¡A ver quien detiene a Arturo Saldívar!
altoromexico.com
La meteórica ascensión de Arturo Saldívar está fundamentada en el hambre de ser figura del toreo y una fe ciega en su carácter, lo que se traduce en una forma de ser y andar por la plaza que lo obliga a sacar lo mejor de sí mismo en cada corrida.
Y cortar cuatro orejas y un rabo le bastaron al hidrocálido para ponerle nombre a la inauguración de la Temporada Grande, tras una actuación arrolladora en la que brillo la seguridad que tiene, ganada a pulso en la dureza de su reciente temporada europea.
El torero de Tauromagia Mexicana más tímido del grupo en su etapa como novillero, ya se soltó el pelo por completo y ahora sí no hay quién lo pare. Porque Saldívar no transpira sudor; transpira ambición, y con la sólida base técnica que tiene, no cabe duda de que hoy día, sin lugar a dudas, es el matador joven de México más representativo de la nueva generación.
Y si ayer en Aguascalientes le arregló su asunto a Sebastián Castella, hoy en La México se lo arregló a Enrique Ponce, y lo digo con todo respeto para las figuras consagradas, desde luego. En el ruedo, ya lo dijo el maestro Paco Camino más de alguna vez, "hay que ser altivo, y hasta tener mala leche" para buscar ser el mejor todas las tardes.
Hay quien dirá que no tenía caso regalar un octavo toro cuando ya le había cortado las dos orejas del quinto. Pero Saldívar no dudó ni tantito en levantar el índice cuando vio que Enrique Ponce había anunciado el regalo de un toro, sabedor de que si le dejaba el camino libre a Diego Silveti, éste podía obsequiar el otro toro de San Isidro que quedaba en los corrales tras ser devuelto el segundo por chico, formar un lío (como quizá hubiese ocurrido con el morito de regalo, lidiado en octavo lugar) y tal vez el triunfo de Saldívar hubiera sido relegado a un segundo o tercer plano, si Ponce también corta orejas en el séptimo.
Así son las cosas del toro en esta mecánica de intereses, aderezadas por la astucia que, en este caso, debe operar en cuestión de segundos. A José María Garzón, el apoderado español de Silveti, que ha gestionado su carrera de manera ejemplar, hoy el destino le jugó una mala pasada. Ni hablar. Y es que la expectación que había por ver a Diego era mucha, y las miradas se centraron en él durante la lidia del toro de la confirmación, con el que dejó constancia de su sello al cuajar un quitazo por gaoneras, lo que constituyó uno de los momentos estelares de la tarde, ante un toro achochinado, que tuvo calidad, pero al que le pudo más el exceso de remate.
Por su parte, ahí venía Saldívar, después de habar de tú a José Tomás la mismísima tarde de la reaparición del monstruo en Valencia, y de jugarse la vida en Las Ventas el día de su confirmación al lado de Morante ¿Acaso hoy iba a ser diferente? ¡Ni madres!
Y si bien es cierto que la faena al quinto toro, al que le tumbó dos orejas, tuvo altibajos, las bernadinas finales dejaron en claro sus intenciones, como también lo fueron los muletazos que le robó al tercero, un ejemplar reservón al que lo hizo pasar una y otra vez, en una faena de una fibra muy especial.
Este campanazo que ha dado Arturo Saldívar viene a calentar el cotarro, y pone el listón muy alto a los otros jóvenes espadas que vendrán a torear a la temporada, convirtiéndose en un alternante incómodo, de esos que no agradan demasiado a las figuras, precisamente por su raza. Seguramente, Arturo irá atemperando su carácter; afinará su técnica y aprenderá muy pronto a regular ese torrente de ambición. Es preciso que encuentre un cauce más apropiado a sus impulsos, y entonces su toreo va a cobrar más fondo.
Enrique Ponce le tiene bien tomada la distancia al público de La México, su plaza talismán. Cada movimiento, cada detalle, cada mirada, están sustentadas en un histrionismo natural y complejo; es una forma de ser y de andar que tiene loca a la gente.
Y como suele ser aquí en México, Enrique torea olvidándose del tiempo, insistiendo afanosamente en faenas kilométricas para sacar agua a una piedra; lamentándose hoy, tal vez, de que le hayan dado coba para matar esta corrida de una ganadería relativamente nueva que ya se está poniendo al servicio de las figuras, y no al servicio de la bravura.
Así que es de agradecer que el valenciano se prodigue hasta la saciedad y luzca su toreo de seda delante de embestidas cansinas, aunque luego pinche a los toros después de dejarlos como limón de jicamero. Claro, todo hecho con donaire, suavidad, y esa mágica y envidiable comunicación que tiene con este público. Al final se fue de la plaza con un apéndice, y la amargura de que le negaron otro del toro de regalo, cuando a estas alturas de su brillantísima trayectoria, estas son nimiedades que ya no debieran de importarle.
Los reflectores se apartaron de Diego en el sexto, cuando se arrebató y estuvo machacón delante de un toro que se había lastimado una mano y acudía rebrincado a la muleta. El daño estaba hecho; el coraje era notorio. No habría toro de regalo para Silveti, no obstante que mucho público permaneció en sus localidades para ver si podía disfrutar otra vez con ese toreo profundo y recio, como el que bosquejó al ejemplar de la ceremonia. Ya habrá más oportunidad de verlo, pues es un torero del gusto de esta afición, y con todo y su gran parecido a David, él tiene su propia personalidad y sentimiento torero. De eso no me cabe la menor duda.
Ficha
México, D.F.- Plaza México. Primera corrida de la Temporada Grande. Unas 35 mil personas en tarde nublada, y ligera llovizna a partir del 4o. Ocho toros de San Isidro (el 2o. como sobrero sustituto de uno devuelto por chico, mismo que también fue protestado), disaprejos en hechuras y deslucidos en su conjunto, salvo el 4o., que tuvo más movilidad, y el 8o., de buen estilo, premiado con arrastre lento. Pesos: 492, 475, 491, 485, 510, 522, 490 y 480 kilos. Enrique Ponce (tabaco y oro): Silencio, oreja y vuelta tras petición en el de regalo. Arturo Saldívar (nazareno y oro): Ovación, dos orejas y dos orejas y rabo en el de regalo. Diego Silveti (fucsia y oro), que confirmó alternativa: Silencio en su lote. Al finalizar la lidia del séptimo se retiró el banderillero español Antonio Tejero, de la cuadrilla de Enrique Ponce, tras 30 años en la profesión. Aunque Diego Silveti anunció el regaló de uno noveno toro, la autoridad no los permitió porque ya no había más sobreros para obsequiar. Silveti confirmó con el toro "Rey David", número 106, cárdeno claro, con 492 kilos. Los ganaderos Francisco Guerra, padre e hijo, dieron una vuelta al ruedo con Saldívar en el 8o. Al finalizar el paseíllo, miembros de la Porra Libre invitaron a los actuantes y ganaderos a dar una vuelta al ruedo con una pancarta que decía "¡Sí a los toros"!
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