Como resultado de la Feria de San Sebastián
DOS GALLOS TACHIRENSES,
Y UNA AFICIÓN A LA ESPERA
EL VITO
La más célebre de las rivalidades fue la de Joselito y
Belmonte, y la más importante en Venezuela la dos toreros de Caracas, Eleazar
Sananes “Rubito” y Julio Mendoza “El Negro”. Sobre “rubiteros” y “juliteros”
creció el toreo en nuestra propia época dorada. No hubo otra en el tiempo, como
la de Rubito y Julio. Ni otros ídolos capaces de dividir a los venezolanos como
lo hicieron Rubito y El Negro.
Los intereses de empresarios y apoderados no se
casaron con aquellas rivalidades brotadas en los tendidos de nuestras plazas. Y
lo lo cieron porque los Cástulo Martín, Emilia Cebrián, los apoderados de
aquellas épocas no veían billetes en una rivalidad entre Diamante Negro y Alí
Gómez o la de Joselito Torres y César Girón. El propio Girón con El Diamante pudo
haber sido importante, y hasta el enfrentamiento de César con su propio hermano,
Curro, la que se quedó en los despachos de las empresas.
En fin, fueron rivalidades frustradas, no alimentadas
por mentes que no eran ni profesionales y visionarias y que no estuvieron
preparadas para la grandeza, como ocurría en España entre los seguidores de
Manolete y de Arruza. En México, entre los seguidores de Lorenzo Garza y los de
Fermín Espinosa “Armillita”. Colombia vivió los enfrentamientos muy productivos
entre Joselillo de Colombia y Pepe Cáceres, mandones de la fiesta neogranadina,
hasta que llegó a los escenarios el maestro de maestros César Rincón.
EL TÁCHIRA NOS DA UNA SOLUCIÓN
Como casi siempre ocurre, en San Cristóbal, en la
Feria de San Sebastián, surgieron aires
de ilusión y de esperanza para la fiesta de los toros en Venezuela. Dos muchachos
del Táchira han sido descubiertos por la multitud, y sobre la frustrada
expectativa de los toros de Miura, los nombres de grandes como Manzanares,
Fandiño y El Fandi, hoy en el reñidero de la polémica resaltan dos nombres, los
nombres de dos gallos del pario, César Vanegas y Fabio Castañeda.
Dos historias distintas, orígenes diferentes y
trayectos por líneas incongruentes.
César Vanegas es un torero de tradición, nacido en el
seno de una familia torera, es hijo del “Fulichan”. Torero cómico, muy importante
este Fulichán y desde hace décadas sostén y escuela de novilleros en la
serranía andina. En esta escuela, la de su padre, aprendió Julio César Vanegas
el oficio, la técnica y desarrolló la afición sobre la que sostiene su
profesionalidad. No ha sido hombre de viajar al exterior, tal vez alguna plaza
colombiana cercana a la frontera con Venezuela. Ha preferido hacer su carrera
en su tierra venezolana, donde varias campañas lo tienen como líder en el
escalafón nacional. En el 2002 se hizo matador de toros en Mérida, fue su
padrino El Cordobés y llenó de ilusión a los más exigentes aficionados.
Fabio Castañeda llegó a su recién alcanzada
alternativa en San Cristóbal por caminos mucho más sinuosos, si se quiere
enfrentando más conflictos. Alumno de César Faraco en la Escuela Taurina de San
Cristóbal, participó un día en lo que la gente del beisbol conoce como un
“tryout” en el picadero de Campopequeño, de los hermanos Rodríguez Jáuregui en Mérida.
Fue Fabio el más destacado entre los aspirantes convocados por el Círculo de la
Dinastía Bienvenida, para ser becado en la Escuela Taurina de Madrid. Un año
estuvo en la Casa de Campo, hasta que llegó el momento de los festejos
profesionales, es decir de torear con picadores. Castañeda se fue a Francia, y
en Nimes dio un aldabonazo muy importante que no fue escuchado en Venezuela.
Los oídos llenos de cera de los taurinos nacionales impiden aprovechar al talento
nacional. Fueron más de un par de
temporadas, magras en número de festejos, los que vivió en Europa. Ahora ha
sido “descubierto” cuando ante un buen toro de Torrestrella se revela ante sus
paisanos.
Los jurados para designar los triunfadores en las
ferias siempre provocan polémica. Ocurre en Venezuela como en México, Colombia
o España. Es, como me decía un compañero, “la salsa delos caracoles” que le da
sabor a este fin de fiesta. La gente de Cesar Vanegas no está contenta; y no lo
pueden estar porque, porque su torero, Vanegas, cuajó lo que él mismo considera
la tarde de su vida.
Los de Castañeda, felices. Consideran que Fabio se ha
revelado ante quienes pretendieron ignóralo, y lo ha hecho con una faena
completa ante un toro muy completo.
UNA TRANSFORMACIÓN EN PUERTA
Lo importante es el resultado. Dos toreros
venezolanos, que de tener fortuna pueden convertirse en el pivote transformador
de la fiesta de los toros venezolana. Iba a escribir “revolucionaria”, pero la
verdad es que estoy hasta los mismísimos cojones de esta revolución y no quiero
revolver la hermosa fiesta, decadente en nuestro medio, con la farsa de
revolución que pulveriza la nación venezolana con su corrupción, incapacidad, entrega de nuestra soberanía y demás yerbas
que han convertido a Venezuela en lo peor de lo peor.
Estos dos toreros, rivales, andinos y con seguidores,
pueden encarnar la confrontación catalizadora que necesitamos tanto en los
toros como en la sociedad. Y lo digo con toda propiedad, considerando la fiesta
de los toros como lo más nacional de
todas las expresiones en nuestra mestiza nación venezolana. Ahí el reto para
las plazas de Valencia, Maracay, Mérida y Maracaibo, las cuatro patas de la
temporada grande de Venezuela, y también el atractivo para esas plazas del
interior que forman el andamiaje, o el esqueleto, del cuerpo taurino. Hablamos
de manos a manos, de tercias con estos dos espadas junto a Leonardo Benítez,
Erick Cortés, Rafael Orellana, hablamos de promover y difundir los verdaderos
valores nacionales.
Todo esto debe sentarse en el buen criterio de los
empresarios, dignificando con honorarios justos la profesión de los toreros.
Sobre una cabaña brava digna, de toros con presencia, trapío, pesos y edad
reglamentarios. Hay que rescatar la ilusión en
nuestros toreros y las emociones en los tendidos. La llave de la fortuna
la integran César Vanegas y Fabio Castañeda, dos tachirenses dispuestos a
salvar a Venezuela.
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