jueves, 3 de mayo de 2012

CHICHIMECO



 EL VITO

Miguel espinosa en bronce, homenaje de su orgullosa ciudad
José y María es un pueblito chiquitico en el estado de Aguascalientes. Los viejitos de José y María se quitan el frío con mezcal mientras recuerdan a sus mujeres muertas, llenando con añoranzas el vacío de la noche.

Noches frías y de viento las noches de José y María, el pueblo antes de llegar a Chichimeco, el santuario taurino de los Armillita, templo del toreo  grande, el arte de la técnica y de la sabiduría beatificado por don Fermín Espinosa, el Sumo Pontífice de la tauromaquia.

Allá en Chichimeco, colgando de una pared en el casco de la hacienda, está la arrogante y desafiante cabeza Clarinero de Pastejé. Toro de bandera de Iturbide, a la que Fermín, el maestro, le  cortó una oreja en El Toreo, la misma tarde cuando Velásquez tomó la alternativa y que Silverio indultó a Tanguito. Fue aquella la tarde cuando El Chato Armillita y Zenaido se rebelaron porque México no entendió la dimensión de la faena de Fermín. La más perfecta realizada en suelo mexicano. Las paredes de la vieja casona están cubiertas con fotos, recuerdos, trofeos, cabezas de toros de Gamero, Cívico, Miura, Pablo Romero, lidiados magistral y triunfalmente en Madrid, Sevilla, Bilbao, en toda España, por el más sabio, largo y poderoso de los toreros, y como testimonio de la admiración que España sentía por el saltillense. Fotos de celebridades dedicadas al maestro. La más llamativa la del mutilado general Millán Astray, enfundado en su uniforme de legionario. Chichimeco arropa sus tierras con vides generosas que cubren mesas y llenan botellas con la carne y la sangre de sus uvas. Vinos llenos de cuerpo, rebosantes de bouquet, que compiten con los de fuera, no tanto como "Armillita" competía en las arenas del toreo con Belmonte, Ortega y Manolete. Allá en  Chichimeco, conocí a una preciosa señora de chispeantes y graciosos ojos azules y escrutadores, llamada Nieves Meléndez de Espinosa. Dulce y plena en bondad, señora que guarda en su pecho orgulloso el vibrante recuerdo de un corazón de lentejuelas que sufre y goza con los triunfos y los fracasos de sus hijos Fermín y Miguel. Los triunfos de Fermín giran suavemente sobre la cintura torera, que se prolongan lentamente en su brazo mandón, y que están forjados con el acerado temple de su majestuosa muleta. Torero, este Fermincito, para especiales paladares, para aficionados exigentes, para tardes memorables. Y los triunfos de Miguel, que estremecen con fuerzas los cimientos de la fiesta con su erguida figura de mandón, que hace lucir al peligro como facilidad y que corona la cima de la gloria con floridas banderillas, aterciopelados naturales y estocadas viriles. Ellos dos, Fermín y Miguel, son los mejores trofeos del maestro. Pilares del Chichimeco de los Armillita, santuario a lo más puro y lo más grande del arte del toreo americano.
Allí en ese rincón hidrocálido sentí, como nunca había sentido, la presencia de Armillita en el toreo; abrigado por el calor del afecto, admirando la grandeza del genio.
Vicente Lozano, Armillita, El Vito y un amigo de Chichimeco en el Museo de la dinastía

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