EL VITO
Miguel espinosa en bronce, homenaje de su orgullosa ciudad |
Noches frías y de viento las noches de José y María, el
pueblo antes de llegar a Chichimeco, el santuario taurino de los Armillita, templo del toreo grande, el arte de la técnica y de la
sabiduría beatificado por don Fermín Espinosa, el Sumo Pontífice de la
tauromaquia.
Allá en Chichimeco, colgando de una pared en el casco de
la hacienda, está la arrogante y desafiante cabeza Clarinero de Pastejé. Toro de bandera de Iturbide, a la que Fermín,
el maestro, le cortó una oreja en El
Toreo, la misma tarde cuando Velásquez tomó la alternativa y que Silverio
indultó a Tanguito. Fue aquella la
tarde cuando El Chato Armillita y Zenaido se rebelaron porque México no
entendió la dimensión de la faena de Fermín. La más perfecta realizada en suelo
mexicano. Las paredes de la vieja casona están cubiertas con fotos, recuerdos,
trofeos, cabezas de toros de Gamero, Cívico, Miura, Pablo Romero, lidiados
magistral y triunfalmente en Madrid, Sevilla, Bilbao, en toda España, por el
más sabio, largo y poderoso de los toreros, y como testimonio de la admiración
que España sentía por el saltillense. Fotos de celebridades dedicadas al
maestro. La más llamativa la del mutilado general Millán Astray, enfundado en
su uniforme de legionario. Chichimeco arropa sus tierras con vides generosas
que cubren mesas y llenan botellas con la carne y la sangre de sus uvas. Vinos
llenos de cuerpo, rebosantes de bouquet, que compiten con los de fuera, no
tanto como "Armillita" competía en las arenas del toreo con Belmonte,
Ortega y Manolete. Allá en Chichimeco,
conocí a una preciosa señora de chispeantes y graciosos ojos azules y
escrutadores, llamada Nieves Meléndez de Espinosa. Dulce y plena en bondad,
señora que guarda en su pecho orgulloso el vibrante recuerdo de un corazón de
lentejuelas que sufre y goza con los triunfos y los fracasos de sus hijos
Fermín y Miguel. Los triunfos de Fermín giran suavemente sobre la cintura
torera, que se prolongan lentamente en su brazo mandón, y que están forjados
con el acerado temple de su majestuosa muleta. Torero, este Fermincito, para
especiales paladares, para aficionados exigentes, para tardes memorables. Y los
triunfos de Miguel, que estremecen con fuerzas los cimientos de la fiesta con
su erguida figura de mandón, que hace lucir al peligro como facilidad y que
corona la cima de la gloria con floridas banderillas, aterciopelados naturales
y estocadas viriles. Ellos dos, Fermín y Miguel, son los mejores trofeos del
maestro. Pilares del Chichimeco de los Armillita, santuario a lo más puro y lo
más grande del arte del toreo americano.
Allí en ese rincón hidrocálido sentí, como nunca había
sentido, la presencia de Armillita en el toreo; abrigado por el calor del
afecto, admirando la grandeza del genio.
Vicente Lozano, Armillita, El Vito y un amigo de Chichimeco en el Museo de la dinastía |
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