Hace unos años escuchaba, cómo en los corrillos taurinos de San Cristóbal se hablaba de un picador. Recién llegado con su familia a la ciudad, la sorpresa mayor era que el hombre había “inventado” para entrenar su manera de picar, que le lanzaran un “caucho,” (neumático) mientras él, a horcajas sobre la barrera trataba con la vara de picar detener la goma rodante antes de llegar a él; esa forma de practicar iba acompañada de un hombre de mirada dura que honrosamente se viste de picador. Se llama: Luis Quintana.
Montando a la “leyenda” de la feria el caballo Apaloosa (que
toreó toda la corrida de Victorino y creo que también
casi toda la feria) recetó una de las varas más emotivas que se han visto en la
feria de San Sebastián: dos veces el toro fue al peto, dos varas lo recibieron
con torería seria, sin búsquedas de palmas gratuitas mostrando un ejercicio de
la profesión con la responsabilidad que caracteriza el toreo a caballo y la
dignidad de responder con hechos a lo que andaba rondando las calles del rumor;
-¿Podrá la cuadrilla con la de Victorino?-Esa vara y la brega de los de plata a
lo largo de la corrida, fue la positiva respuesta.
Se ha cometido un error vergonzoso, pocos le dan el mérito
al trabajo de los toreros de plata, el profesionalismo mostrado es para destacar,
lo hecho por la cuadrilla y la vara de Luis Quintana lo demuestran. Lástima que
ellos rueden por las calles de la desunión, ojalá y se juntaran para poder decir con el orgullo que genera la
línea del poema a Pepe Luis Vázquez del poeta Rafael Duyos Giorgeta que tenemos,
“banderilleros de seda picadores de hierro”.
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