecuado, es un «Navegante» encastado pero flojo. Bajo el chaparrón, Roca Rey, impávido y solemne, logra suscitar olés con el capote; brinda al público; la faena es desigual pero tiene mérito: lo mejor, los naturales; lo más emocionante, cómo aguanta un parón, con los pitones rozándole el muslo. Pero el toro acaba rajado, en tablas.
Al salir el sexto, la esperanza de ver a Roca Rey hace que la gente no haya huIdo, a pesar del miedo al catarrazo. Este último toro sale fuerte pero suelto; tardea, en el caballo; no humilla. Después del quite por saltilleras, el peruano hace la estatua cuatro veces y sorprende al público, sacándose al toro por la espalda. Aunque la res flaquea, se suceden los muletazos mandones, ligados. Cuando aguanta un parón, la Plaza es un clamor y se convierte en un manicomio, cuando se saca al toro con una arrucina. Está tan cerca que el animal lo empuja pero, en el suelo, no hace por él: «Con su valor, lo ha asustado», escucho. Y mata entrando muy derecho: la oreja es el premio justo, pedido por todos. En una tarde difícil, ha mostrado la responsabilidad y la seguridad en sí mismo que distingue a las figuras. Apostilla un vecino: «Como Cristiano, cuando tiró el penalti a la Juve». Escucho a un viejo aficionado: «Mi destino es morir de una pulmonía, en una Plaza de Toros». Pero añade: «Ha merecido la pena». La gente sale empapada pero feliz: se han emocionado viendo lo que esperaban, el fenómeno que es, ahora mismo, Andrés Roca Rey.
Más allá de la emoción, tengo que insistir en el breve análisis: su valor sereno impresiona a los públicos pero, detrás de él, hay una capacidad técnica grande. No es un artista exquisito pero, siendo tan joven, tiene amplio espacio para mejorar en las suertes básicas del toreo. Su entrega es absoluta; su ambición, total. Y detrás de todo ello está una cualidad muy rara, que distingue a los elegidos: la capacidad para pensar, delante del toro; para cambiar, según convenga, por las condiciones del toro y para ganarse al público; es decir, lo contrario del vicio, tan común, de traer la faena hecha, desde el hotel.
Esta tarde, Andrés Roca ha vuelto a ser rey, bajo el diluvio. Ni siquiera el agua ha podido contra esta roca.
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