martes, 29 de mayo de 2018

LA CRÓNICA DE ANDRÉS AMORÓS DE LA XXII CORRIDA DE SAN ISIDRO

Las Ventas: con medio toro, toreo a medias

Con una corrida de escaso juego y cuatro avisos, tarde de aburrimiento



Llueve, al comienzo, pero el ruedo está en buenas condiciones y pronto despeja. La suspensión del día anterior ha abierto más ganas de ver toros pero Torrehandilla (de procedencia Jandilla), que lidia su primera corrida en Madrid, no es lo mismo que Partido de Resina: echamos de menos haber visto a los guapos cárdenos. Los toros de esta tarde dan muy pobre juego; las largas faenas provocan el aburrimiento y los avisos.
Daniel Luque intenta volver a la primera fila en la que ya estuvo. Le he visto triunfar en las grandes Plazas; sus cualidades son evidentes y lleva ya once años de alternativa. El primero, apagado y suelto, recibe un puyazo simbólico (como era la bofetada de Vittorio de Sica a su hijo, en una comedia, cuando le encontraba con la criada). Luque lo mete en la muleta con fácil oficio aunque el toro pega tornillazos. Concluye con sus luquesinas (que muchos han copiado). Recibe un aviso pero saluda una ovación. El cuarto se quita la vara, echa la cara arriba, pega gañafones. Cuando Daniel logra algún muletazo, el toro rueda por la arena y la posible faena se despeña. Mata a la segunda.
Muchos profesionales elogian las cualidades de David Galván, el diestro de San Fernando. Fue herido en el pasado San Isidro. Este año, lleva tres festejos y en los tres ha salido en hombros. En el tercero, apenas picado, traza muletazos de buen estilo, dando el pecho, pero las desiguales embestidas impiden que la faena se redondee. Mata con decisión: saludos. Recibe con larga de rodillas y una mezcla de verónicas con chicuelinas al quinto, que protesta, en el caballo. Comienza con un cambiado, estatuarios haciendo el poste y el inevitable del desdén. Logra pases a media altura con naturalidad pero le reprochan el ajuste. Las bernadinas provocan dos momentos de apuro. Ha habido pinceladas estéticas pero ha faltado unidad y mando. 
Vuelve a Las Ventas el joven toledano Álvaro Lorenzo, formado con los Lozano, que abrió la Puerta Grande, con tres orejas, el Domingo de Resurrección. Se le recibe con una ovación. En el tercero, dibuja templados muletazos de mano baja, muy tranquilo, pero el toro desparrama la vista, protesta y pega derrotes. Suena un aviso y mata bajo. El sexto, jabonero, gordo, flaquea, levanta protestas: lo devuelven, en banderillas. El sobrero, de Virgen María, es francés pero también Domecq: protestado por cornicorto, huye del caballo, pega arreones. Álvaro aguanta con temple y reposo, al natural. Mata a la segunda. Sin repetir el triunfo, deja buena imagen.
Una tarde más, se lidian los que ahora suelen llamarse «medios toros»: ni buenos ni malos, sino todo lo contrario, diría «La Codorniz»; no plantean gran peligro pero, salvo que se trate de un artista excepcional (que son muy pocos), conducen inexorablemente al aburrimiento. Si los diestros, además, alargan las faenas y reciben avisos (cuatro, esta tarde), el resultado es plomizo, como el cielo. Buscando el toro bonancible, colaborador, manejable, desembocamos en estas reses, que acaban aburriendo a las ovejas. Sin el toro bravo, no cabe la emoción. 
Postdata. En el burladero de apoderados, acompañando a Luque, he visto esta tarde al matador francés Roberto Piles. En 1970, fue el sobresaliente en el mano a mano de Antonio Bienvenida y Luis Miguel, en el festival a beneficio de los damnificados del Perú, que determinó la vuelta a los ruedos de este último. El 2 y 3 de octubre del año siguiente, toreó con él (y el rejoneador Alfredo Conde) en las corridas que organizó Luis Miguel en el Belgrado de Tito. El público sólo reaccionó con entusiasmo cuando Dominguín sufrió una herida en la mano, con bastante sangre, y comprobaron que los toros bravos no eran –como ellos creían– amaestrados animales de circo. Una aventura singular.



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