A la memoria de Raúl Riera Zubillaga ganadero
de reses bravas, y en el afecto de sus
aliados en la pasión, Alberto Ramírez Avendaño, Monchito e Ildefonso Riera Z
En los
llanos de Carora en el antepecho de la ciénaga y ya con vientos de La Guácima
cargados de aguas peregrinas que saludan mezquinas las sabanas arangetana del
sitio de Los Caballos que sin el Tajo y sin el Jarama dá su yerba magra a la
vacada cuya capa lustra el insidioso sol para engastar en El Oro del araguaney
la gema de bravura que es el toro de Los Aranguez; con largueza de trapío en
modesta alzada, recorrido codicioso, humillando con nobleza y empujando jaca y
vara.
La dehesa carorensis es sin sangre y es sin jugo, como el cronista afirmaba. Sin olivos con olivas, con encinas trasmutadas en ralas uvedas de generosa sombra y nutritivas y broncíneas vainas.
La Carora salamanquina, Tierra brava por procera y por ser lar de los Lara, tierra brava y sabia como su epónima castellana y por el encaste sevillano de Santa Coloma con vertientes de la sabana bogotana, de Garfias y Vallecaucana.
Cincuenta años es un siglo, es un lustro, pueden ser un instante en los tiempos del Arcano, pero cincuenta años en la historia de los Aranguez es un culto infinito de emoción y empeño en la construcción del toro bravo en nuestro país, un esfuerzo sin par y si paga para dotar a Venezuela del elemento angular de la tauromaquia, del epicentro de la fiesta brava en su expresión sublime de Arte, donde confluyen, coraje, que no es bravura, bravura que si es nobleza y que no es otra cosa que la síntesis estética del hombre y el toro en un diálogo críptico que gratifica al espectador por su belleza.
Los bravos de Los Aranguez, sin pretender enjundia al decirlo, son ensamblaje sincrético de castas y encastes en el legado biológico recibido, más genética, trópico y desprendimiento pasional del ganadero culto y universal que hace posible que Carora sea, como lo es, tierra brava y sabia, además de proceda.
Un abrazo
Pastor Ramírez Herrera
La dehesa carorensis es sin sangre y es sin jugo, como el cronista afirmaba. Sin olivos con olivas, con encinas trasmutadas en ralas uvedas de generosa sombra y nutritivas y broncíneas vainas.
La Carora salamanquina, Tierra brava por procera y por ser lar de los Lara, tierra brava y sabia como su epónima castellana y por el encaste sevillano de Santa Coloma con vertientes de la sabana bogotana, de Garfias y Vallecaucana.
Cincuenta años es un siglo, es un lustro, pueden ser un instante en los tiempos del Arcano, pero cincuenta años en la historia de los Aranguez es un culto infinito de emoción y empeño en la construcción del toro bravo en nuestro país, un esfuerzo sin par y si paga para dotar a Venezuela del elemento angular de la tauromaquia, del epicentro de la fiesta brava en su expresión sublime de Arte, donde confluyen, coraje, que no es bravura, bravura que si es nobleza y que no es otra cosa que la síntesis estética del hombre y el toro en un diálogo críptico que gratifica al espectador por su belleza.
Los bravos de Los Aranguez, sin pretender enjundia al decirlo, son ensamblaje sincrético de castas y encastes en el legado biológico recibido, más genética, trópico y desprendimiento pasional del ganadero culto y universal que hace posible que Carora sea, como lo es, tierra brava y sabia, además de proceda.
Un abrazo
Pastor Ramírez Herrera
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