lunes, 2 de abril de 2018

CRÓNICA DE PATRICIA NAVARRO / LA RAZÓN Entre lo divino y lo humano por Resurrección



A

Roca Rey corta un trofeo y Antonio Ferrera da una vuelta al ruedo en la Maestranza de Sevilla 

SEVILLA. Domingo de Resurrección. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y uno, el 5º, de Toros de Cortés, bien presentados. El 1º, devuelto; sobrero de Toros de Cortés, con movilidad pero desigual y corto en el viaje; el 2º, complicado e incierto; el 3º, con ritmo, noble y de buen juego; el 4º, de buen juego; el 5º, rajado y protestón; el 6º, movilidad sin entrega y rajado. Lleno de «No hay billetes».
Antonio Ferrera, de berenjena y oro, estocada arriba (saludos); aviso, media, descabello (vuelta al ruedo).
José María Manzanares, de azul pavo y oro, pinchazo, estocada corta y trasera (saludos); media (silencio).
Roca Rey, de tabaco y oro, estocada delantera y punto contraria (oreja); estocada, descabello, aviso (silencio).
Eran, fueron, las siete y diez de la tarde. No de cualquier tarde. Ni de cualquier día. Era el día. Resurrección. Sevilla. El peso de la Historia precede. La Maestranza huele distinto. Resplandece. Sevilla sin sevillanos en el cartel de los carteles. Ni toros ni toreros pero con un lleno a rebosar. Un gustazo. Eran las siete y diez. En punto. Eran los segundos que preceden a la muerte. El silencio penetraba cada resquicio de Sevilla. Antonio Ferrera se perfilaba en la suerte suprema. Altón el toro. Sobrero. De Toros de Cortés. Había tenido su miga. Manzanares calentaba muñecas en el callejón y Roca Rey la cintura. Eran los protagonistas en acción. Como si la tensión hubiera creado en esos segundos un triángulo de emociones, con tres focos indiscutibles y once mil espectadores en verdad invisibles.
Entre lo divino y lo humano por Resurrección
Antonio Ferrera dando un pase de pecho (EFE)

Se pararon en seco los movimientos y fue ahí, justo ahí, cuando Antonio se tiró con todo y con todo entró esa espada, en lo alto. Tanta verdad en una suerte resuelta a su favor en cuestión de milímetros: los que deciden cada día el sino del triunfo o la tragedia. Triunfo es muchas tardes irse andando a casa. Ferrera saludó. Dejaba atrás una faena sincera a un toro, sobrero, con movilidad pero muy desigual en el ritmo y con tendencia a quedarse corto. La oreja era suya y de ley en el cuarto. Pero no fue. Tardó en sonar la música, como en coger la espada después. Fue faena muy personal. Con mucha magia. Cierto es que ocurrió todo en el tercio, en el cobijo de tablas, y la intensidad se vivió por barrios. Me tocó en uno bueno. Tan cerca, que la emoción nos hizo presos, por no saber qué venía después. En tiempos previsibles, suma. El toro, gustoso de escarbar, tenía una embestida vibrante, porque pasaba por la muleta con contundencia y de ahí que no nos dejara indiferentes. Hubo pasajes absolutamente maravillosos. Por distintos. Por locos. Por ser partícipes de esa búsqueda de Antonio, de ese encuentro de Ferrera. Por esos chispazos que, de repente, te atrapan. Y amenazan con no soltar.

Entre lo divino y lo humano por Resurrección
Imagen de la voltereta que sufrió Manzanares

Le avisó. El segundo. En el duelo que mantuvieron a solas ya José María Manzanares y el de Victoriano. La cosa no iba de broma y no fue. Le lanzó un metro por los aires en uno de los muletazos diestros. Qué fea la cosa. Creímos desde el principio que el pitón no le había metido pero el cuerpo lo debía tener desmadejado. Hizo el animal en la muleta lo mismo que había hecho en el caballo. Arremeter con ganas y salir suelto después. Arreón de manso. Salió incierto. Al segundo o tercer aviso le prendió y después intentó Manzanares meterle mano al toro con solvencia. Y oficio. No le dio opciones un quinto rajado y protestón.
Un huracán vino desde Perú para quedarse. Volcánicos fueron los comienzos en el centro del redondel de Roca Rey al tercero. Por estatuarios tan convencido de desafiar al destino, fuera el que fuera, que conectaba con el público de manera irremediable. Un pase cambiado en pleno camino de la expectación y un buen muletazo entremedias: de pasárselo por la barriga y encajarse de veras. Fue el toro que más quiso ir, con el temple, la nobleza y el ritmo más definidos. La faena de Roca conjugó a la perfección calmar las ansias de su propia expectación con ese valor de acero que le permite aguantar lo inaguantable, ya sea en los parones del toro, sorprender pasándose al animal por donde le viene en gana, o enganchar algunos muletazos extraordinarios por largos, profundos, mecidos, templados y muy muy despaciosos. Así se ganó Sevilla. También. La espada punto delantera y contraria fue de efecto lento. Se hizo con el trofeo. Se echó de rodillas para recibir al sexto, que se movió sin entrega y se rajó antes casi de empezar. Entrega toda del peruano, que anduvo entre los pitones lo indecible. Y así, entre lo divino y lo humano se nos fue la tarde. La tarde de Resurrección que acabó en noche. Y quedamos ahí atrapados.

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