RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ
No
hay duda alguna que la fiesta brava venezolana actual para poder sobrevivir
debe de generar revulsivos para que tome consciencia de cara al colectivo
general. De allí que el que en este momento el Táchira cuente con dos baluartes
del toreo, como son Manolo Vanegas y Jesús Enrique Colombo, da tela que cortar
y llena de ilusión al aficionado, ese que se motiva en momentos como estos, por
más y difícil que nos encontremos.
Jesús
Enrique se presenta como matador ante sus paisanos, es decir, aquellos quienes
le vieron dar sus primeros pasos. Le verán cuajado en un portentoso torero al
que la crítica especializada española le considera una promesa al que la
campaña del 2018 representa el punto de inicio a ese ascenso empinado que es
ser figura del toreo, que se dice poco y es tan difícil, que muchos son los
llamados y pocos los elegidos.
El
precedente de Colombo en lo que significa su encerrona en solitario es un hecho
de suma responsabilidad y sí se quiere temerario. Pocos asumen una apuesta tan
ambiciosa como esta en la que es una tarde donde debe de imperar aparte de las
cualidades físicas y técnicas, una rica variedad capotera y muletera para no
convertir en monótono una festejo donde todas las miradas se centraran quien
viste el chispeante de oro.
Jesús
Enrique toreará seis toros él solo, lo hará con reses de la novel vacada de San
Antonio, ganadería que el año pasado en su estreno en la Feria del Sol en
corrida de toros nos deleitó con embestidas bravas y entregadas de sus pupilos.
El joven criador, Edgar Bravo, asume también una apuesta de riesgo, pues sabe y
conoce lo que desde Yaracal viene seleccionando desde hace varios años.
El
precedente de Colombo no ha sido el único a lo largo de la historia del toreo
nacional. Recurrimos a la memoria bibliográfica del maestro El Vito para
descubrir los antecedentes de esta gesta, como la acontecida el 23 de enero y 6
de febrero de 1898 en el Circo Metropolitano de Caracas por parte del espada
Diego Rodas “Morenito de Algeciras”, ante toros cuneros, como de la misma
manera lo hizo pocos años después en el mismo redondel Joaquín Rodríguez
“Parrao”, tras el percance el primer toro de su compañero de mano a mano,
“Corcito”, por cornada.
El
siglo XX en este tipo de acontecimientos lo estrena el 16 de enero de 1910
Vicente Mendoza “El Niño”, quien despacho seis astados, por cierto “El Niño”
padre de quien sería ídolo de masas, Julio Mendoza Palma. Como también
importante fue la tarde de Pablo Mirabal “El Rubio”, figura de la torería
nacional a comienzos de siglo, quien herido desde su primer astado despacho el
sexteto de bureles con la raza que le caracterizó.
La
primera encerrona venezolana con carácter de acontecimiento fue el 24 de junio
de 1921 a cargo de Eleazar Sananes “Rubito” en Arenas de Valencia, ante toros
del Hato La Trinidad del general Salvador Barreto, cortándole cinco orejas, lo
que dio pie para que “picado en su orgullo” Julio Mendoza Palma, hiciera lo
mismo, el 9 de octubre de 1921 en el Circo Metropolitano de Caracas en festejo
matutino. De esta fecha nos trasladamos hasta el 3 de abril de 1949 cuando ya
con cartel de ídolo de masas, Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro” hiciera lo
mismo en la Plaza de Toros de Maracay ante toros de Guayabita, cortando tres
orejas y un rabo, para dar pie fortuitamente un octubre de 1950 a una de las
grandes gestas del gran César Girón, cuando aún de novillero quedaría solo en
el mano a mano que le enfrentaría a Moreno Sánchez (pupilo predilecto del
maestro Pedro Pineda) en la arena del Nuevo Circo de Caracas, ante reses
criollas, el cual despachó de seis espadazos y un pinchazo, para salir en
hombros de los presentes.
Sería
el mismo César quien protagonizaría su segunda encerrona, la tarde de su
primera retirada, el 28 de marzo de 1966, en el Nuevo Circo de Caracas, ante
reses mexicanas de Valparaíso, cortándole seis orejas, toda una apoteosis. Once
años después en esta misma arena Celestino Correa hizo lo propio en una tarde
donde las espadas (siempre su Talón de Aquiles) le malograron una tarde
pletórica de buen toreo, ante reses mexicanas de Coaxamalucan, que saldó con
cinco vueltas al ruedo y la salida en hombros a pesar de no haber “tocado
pelo”.
Emotiva
fue la última tarde vestido de luces de César Fáraco en su despedida de los
ruedos en el Nuevo Circo de Caracas, un 9 de septiembre de 1978 ante astados
mexicanos de Piedras Negras y uno de don Manuel de Haro, con posterior salida
en hombros de muchos lagunilleros y merideños que esa tarde se dieron cita en
el coso san agustino.
La
última cita en Caracas de esta envergadura la protagonizó el 10 de octubre de
1992 Erick Cortés, quien venía de Europa con la vitola de figura y líder del
escalafón novilleril de ese año en la que había tomado alternativa,
presentándose en solitario ante reses de distintas ganaderías a saber Los
Aranguez, Bellavista, Rancho Grande, El Capiro y Santa Marta.
Capítulo
aparte el marcado por el recordado Bernardo Valencia, quien protagonizó en dos
ocasiones en la Plaza Monumental de Valencia tal compromiso, siendo junto con
César Girón los únicos que por partida doble lo han hecho.
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