Para los antiguos poiesis significaba producir algo donde no había nada, traer al ser desde el no-ser, desvelar la verdad; en cambio la práxis era una acción en general, y el trabajo una forma de subsistencia. Los romanos entendieron la poiesis como práxis, dejándose mucho fuera; y los cristianos luego, y aún más la civilización del capital, liberales y marxistas, nos hemos quedado tan sólo con el trabajo. En muy pocas actividades humanas sobrevive entonces la antigua poiesis: la corrida es arte porque es poiesis en el sentido de que allí, entre la fuerza bruta del animal y la sutil dirección del movimiento desde la quietud, nada se produce, ni se acomete ninguna acción utilitaria, ni en rigor tampoco se trabaja. Se desvela en la corrida una verdad que nos antecede: que la naturaleza no cesará de surgir en su violencia impensada y que la humanidad no cesará de inventarse, cada vez, al conducirla sutilmente hasta la conjunción con el mundo que debe preceder a toda buena muerte.
Texto escrito por Luis Pérez Oramas, poeta e historiador del arte, dentro de la campaña para divulgar el Decálogo en defensa de la tauromaquia que el Instituto Juan Belmonte está llevando a cabo durante el mes de febrero.
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