Silverio llegó al toreo con la misión de a recoger la herencia que había dejado intacta su hermano Carmelo |
EL VITO
Ha sido publicado un libro que sirve de bisagra
a dos generaciones del toreo mexicano. Con el llamativo título de Silverio se unen los que llevaron la
pasión inaudita de los tendidos del viejo Toreo de la Condesa, a los amplísimos
escaños de la Plaza Monumental México.
A la entrada del tendido en la Plaza México,
el pincel de Ribelles inmortalizó a los hermanos Carmelo y Silverio, de
"los Pérez de Texcoco".
Apasionantes ambos, que le dieron un vuelco a
la fiesta de los toros mexicana.
Guillermo Cantú, un autor que es muy
conocedor del sentido del toreo mexicano, es también, por la ideología
expresada en sus libros y artículos, hombre muy polémico.
La intención que envuelve Silverio no es diferente a la de su
anterior trabajo, Muerte de Azúcar, contribución
y búsqueda de una explicación a la expresión racial al toreo sensual.
Leí la obra de Cantú durante mi estada en
Chichimeco en el rancho de Miguel Espinosa Armilita
Chico. Tras andar el camino escrito por Cantú, viví la oportunidad y el
privilegio de acercarme a los hermanos Carmelo y Silverio de la mano de la
narración de anécdota brillantemente recordada por Carlitos Izunza —fotógrafo
de los inmortales— y por Miguel Sahid, un armillista hueso colorado, quienes
fueron testigos y protagonistas de los días de la gloria de los toreros de
Texcoco en la Ciudad de México. Tal vez los mejores días del garcismo
militante, enfrentado al armillismo. Eran aquellos días del terreno abonado
para que Carlos Quiroz, "Monosabio", lanzara la máxima guerrera
taurina de: "Agarzarse o
morir".
Más tarde en el tiempo y en la pasión de los
corazones aparecería entre los monstruos el torero nahuatl, Silverio Pérez.
Los gigantes en pleito se habían declarado la
guerra tras el pacto de San Miguel Texmelucah. Era Tlaxcala contra Zacatecas.
Silverio llegó al toreo con la misión de a
recoger la herencia que había dejado intacta su hermano Carmelo. Muerto tras
largo, doloroso y penoso calvario que padeció tras las espantosas cornadas
inferidas por Michín de San Diego de
los Padres. Cornadas que como cuchillos penetraron el cuerpo del texcocano,
inerte sobre la arena del Toreo de la Condesa en la Ciudad de México.
Contaba Miguel Sahid que los silveristas cuando
iban a la plaza y para diferenciarse de los rivales garcistas y armillistas, y
para identificarse con su ídolo Silverio, llevaban prendida a la solapa del
paltó, o prendido del pecho de la camisa, una cinta de color solferino - rosa
mexicano -, para sin necesidad de gritarlo decir que estaban con El Compadre, que eran del partido de
Silverio Pérez; porque los que gritaban y se peleaban en los tendidos eran los
armillistas y los garcistas, militantes furibundos de las peñas La Porra y la
Contraporra, que capitaneaban "El Jitomatero" y "El Zángano".
Silverio Pérez fue torero de grandiosa
irregularidad, desacertado e inspirado, estaba prácticamente acuñado entre
Armillita y Garza con su insolente indolencia en su expresión de indio en el
torear... De esa conexión es que trata la obra de Cantú; y el autor busca en cada
línea y en cada párrafo las raíces raciales de la expresión que difícilmente
—tal vez sólo Andalucía— sea entendida en otro rincón del universo taurino.
Al alimón con la obra de Guillermo Cantú leí
la recopilación de las crónicas de Carlos León, quien en el diario Novedades de México creó un estilo
epistolar —muchas veces mal imitado— para narrar sus reseñas y crónicas
taurinas... Estilo avinagrado, hiriente, sarcástico, de profundos conocimientos
taurinos el de Carlos León Quezada, que mucho antes de que apareciera la tesis
de Guillermo Cantú, se opuso rotundamente "a eso” que calificaron como la expresión taurina mexicana, y que ha
sido muy alimentada por el periodista Francisco Lazo, responsable de la
información taurina del influyente tabloide Esto.
Aún vibra en el ambiente periodístico taurino
mexicano otro cronista, este ya desaparecido, muerto en un trágico accidente
aéreo y que llenó de dulce mexicanismo sus sabrosas cuartillas. Me refiero al
yucateco Carlos Septiem El tío Carlos. Silverista
apasionado este poeta de la crónica, como también lo fuera de Carlos Arruza,
dos de los toreros que Carlos León convirtió en dianas para los dardos de la
avinagrada crítica.
Los escritores y los periodistas, los
aficionados y las peñas, vivían en México con la pasión de sus toreros. Eran
cada latido de aquellos corazones que le dieron vida y presencia a lo que
califican los que narran la historiografía de la fiesta como la Edad de Oro del
Toreo en México. Al vivir y escuchar revivir el apasionante remolino de la
polémica taurina, comprendí el porqué de las raíces tan hondas en el toreo
mexicano; y vi que para llevar pasiones y masas a los tendidos, hay que
distinguirse con divisa solferino.
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