En la rue de Poise, junto al Bulevar Courbet, hay un restaurante estupendo. Se llama Nicolas. Sin acento en la a. Se pronuncia nicolá, pero. El exilio de 1939 repobló el sudeste francés de españoles derrotados. Y de su sangre y sus nombres. La cerrajería más concurrida de Nimes es de un Nicolas también. Da igual. El restaurante es antiguo. Radiadores de los años 30, vigas de madera vista, un suelo de baldosas moriscas, ventanales altos y estrechos, un vestíbulo acristalado como pórtico que hace pensar en los días de viento.
La pintura predominante es el gris plomo, que tranquiliza. Sentará a cincuenta personas. Las mesas están bien separadas, independientes. Lujo asiático en la Francia de comer. Lo común son las mesas pequeñas y tan juntas unas de otras que tu vecino parece comensal de tu mesa. Aquí no. No se oye más conversación que la propia. Lo que digas o lo que en silencio pienses. No había casi nadie. Me dieron mesa junto a la ventana. ¡Qué paz! Sin hilo musical, sin televisión, sin gente que grita. Estaba puesta en la cocina una radio. Apenas se oía. Te sentías en una casa de familia.
Hace dos o tres años, la última vez que vine a cubrir los toros de septiembre -la feria de la Vendimia-, no recuerdo quién me recomendó esta casa. Reservé todos los días para comer. Una mesita solitaria. Me trataron de maravilla. Comí no sé si tan bien como al mediodía de este segundo día de detención forzosa en Nimes. La huelga salvaje de los cheminots. Ya tengo billete para poder llegar mañana a Figueras a media tarde. La huelga se ha ensañado en estas tierras del sudeste. Solo uno de los siete trenes que cruzan los Pirineos por el túnel va a circular mañana. Iré con la panza llena.
Una sopa de pescado al uso del país: con su queso rallado y su salsa de ajo. Qué rica. Y un lenguado molinera, muy fresco, con su perejil planchadito en la piel tostada, su gota de aceite de oliva y guarnición de puré de patatas bien horneado. Solo un camarero, que era zurdo y ha desespinado, limpiado y fileteado en cuatro el lenguado. Sole meunier! Un bizcochito al ron de postre. Media jarrita del vino del país. Es que no era menú -la oferta es de tres distintos- y el precio puede subir un poco. Los vinos del Ródano, los tintos, son de buen paladar. Los del año y los otros.
Antes de venir a reencontrarme con Nicolas -la dueña se sienta en un aparte desde donde controla todo, su hijo cocina recetas clásicas- me pasé por el Cheval Blanc, frente al Coliseo, porque es el sitio de los toros y el toreo. Un clásico. Ya no es hotel sino apartamento. Aire británico con grandes gotas de Art Decó, o al revés, y dos veladores altos con taburete. A mediodía. Nadie. En ferias se llena hasta la bandera. La bandera es una vitrina con un traje de luces que donó Antonio Ordóñez hace setenta y tantos años. Está el traje como para sacarlo de la vitrina y calzárselo. Y hay la cabeza de un toro de Pablo Romero que impone. En Nimes se lidiaban en aquella época toros grandísimos. Y en Arles, todavía mayores. Hay más cosas de toros. Para otro día.
Estaba nublada la mañana, pero fue abriendo. Y mientras pensaba en la ventana de Nicolas qué comer, salió el sol. Tuve por la mañana que escribir un poquito para Aplausos. Un recuento de los toros de Pascua en Arles. Y luego, al paseo no de flaneur sin rumbo, sino de reconocimiento porque me gusta recuperar el alma de las ciudades donde he echado pasos perdidos alguna vez. El plan era recorrer el perímetro de la ciudad peatonal. Toda la Nimes antigua está cortada al tráfico rodado, por el perímetro solo circula transporte público. no hay más edifico moderno que una presuntuosa Cupole adjunta a los antiguos Halles, los mercados de estructura y vigas de hierro que en España llamamos estilo Eiffel.
Como el viaducto de Ormaíztegui, que dejó tan bien pintado Darío de Regoyos hace más de un siglo. Si vienes de disfrutar del mercado de los sábados por la mañana de Arles -cientos de puestos en el Bulevar des Lices-, un mercado de 1930, reformado y creo que empeorado hace diez años o así, impresiona poco. Pero huelen sanos los pescados y el marisco. He visto precios prohibitivos. Por ahí estaría esta mañana ese lenguadito del Nicolas.
Pero es que no iba al mercado sino a recorrer los tres lados del triángulo y, luego, a cruzar sus calles de eje: la rue de la Madelaine, donde está el comercio de alimentación mejor. La Maison Vilaret, en la esquina con la plaza de l´Horloge, es una pastelería fantástica, con sus mesitas de salón de té, su mobiliario de madera, su silencio y su aroma de vainilla. Escarchan frutas que no suelen verse: la piña, el kiwi, la ciruela amarilla -la de los bodegones de Cezanne-, las peras con su pedúnculo. Y venden, de fabricación propia, los calisses, esos dulces de almendra cuya paternidad se arrogan los pasteleros de Arles. Pero este año he comprobado, con pena, que la calisería de la rue Wilson había cerrado. Porque en Arles han ido cerrando muchos sitios de los buenos de verdad: la tienda de Harmonia Mundi -libros, música-, la floristería de la place Antonelle en la entrada de la Roquette, el restaurante vascofrancés Chistera, que estaba al lado y daba pescado bueno, y donde solía hacer tertulia Jacques Durand, un revistero taurino extraordinario. En Nimes no se detecta tan en serio ese fenómeno de la desertización de los cascos viejos. Lo que define al fenómeno es el cierre en cadena del pequeño comercio. O porque se han ido los vecinos o porque el precio de los alquileres arruina el negocio. Si se derrumba en la Francia antigua el comercio urbano, será como ver caer un imperio.
He pasado por la Porte Auguste, ruina romana histórica; me he detenido en los escaparates y en los puestos callejeros de la Imprenta y Editorial Ollé Lacour y he buscado sin éxito un libro sobre las propiedades de las berenjenas. Acabo de saber que son venenosas, aunque nadie lo diga. Oídos sordos. La colección culinaria de libros de Lacour es una enciclopedia más sabia que las teorías bio al uso tan ligeras. El Pasaje Gabin, interpuesto entre la imprenta y la editorial, es un ejemplo de arquitectura imperial francesa. Además de la cocina, la especialidad de Lacour es la historia de los templarios, que en Nimes y sobre todo en Arles fueron muy poderosos. O no sé si la cosa del Temple es de la Librería Bíblica, que está al lado. Puedes comprar cotas de malla, espadas, guanteletes.
El Bulevar Gambetta, con sus castaños, plátanos y ailantos todavía en ramaje de invierno, estaba menos animada que otras veces. Los hermanos sicilianos del Mercadante han sacado a flote el restaurante que abrieron hace cinco o seis años nadando contra corriente. Vinos de Sicilia, carta siciliana. Otro mundo. La estatua de Antonino Pio, emperador nacido en la Neamusus romana, es uno de lo ángulos del triángulo. Y en seguida aparece esa maravilla arquitectónica que es la Maison Carrée, que parece levitar. La mediateca que Norman Foster construyó hace veinticinco años justo enfrente de la Maison ha envejecido. La Maison Carrée -dos mil años de vida- se conserva joven, como recién pintada de blanco del Nilo. El misterio de los clásicos. Acabo en el Coliseo después cruzar las callejuelas de las bodegas taurinas, enfilo la Esplanade y la Avenue Feuchéres -elegantísima- cruzo la estación del tren, casi desierto, compruebo que el tren de París circula mañana y subo al hotel a ver la luz de la puesta de sol, que es triste. Un tren de mercancías larguísimo se ha saltado la huelga. Ya se sabe que la estación de Nimes tiene dos pisos. Los piquetes estaban en el bajo.
El Hotel Imperator está cerrado por reforma. El canal de La Fontaine fluye como la sangre. Late.
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