ANDRÉS AMORÓS
Al celebrar la Constitución de Cádiz, nadie recuerda su trascendencia taurina. En 1805, Godoy había prohibido los toros. Las Cortes lo revocaron, gracias a un diputado nacido —¿adivinan dónde?— en Barcelona: Antonio de Campmany, ilustrado, liberal, defensor de la libertad de imprenta, proclamó que las corridas son «nacionales» (el adjetivo que hoy molesta a algunos) y escribió una «Apología de las fiestas públicas de toros». Las Cortes Españolas no han vuelto a discutir el tema... En la Plaza de Cádiz se lidiaron entonces reses, traídas por barco, para eludir el asedio. En El Puerto, una corrida en homenaje a Wellington. Curiosamente, José Bonaparte también apoyó la Fiesta, como medio de ganarse al pueblo...
Vuelvo al comienzo: ¡Viva la Pepa taurina, la libertad de ir a los toros! Pero con toros que emocionen... ¡Mueran las «caenas»!
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