martes, 7 de junio de 2011

César Faraco "EL CÓNDOR"

Nunca llegó a hacer el paseíllo con el otro César que daba lustre a nuestro gentilicio, César Girón Díaz. Por una u otra razón jamás estuvieron ellos juntos en un cartel



Carlos Maldonado-Bourgoin

César Faraco alcanzó el grado de matador de toros en la Monumental de Madrid, en la Plaza de Las Ventas, el otro venezolano que alcanzó el doctorado taurino en la capital de España fue Eleazar Sananes "Rubito", que lo hizo en Corrida Regia en la Plaza de la Carretera de Aragón. Son los únicos comptariotas que lo han hecho en Madrid, César Faraco es el único que lo hizo en Las Ventas y fue el 13 de mayo de 1955, con una corrida de Prieto de la Cal(4) y Carlos Núñez (2) con Antonio Bienvenida y Manolo Vazquez, padrino y testigo respectivamente.
Salió a hombros de muchas plazas importantes. Tuvo percances de pronóstico grave que le hacen recibir tres veces la extrema unción. Placas conmemorativas de sus tardes gloriosas hay en Caracas y Orizaba de la Cruz (México). Está representado en museos y en la enciclopedia Los Toros de J. M. Cossío. El diestro venezolano «Diamante Negro» fue su apoyo y su inspiración.
César Augusto Faraco Alarcón nació en San Juan de Lagunillas (Mérida) el 5 de junio de 1933. De familia de comerciantes, gente hospitalaria y sencilla, no conoció de la Fiesta Brava hasta que culmina sus estudios con los salesianos en el Colegio de Sarria, en Caracas. En ese ambiente de enseñanza tuvo por compañeros a Alfredo Sánchez Luna «Alfredo Sadel» y a Héctor Murga, y recibió el apoyo del famoso padre Jesús Calderón.
Un condiscípulo suyo, Víctor Querales, le muestra una colección de la revista mexicana La Lidia, que le despierta el vivo interés por los toros. A poco, ve por primera vez una corrida, nada más y nada menos que la tarde histórica en la que el inspirado matador mexicano Luis Procuna le corta las dos orejas, el rabo y la pata al toro «Caraqueño» en el Nuevo Circo de Caracas. A partir de entonces, ese sería su horizonte y destino, ser figura del toreo en tiempos en que pocos venezolanos lo habían logrado. Brillaba en el firmamento una estrella, Luis Sánchez Olivares «Diamante Negro», al que siguió con admiración, respeto y gran sentido de la amistad, que le fueron correspondidos el joven andino aspirante a torero. El «Diamante Negro» fue figura tutelar de Faraco.
Los inicios fueron duros y precarios. Novilladas con toros criollos sin matar en Guatire y Guarenas, hasta que pisa la desaparecida Arenas de Valencia. Luego, vienen Maracay y Caracas. Viste de luces por vez primera en Maracay, en septiembre de 1952. Actúa en corridas sin picador en 1953. Se traslada a España un año más tarde. Por medio del ídolo de Venezuela Luis Sánchez Olivares se introduce en el ambiente y conoce al célebre “Papa Negro”, don Manuel Mejías Bienvenida. La primera novillada picada la despacha en 7 de marzo de 1954, y el 4 de abril se presenta en la Monumental de las Ventas, en Madrid, toreando con Juan Bienvenida y «Rayito« novillos de Francisco Ramírez. César Faraco tuvo una gran tarde en la que corta dos orejas y sale a hombros por la puerta grande, que le da un cartel y una más que justifica la firma de veintitres corridas en la temporada, cinco de ellas en Madrid, difícil plaza en la que vuelve a triunfar el 1º de octubre de ese año de 1954.
Con toros de la ganadería de Carlos Núñez, César Faraco recibe la alternativa en Madrid en la Feria de San Isidro, de manos de Antonio Bienvenida como padrino y Manolo Vásquez como testigo. El merideño fue el único que dio la vuelta al ruedo esa tarde de poco lucimiento por la dificultad del ganado. Hace cuatro décadas y más, el 13 de mayo de 1955, este emérito torero merideño de valentía y pundonor, tuvo esta distinción que ha sido única en los anales taurómacos patrios. Venezuela está en deuda con César Faraco.
El conocido crítico taurino Ricardo García «Caíto», quien llamó a Manolete el «Monstruo de Córdoba», director del semanario Dígame, apoda a César Faraco el «Cóndor de los Andes», desde entonces este nombre se ha entremezclado con la mitología. Varios pasodobles le escriben, entre los que sobresale la composición del maestro Martínez Mercader, la cual todavía se interpreta y resuena en las tardes de abono de la Feria del Sol de su nativo terruño Mérida.
Diez cornadas y tres fracturas tiene el matador en su haber, sin contar con los percances de poca monta, pero que siempre suman. Tres cornadas gravísimas, casi mortales le llevan a recibir los Santos Óleos en Sevilla, en Caracas y en Ciudad Juárez: En la maravillosa flor a orillas del Guadalquivir Faraco recibe una cornada en el vientre; en la ciudad cuna del Libertador un goloso toro le desgarra un muslo totalmente por su cara interna, siendo milagrosamente salvado por el prestigioso médico taurino venezolano doctor Héctor Visconti; y, en la referida ciudad mejicana fue atravesado en un pulmón. Ya retirado de la carrera, aunque con la misma afición por el toro, Faraco ha tenido tres fracturas de cuidado en festivales y tentaderos.
Los recuerdos, contados con pausa por don César Faraco, el ¨Condor de los Andes¨, van y vienen. Están dos placas conmemorativas de sus hazañas: una en la plaza de Orizaba de la Cruz (México), por tarde en que toreaba en primero y cuarto lugar por ser el más antiguo, y en su último toro lleva al público al delirio, cortándole al toro las dos orejas, el rabo con petición de pata, la afición se olvida del resto de la corrida dándola por terminada y el venezolano sale en hombros por las avenidas principales. La otra en Caracas, plaza que le ha respetado mucho, por tarde en que toreaba con “El Cordobés¨ y Pedro Martínez ¨Pedrés¨, en la que Faraco corta tres orejas. A salir por la puerta grande, la paliza fue de pronóstico, puesto que la euforia fue tal que los aficionados le alzaron por la Av. Bolívar, llevándole hasta los diarios El Nacional, luego a Últimas Noticias, y finalmente al ya desaparecido Hotel Potomac, en San Bernardino. Allí le esperaban dos entrañables amigos: Renny Ottolina y Gustavo Rodríguez Amengual último de sus representantes. Para Faraco por encima de las placas y de los trofeos, están sus mejores prendas que han sido Elizabeth Mesraje, su esposa y Elizabeth Faraco Mesraje, su hija.
El corazón de Faraco es ancho para contados y selectos amigos – que han dejado la impronta del auténtico afecto – corazón ajeno a cualquier asomo de resentimientos, son sus amigos de verdad entre los que se cuentan Tobías Uribe, Gustavo Rodríguez Amengual, Pedro Yllana y Rafael García. Un especial espacio guarda él para el «Diamante Negro», dice el propio don César Faraco sobre su mentor espiritual: “Fue como un padre. Luis ha sido el auténtico e indiscutible ídolo de Venezuela. El fue quien abrió el camino a una nueva generación y las nuevas promociones de toreros”.
Después de su debut en Caracas como matador de toros, Faraco toreo ejemplares de la casi desaparecida ganadería de Guayabita, haciendo terna con sus dos padrinos Antonio Bienvenida y «Diamante Negro», en el año 1956. Nunca llegó a hacer el paseíllo con el otro César que daba lustre a nuestro gentilicio, César Girón Díaz. Por una u otra razón jamás estuvieron ellos juntos en un cartel. No obstante, otras figuras importantes compartieron tardes junto al «Cóndor de los Andes», caballeros y toreros como Lorenzo Garza, Paco Camino, Santiago Martín «El Viti», Antonio Ordoñez, además de los matadores anteriormente citados. En vida profesional Faraco tuvo la aceptación y reconocimiento porque “en España el que se justifica no tiene fronteras y circula”.
En el Museo de la Plaza de Las Ventas (Madrid) se conserva en traje blanco marfil y oro, traje que le distinguió en sus campañas taurinas españolas, y en el Museo de la Plaza de Toros de San Cristóbal se exhiben las dos primeras orejas cortadas en Madrid por César Faraco como novillero.
A muchas celebridades el «Cóndor de los Andes» brinda la lidia y muerte de un toro, primeros mandatarios y gente del momento, pero con especial privilegio evoca Faraco sus brindis, uno a don Juan Belmonte, el «Pasmo de Triana», en faena en la que sale a hombros de la Monumental de Sevilla; otro a don Rodolfo Gaona, en la Plaza de Tlaxcala; y dos más, a las bellas damas del celuloide Lana Turner y Ava Gardner.
La tarde de su retiro como matador de toros, César Faraco se encierra con 6 toros de la ganadería de Piedras Negras pasados de años y de sentido en el Nuevo Circo de Caracas. Tarde de difícil lucimiento para un torero del sitio y temple comprometido como lo fue el modo de interpretar el toreo de César Faraco. En la corrida un caballo queda mortalmente herido y varios banderilleros pasan apuros. Casualmente allí, esa tarde el cineasta merideño Román Chalbaud filmaba la escena final de su película ¨Carmen la que contaba dieciseis años¨. A raíz de esa despedida, se crea la Oficina de Toros de Lidia del Ministerio de Agricultura y Cría, en la que el merideño entra a ser el primer director para la vigilancia, preservación de la pureza y fomento de las ganaderías de casta venezolanas, hasta que viaja y se radica en Méjico año y medio más tarde.
El «Condor de los Andes» cuenta sus prodigiosas andanzas de un merideño por el mundo hispánico con esa sencillez y caballerosidad que le han distinguido, rodeado del respecto y el afecto de amigos y aficionados del toro. En Fería del Sol de postín, con decena de orejas cortadas y el indulto de un toro, recibe placa de reconocimiento entre el rugido de un público tan o más entusiasta al de aquellos años en que tuvieron que lidiar nuestras grandes figuras con “toros de verdad”. Tiempos en que la fiesta era llevada con mayor celo y seriedad por las autoridades y público en general. Época moderna del toro en la que «Condor de los Andes», niveló su altura con las águilas de la sierra ibérica y confundió la elipse de su vuelo con las Cinco Águilas Blancas de la leyenda de don Tulio Febres Cordero. En la actualidad, César Faraco dirige la Escuela Taurina de San Cristóbal, en la que forma a jóvenes prospectos hasta el día que surja un nuevo Cóndor que engalane el firmamento taurino venezolano.
En el momento en que estaba entrevistando a Faraco en casa de Tobías se armó una alharaca de gente que llegaba y me cortaron la nota de la entrevista y de la jovialidad del diálogo con don César.

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