Cayetano Ordóñez, quedaron desnudas sus limitaciones técnicas
ANDRÉS AMORÓS / MADRID
La afición madrileña está muy mosca: con razón. En este tan interesante San Isidro, siempre que han venido las figuras, ha habido problemas con los toros. Repasen los datos y lo comprobarán. El colmo fue rechazar hasta catorce toros de una corrida...
¿Quién tiene la culpa de todo esto? Los últimos responsables son los veterinarios y el presidente. Los causantes, los que han elegido esos toros: en otra época, eran los ganaderos. Ahora, son los veedores y hombres de confianza de las figuras. Para que les contraten, exigen ese poder. Los empresarios saben que el gran público quiere ver a esas figuras y transigen. Los ganaderos necesitan vender sus toros y, si es posible, que los toreen las figuras: también transigen. Los presidentes reciben presiones, temen el escándalo que se produciría si llegara a suspenderse una corrida de expectación. El empresario ha de buscar un difícil equilibrio entre los deseos de los aficionados y las exigencias de los apoderados...
Sin ninguna demagogia, he descrito el problema. Dentro de eso, cada Plaza tiene su fisonomía. Madrid exige un trapío mayor que el de casi todas. Deben tenerlo en cuenta esos apoderados: si no lo aceptan , es más honrado que sus toreros declinen venir a esta Plaza.
Hoy ha vuelto a pasar. Se anunciaba una corrida de Sorando. Los conocedores dudaban de que valiera para Madrid. No se equivocaban. Varios fueron rechazados y el ganadero se llevó la corrida. Hubo que sustituirla a todo correr por otra, de El Torreón: tres cinqueños, primero, cuarto y quinto; algunos, con poca culata, se tapan con los pitones. En general, han sido sosos, flojos, deslucidos. Los dos últimos, además, con problemas. El segundo, muy flojo, es sustituido por un sobrero de Carmen Segovia, manso. La tarde resulta plúmbea; la decepción, general. Después del tercero, mis vecinas dictaminan: «La mitad de la corrida y no ha pasao ná». Lo peor es que, salvo algún detalle, la segunda parte ha seguido los mismos derroteros. Eso es lo que nunca debe poder decirse de una tarde de toros, en la que pueden —y deben— pasar tantas cosas: terribles, emocionantes, estéticas... Repito: hoy, ná.
A Juan Mora lo reciben con una ovación, por su éxito en la Feria de Otoño. El primer toro renquea de detrás, se apaga, se para. Por la izquierda, se para por completo. Juan muestra su buen estilo, propio de un diestro maduro, que sabe torear, pero tampoco pone toda la carne en el asador. Lo mejor, como otras tardes, la oportunidad de llevar la espada de verdad y tumbar al toro en cuanto pide la muerte. ¿Por qué no aprenderán esto y lo imitarán sus compañeros?
Parado como el país
El cuarto es también corto, soso, parado. Escucho una voz: «Está como el país...» Y no se refiere al periódico. Hace algo la estatua con el capote, el toro parece que va a despertar en varas pero mansea claramente. En el intento de quite, pasa sin emoción y dobla. Corre Juan la mano con naturalidad, dibuja muletazos pero, con un toro tan paradito, todo se queda a mitad. Algún detalle de pinturería... y el toro se cae. Sólo ha habido unas gotitas de arte: demasiado poco. Lo mejor, otra vez, aprovechar la oportunidad, con la espada de verdad, en el centro del ruedo.
Manzanares ha salido a hombros, una tarde, y ha cortado oreja, otra. Hoy cierra su Feria y, a pesar de su gran momento y de cómo le espera la afición madrileña, se estrella. ¡Hay que venir a Madrid con una corrida mejor!
El sobrero sale paradísimo. Juan Manuel de Prada apunta una comparación de cinéfilo: «Como si fuese Rita Hayworth, luciéndose ...» El toro renquea, mansea, no quiere varas, es huido. A pesar de las dificultades, se lucen, como siempre, Curro Javier y Trujillo. El toro calamochea: en el primer muletazo hay ya un desarme. Aguanta el diestro, luce su empaque pero le recriminan que descarga la suerte. Segundo desarme y, eso sí, estocada fulminante: decepción y división de opiniones.
El quinto tampoco permite el desquite. Pasa apuros y saluda Curro Javier, en banderillas. El toro es andarín, parado, mirón, embiste con la cara a media altura. Lo prueba por los dos lados sin éxito. Hasta cinco veces ha de gritar «¡jé!» para que se mueva. (Lo contrario de lo que antes pasaba, me decía Alfredito Corrochano). Sólo queda la seguridad con la espada.
El tercero renquea, justo de fuerzas, pero sí se mueve. Cayetano lo llama de lejos. El trasteo, con la muleta retrasada, a distancia, sin mando, no dice nada. A mitad, surgen ya los pitos y los comentarios en el tendido. Quedan claras, una vez más, las limitaciones técnicas del diestro.
El último hace concebir esperanzas porque empuja al caballo levantando los cuartos traseros pero luego se pone complicado: se queda debajo, vuelve rápido. El toro no es fácil pero el diestro no sabe cómo vencer las dificultades. Reacciona con casta pero está a merced del toro. Para estos casos, hay una palabra mágica, hoy muy olvidada: ¡LIDIAR!
Con talento de escritor, define la tarde Juan Manuel de Prada: «absolutamente desangelada»; es decir, lo que nunca puede ser una corrida. Dice el refrán que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y no se refería a los toreros.
Sin bromas: el sistema actual de que las figuras elijan sus toros no funciona. Si siguen así, por buenos toreros que sean, acabarán echando a la gente de las Plazas.
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