Rosa Jiménez Cano*
Hace 50 años moría Ernest Hemingway, gran promotor de las fiestas de Pamplona. Y hace nueve y cinco años, respectivamente, morían Joaquín Vidal -inolvidable crítico de este periódico- y Alfonso Navalón. Mucho hubiera dado el hombrón de Illinois por entender de toros y escribir de la fiesta brava como lo hicieron los dos críticos españoles nombrados. A Joaquín Vidal por decir la verdad sin paliativos se le consideró un detractor de la fiesta. Ahí estaban los profesionales del halago, palmeros sempiternos de las figuras, para corroborarlo, capaces de crear tumescentes campañas en su contra. Pero como si decían misa con capuz de esmeraldas. Vidal los despreciaba con su silencio a todos y a cada uno. A partir de la muerte de Joaquín Vidal, volvieron a cobrar vuelo los reyes de la coba, esos aguamaniles de la fiesta. Algunos bajo el estigma de críticos corruptos y otros como críticos alondra (esos que escriben permanentemente para las madres de los toreros).
Ante tanta mediocridad inherente la fiesta brava durante los últimos años, nada extraño contenía el bolígrafo azul de Vidal que no estuviera impregnado de verdad. Nada ni nadie le hizo cambiar. Su muerte supuso para los buenos aficionados una pérdida mayúscula. Se quedaron sin la referencia profunda, seria, cabal de aquel que contaba la verdad, sin ambajes ni camelancias. ¡Qué pena más grande sentí cuando la muerte se lo llevó por delante!
(*) Rosa Jiménez Cano, acreditada periodista del diario El País de Madrid, estará el sábado en Valencia para relatar la reaparición de José Tomás, regreso que esperamos los taurinos con ansiedad, algunos, curiosidad, otros, en momentos complicados para la fiesta de los toros
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