lunes, 7 de mayo de 2012

CON DIVISA SOLFERINO

Silverio llegó al toreo con la misión de a recoger la herencia que había dejado intacta su hermano Carmelo




EL VITO

Ha sido publicado un libro que sirve de bisagra a dos generaciones del toreo mexicano. Con el llamativo título de Silverio se unen los que llevaron la pasión inaudita de los tendidos del viejo Toreo de la Condesa, a los amplísimos escaños de la Plaza Monumental México.
A la entrada del tendido en la Plaza México, el pincel de Ribelles inmortalizó a los hermanos Carmelo y Silverio, de "los Pérez de Texcoco".
Apasionantes ambos, que le dieron un vuelco a la fiesta de los toros mexicana.
Guillermo Cantú, un autor que es muy conocedor del sentido del toreo mexicano, es también, por la ideología expresada en sus libros y artículos, hombre muy polémico.
La intención que envuelve Silverio no es diferente a la de su anterior trabajo, Muerte de Azúcar, contribución y búsqueda de una explicación a la expresión racial al toreo sensual.
Leí la obra de Cantú durante mi estada en Chichimeco en el rancho de Miguel Espinosa Armilita Chico. Tras andar el camino escrito por Cantú, viví la oportunidad y el privilegio de acercarme a los hermanos Carmelo y Silverio de la mano de la narración de anécdota brillantemente recordada por Carlitos Izunza —fotógrafo de los inmortales— y por Miguel Sahid, un armillista hueso colorado, quienes fueron testigos y protagonistas de los días de la gloria de los toreros de Texcoco en la Ciudad de México. Tal vez los mejores días del garcismo militante, enfrentado al armillismo. Eran aquellos días del terreno abonado para que Carlos Quiroz, "Monosabio", lanzara la máxima guerrera taurina de: "Agarzarse o morir".
Más tarde en el tiempo y en la pasión de los corazones aparecería entre los monstruos el torero nahuatl, Silverio Pérez.
Los gigantes en pleito se habían declarado la guerra tras el pacto de San Miguel Texmelucah. Era Tlaxcala contra Zacatecas.
Silverio llegó al toreo con la misión de a recoger la herencia que había dejado intacta su hermano Carmelo. Muerto tras largo, doloroso y penoso calvario que padeció tras las espantosas cornadas inferidas por Michín de San Diego de los Padres. Cornadas que como cuchillos penetraron el cuerpo del texcocano, inerte sobre la arena del Toreo de la Condesa en la Ciudad de México.
Contaba Miguel Sahid que los silveristas cuando iban a la plaza y para diferenciarse de los rivales garcistas y armillistas, y para identificarse con su ídolo Silverio, llevaban prendida a la solapa del paltó, o prendido del pecho de la camisa, una cinta de color solferino - rosa mexicano -, para sin necesidad de gritarlo decir que estaban con El Compadre, que eran del partido de Silverio Pérez; porque los que gritaban y se peleaban en los tendidos eran los armillistas y los garcistas, militantes furibundos de las peñas La Porra y la Contraporra, que capitaneaban "El Jitomatero" y "El Zángano".
Silverio Pérez fue torero de grandiosa irregularidad, desacertado e inspirado, estaba prácticamente acuñado entre Armillita y Garza con su insolente indolencia en su expresión de indio en el torear... De esa conexión es que trata la obra de Cantú; y el autor busca en cada línea y en cada párrafo las raíces raciales de la expresión que difícilmente —tal vez sólo Andalucía— sea entendida en otro rincón del universo taurino.
Al alimón con la obra de Guillermo Cantú leí la recopilación de las crónicas de Carlos León, quien en el diario Novedades de México creó un estilo epistolar —muchas veces mal imitado— para narrar sus reseñas y crónicas taurinas... Estilo avinagrado, hiriente, sarcástico, de profundos conocimientos taurinos el de Carlos León Quezada, que mucho antes de que apareciera la tesis de Guillermo Cantú, se opuso rotundamente "a eso” que calificaron como la expresión taurina mexicana, y que ha sido muy alimentada por el periodista Francisco Lazo, responsable de la información taurina del influyente tabloide Esto.
Aún vibra en el ambiente periodístico taurino mexicano otro cronista, este ya desaparecido, muerto en un trágico accidente aéreo y que llenó de dulce mexicanismo sus sabrosas cuartillas. Me refiero al yucateco Carlos Septiem El tío Carlos. Silverista apasionado este poeta de la crónica, como también lo fuera de Carlos Arruza, dos de los toreros que Carlos León convirtió en dianas para los dardos de la avinagrada crítica.
Los escritores y los periodistas, los aficionados y las peñas, vivían en México con la pasión de sus toreros. Eran cada latido de aquellos corazones que le dieron vida y presencia a lo que califican los que narran la historiografía de la fiesta como la Edad de Oro del Toreo en México. Al vivir y escuchar revivir el apasionante remolino de la polémica taurina, comprendí el porqué de las raíces tan hondas en el toreo mexicano; y vi que para llevar pasiones y masas a los tendidos, hay que distinguirse con divisa solferino.

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