martes, 7 de junio de 2011

La Fiesta degradada

Iniciar una lucha por respetar la dignidad del toro de lidia
EL VITO

Cuando Manolete y Arruza se presentaron en Maracay, fue porque en Caracas la Autoridad Taurina había rechazado los toros de Guayabita con lo que se iban a celebrar los tres festejos programados que anunciaban la pareja más importante de la fiesta de los toros en aquellos momentos. En Venezuela en 1946 no había para dónde coger, o se presentaban en Caracas, donde había sido rechazada la corrida, o se iban a Maracay donde la plaza estaba en ruinas. Arenas de Valencia, era una gallera pues apenas le cabían mil y pico de personas. Existían otros circos de poca monta como el Monedero de Ciudad Bolívar o la plaza de toros de Maiquetía, destartalada y de poco aforo. Había muchas plazas de talanquera, regadas por la sierra andina, como las de Táriba y de Tovar, poblaciones que reclaman para sus ferias y temporadas taurinas derecho de antigüedad. Aquel año de 1946, las plazas de Táriba y de Tovar no eran aptas para la presentación del Monstruo y El Ciclón.
Es por ello que, la semana pasada, cuando vimos en los alrededores de la Maestranza a algunos afligidos por las noticias de la suspensión, pensamos en la historia del Maracay taurino. Una historia plena de amagos de estas reacciones de “buchipluma”.
Lo de Manolete y Arruza fue histórico. Tan chica la corrida de Guayabita que cuando los toros fueron desencajonados en Maracay, es decir bajados de los cajones de madera en los que fueron transportados por los camiones desde los corrales del Nuevo Circo, donde a la vista de las autoridades fueron rechazados por su insignificante aspecto. Algunos de los toros se habían dado la vuelta en las cajas y al ser desencajonados donde debía estar la cara de la res aparecían los cuartos traseros.
Y se dieron las corridas y aquello, según leemos en las crónicas, fue algo histórico. Muy importante para la ciudad que estaba muerta desde el fallecimiento del general Juan Vicente Gómez, y que gracias a Manolete y Arruza revivió, volvió a ser visitada por los caraqueños y valencianos y desde ese momento crece y crece hasta convertirse en la gran ciudad que conocemos hoy y cuyos hijos más distinguidos son peloteros y toreros y los emblemas más recurridos sus Tigres de Aragua y la joya arquitectónica de la Maestranza del Calicanto.
Lo de la “buchiplumería” de la Autoridad Taurina se repite en todas las plazas de Venezuela, a pesar de lo claro con que han sido redactados los reglamentos taurinos por los concejos en los diferentes municipios, donde se realizan festejos taurinos. Las autoridades entendiéndolos, comprendiéndolos, no los acatan.
Así que el domingo en Maracay la Autoridad de quedó en “Buchipluma no más”. Armaron una alharaca, asustaron a la empresa, es posible que hayan espantado parte del público que iba a comprar su entrada y… ¡No pasó nada!
Se celebró la corrida, triunfó Manuel Escribano que cortó cuatro orejas, el veterano Luis de Aragua regresó el éxito que tuvo antes en esta misma plaza y Erik Cortéz cortó una oreja.
Un resultado para las estadísticas.
Hace ya algún tiempo, en estas páginas de ZETA y también por otras donde hemos tenido oportunidad de expresarnos en cuestiones taurinas, hemos subrayado y hecho llamados al margen, donde se narra la historia de nuestra fiesta, destacando que ocupamos los últimos lugares del escalafón de rango taurino en el mundo con suficiente mérito sin necesidad de hacer muchas aclaratorias. Nuestros señalamientos los hemos iniciado haciéndonos una autocrítica, porque no hay más culpables que los medios de comunicación por su celestinaje, carentes de denuncia o de demanda por el respeto debido a la afición; pero, los aficionados, también son culpables. Aborregados los públicos año tras año asisten a las plazas como parte del “bonche” carnavalesco en el que se convirtieron nuestras ferias. Hay mucha culpa entre los ganaderos, pues salvadas y contadas excepciones, el toro de lidia venezolano se encuentra disminuido en casta y en tamaño. Ni hablar del toreo venezolano, que no ha sido capaz de luchar por la dignidad de su profesión, como quedó demostrado en las pasadas ferias de La Pascua y de Turmero como sustituyendo personal subalterno los propios matadores hicieron de banderilleros para hacer más menesteroso de lo que se ha convertido el espectáculo taurino venezolano.
Sin embargo, el gran culpable de la mojiganga en que hemos convertido lo que fuera nuestra pasión, es la Autoridad Taurina. Son los veterinarios y los miembros de las Comisiones Taurinas los que aceptan el fraude del afeitado, del toro impresentable y sin trapío, los que no revisan los hierros y marcas en la piel de los animales y los que todo lo aceptan como un caro espectáculo la mojiganga convertida en detrito que como Fiesta Brava aceptamos.
Todo esto tiene solución, sólo si usted, amable lector, en caso de ser aficionado a los toros es capaz de protestar y defenderla en su integridad. Hagamos multitud, formemos una piña en defensa de esta fiesta que nos pertenece como es nuestra la piel que nos arropa

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