Acertada decisión de la directiva de Ventaurinos la de reaparecer en la arena de la tradicional Tertulia, en esta oportunidad con el tema de Antonio Ordóñez, el Maestro de Ronda. Personaje histórico que, sin duda alguna, Ordóñez se integra al exigente cartel de los más destacados toreros en la historia ocupando el espacio toda una época.
Dedicado a mi viejo amigo-
Julio Stuyck
amigo viejo de Ordóñez
Y así, en triunfo y a hombros, muchas tardes muchas plazas Ordóñez y Girón. Libro Girón, de Caremis.
Considerando su presencia en la historia taurina venezolana, con respetuosa humildad de aficionado, recomiendo el tema de Antonio Ordóñez y su paso por Venezuela; destacando su rivalidad y competencia; con toreros venezolanos desde su presentación como novillero profesional en 1949 hasta 1981; fecha de su despedida definitiva, de los ruedos de España, Francia, Portugal, México, Perú, Colombia y los de Venezuela arenas que nos atañen las venezolanas donde algunas tardes brilló como artista expresándose como maestro de la Tauromaquia.
La carrera de Antonio Ordóñez le pertenece a la historia de la tauromaquia como Maestro de la Excelencia, Maestro y Torero Universal. Destaca en su biografía con interés para los aficionados venezolanos, los capítulos escritos en las arenas ibéricas y americanas con espadas como Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”, César Faraco, Joselito Torres y Oscar Martínez.
Aunque con mayor jerarquía en la competencia, los hermanos César Girón y Curro Girón, dos toreros que escribieron más de un centenar de corridas en cartel junto al torero de Ronda, superando muchas tardes al rondeño.
No dudo que habiendo sido un gran torero Antonio Ordóñez, mucho le debe al apoyo que recibió su fama, por cierto bien bien ganada gracias a opiniones repetidas con propuesta intención por figuras universales de las letras, como el Premio Nobel Ernesto Hemingway, José María de Cossío quien lo considera a Antonio Ordóñez “eje del toreo de este tiempo e hilo seguro de la mejor tradición para seguir engarzando el toreo”. Abona el panegírico Hemingway y escribe: “comprendí que era verdaderamente grande en el pase largo que dio con la capa”- Ignoraba en su sabiduría don Ernesto que se llaman lances las suertes con la capa, agregando: -“ fue como ver juntos a todos los diestros”.
Cañabate agrega a la nota panegírica de su jefe Cossío: “ Ya metido en mi oficio de crítico taurino, a Antonio Ordóñez le debo los recuerdos más perdurables de esta última época … Hay que decir que apenas ha habido espadas que poseyeran el instinto torero de Antonio Ordóñez”.
Con César Girón fueron años de competencia, los que brillaron destacándose por su brillantez artística las tardes de Maracay, tres en 1955, las corridas en la Maestranza de Sevilla, todas dentro del abono de la Feria de Abril; y aquella declaración de guerra total en Pamplona, arena que secó el tintero de don Ernesto cuando crecía la gesta de Girón y el Nobel no se diera cuenta. Tinta la de don Ernesto, distraída, vertida en el papel de las angustias, exaltando los “pases con el capote” del hijo del Niño de la Palma.
Antonio Ordóñez sostuvo justa y bien lograda fama con su cuñado, el también célebre maestro Luis Miguel Dominguín, en la temporada de 1959 con el epicentro de la corrida histórica del 14 de agosto de 1959 en el mano a mano que Ordóñez y Dominguín. Diez orejas, cuatro rabos y tres patas se cortaron aquella tarde, y las anteriores corridas del verano sangriento con el apoyo del famoso semanario norteamericano Life en Español en la que fue una tarde histórica en La Malagueta.
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La afición de Lima esperó a que llegara Carnavalero, de Javier Garfias, para lavar la afrenta a la sangre Llaguno cuando fue ofendida en Lima, aquellos días en que se presentaba Joselito en Acho y que las «barras bravas» de Gaona y de Belmonte acosaron con amargas protestas los toros de San Mateo.
Se trata de la tarde de la Corrida del Bicentenario, año de 1966, cuando se celebró la cita con el maestro Antonio Ordóñez que, según don Francisco Luis Villanueva Orihuela, «realizó lo que se considera la faena más sublime jamás ejecutada en el albero del Rímac”.
Pues comencemos por Acho, reuniendo los acontecimientos que nos han servido de base para reunir espadas, matadores de toros en concilio, unidos arbitrariamente en la fantasía de lo realizado por cada uno, considerando ellos mismos cuál ha sido la mejor faena de su carrera
Comencemos pues por el 20 de febrero de 1966, la última de las tres corridas de toros organizadas por el destacado aficionado y ganadero peruano don Fernando Graña, con motivo de la conmemoración del Bicentenario de la Plaza de Acho. El cartel de la Corrida del Bicentenario anunciaba la reaparición de Antonio Ordóñez en Lima.
Hacía tres años se había cortado la coleta el torero de Ronda en la tarde de cierre del abono de la temporada del Señor de los Milagros.
Aquella tarde del 20 de febrero de 1966 reapa- recía luego del desaguisado ocurrido en Lima el 18 de noviembre de 1962, a instancias del ganadero y empresario Fernando Graña, que provocó que Ordóñez se cortara la coleta en Acho.
Fue la tarde de la última corrida de la feria del Señor de los Milagros, cartel de seis matadores. Vistió Ordóñez de negro y plata y, aunque le cortó la oreja a un toro de Las Salinas, la prensa y la afición lo agredieron con ofensas.
A la conclusión de aquella temporada española de 1962 viajó inmediatamente a Hispanoamérica, para alzarse en la plaza limeña de Acho con el trofeo al triunfador de la feria (el Escapulario de Oro del Señor de los Milagros). Ilusionado por aquella fechas con su nueva faceta de criador de reses bravas, el día 18 de noviembre de aquel mismo año se cortó la coleta en las arenas de Acho, después de haber realizado una soberbia faena a un toro de Las Salinas, que atendía a la voz de Andamucho. Aquella tarde, acompañaron a Antonio Ordóñez en el cartel de su retirada el diestro toledano Gregorio Sánchez, Curro Girón el colombiano Pepe Cácere, Limeño y Andrés Vázquez.
Antonio Ordóñez justificaba su rechazo cada vez que le hablaban del Perú con el «es que allá no me quieren... yo tampoco». Ordóñez regresó a Lima por solicitud de su amigo Fernando Graña, que exigió su presencia en el cartel de la Corrida del Bicentenario como un favor personal. Se anunciaron las grandes figuras del toreo en aquel momento cumbre de la fiesta: Paco Camino, Santiago Martín el «Viti» y Manuel Cano el «Pireo», con ocho toros; cuatro de Javier Garfias y cuatro de La Pauca (peruana).
En principio debieron haberse embarcado seis toros de Javier Garfias, pero dos se inutilizaron en Los Cués. Se agregaron a última hora por solicitud de Fernando Graña cuatro toros de la ganadería peruana de Huando, vacada de origen Graciliano, de su propiedad. Además se anunció un festival en el que actuaron Fermín Espinosa «Armillita Chico», Joaquín Rodríguez «Cagancho», Silverio Pérez y «Gitanillo de Triana». Insuperable cartel confeccionado por Fernando Graña, factótum de la tauromaquia peruana, que quedará para el recuerdo de aquella histórica temporada del año 1966, en la que se conmemoraron los 200 años de la Plaza de Acho. En tal ocasión destacó la actuación de Antonio Ordoñez Araujo, ejecutor de una magnífica faena al toro Carnavalero, de la ganadería mexicana de Javier Garfias. Veinte años más tarde, en 1985, me encontraba en España, adonde había ido para la despedida de los ruedos del maestro Antonio Chenel «Antoñete» en Madrid. La corrida de la despedida había sido pospuesta por motivos diversos y, mientras, un grupo de amigos convertimos la cafetería del Foxá y la amplia terraza del hotel en un sitio de charla y de sobremesa. Con Joaquín Gordillo, Curro Vázquez, Ortega Cano y Pepe Dominguín hicimos de la sobremesa la gran peña en el Hotel Foxá. Al paso de los días surgió la idea de Pepe Dominguín de ir a Ronda, donde su cuñado Antonio Ordóñez anunciaba una corrida de toros en la maestranza para la que estaba contratado su poderdante Curro Vázquez. Fue una corrida de Joaquín Buendía. Por sí una tentación, ya que el solo nombre de Ronda reforzaba el de la compañía de amigos cercanos y apreciados: Pepe Dominguín, Curro Vázquez y Ortega Cano.
Concluida la corrida, entrada la noche nos reunimos en el mesón La Palma, una amable invitación de Antonio Ordóñez Araujo, maestro del toreo e hijo del gran Cayetano Ordóñez el «Niño de la Palma», a la que se agregaron Victoriano Valencia y su poderdante Julio Robles.
Entre una anécdota, una historia y un recuerdo, caímos en la famosa Corrida del Bicentenario de la plaza de Lima. El tema fue la situación del actual toro de lidia en España. Antonio Ordóñez exaltaba el mérito de los toros de Buendía lidiados aquella tarde en Ronda. El recuerdo de Cascabel de San Mateo, al que Ordóñez le cortó el rabo en la Plaza México en una faena considerada histórica por los notarios del coso de Insurgentes. Se recordaron varios toros de ganaderías mexicanas con los que Ordóñez triunfó en Venezuela: el toro de Santacilia Obregón en la corrida nocturna del Nuevo Circo de Caracas, los toros de El Rocío en la plaza de Maracay, cuando junto a César Girón vivieron una bacanal de rabos y patas exigidas por la enloquecida afición de Calicanto. Inolvidable la temporada de inauguración de la Monumental de Valencia, en la que salieron a hombros Alfredo Leal, Curro, Paquirri y el maestro Ordóñez tras cortar siete orejas. Pero de todas, hizo énfasis el maestro, muy especial la faena al toro Carnavalero de Javier Garfias en Lima.
Aquella cita limeña la trajo a la mesa en Ronda el propio Ordóñez. La tertulia entre amigos en La Palma, allá en Ronda se convirtió en un público absorto escuchando sin interrupción al sumo maestro del toreo el relato de lo realizado y considerado por el mismo Ordóñez como su mejor faena en su brillante carrera profesional y la más sublime que se haya ejecutado en el albero del Rímac.
Y llegó el señalado día. : El 9 de diciembre de 1956 gran faena al toro llamado “Cascabel” de San Mateo, en El Toreo de Cuatro Caminos, al que corta el rabo. En el mismo festejo el valenciano Miguel Báez “Litri” le cortó una oreja al astado de nombre “Coplero” y Joselito Huerta otra al burel llamado “Llaverito”.
Manuel Solari Swayne, cronista taurino peruano, periodista de mucha jerarquía y un aficionado que firma sus reseñas como «Zeñó Manué», escribió entonces:
Se dice en Lima, y con razón, que la faena de Ordóñez es histórica. Y lo es. Porque con una sencillez impresionante, practicando el toreo puro —adelantando el engaño, cargando la suerte, jugando suavemente con los brazos, corriendo la mano, templando, mandando, rematando pulcramente los pases— logró lo que solo se consigue jugándose el tipo a cara o cruz: encandilar a la multitud, arrebatarla, hacerla delirar. Allí está la ovación incontenida coronando doscientos años de historia.
Cabe precisar que Antonio Ordóñez había vuelto a los ruedos un año antes, luego de tres años retirado. Un regreso no anunciado, tampoco proyectado, pero sí provocado por su desafortunada actuación en la Feria del Señor de los Milagros de 1962.
Fue aquella una temporada de contrastes, en la que recibió el Escapulario de Oro y a la vez derramó lágrimas de auténtica vergüenza torera, cuando su gran amigo de muchos años y muchos motivos Fernando Graña Elizalde bajó al ruedo del Rímac para cortarle la coleta, cerrando una tarde en la que había sido abroncado estrepitosamente.
Desde aquella aciaga fecha, Acho, su afición, no le perdonaba nada al torero favorito de Ernest Hemingway. Sin embargo, el peso taurino y el peso de su historia se impusieron y, precedido de su intacto cartel de lidiador extraordinario, el maestro fue convocado para hacer el en dos corridas: la primera y la última de aquella Feria Bicentenaria.
Queda el testimonio escrito de lo que ocurrió en Acho entre Antonio Ordóñez y el toro Carnavalesco de Javier Garfias, y también queda la anécdota de que el torero de Málaga celebró su cumpleaños en Lima el día 16 con la mente puesta en el compromiso que representaba su reaparición en esta plaza.
Era el domingo 20 de febrero de 1966 cuando Antonio Ordóñez cruzaba con sus cuadrillas enfundado en un destellante traje azul y plata el ruedo de la arena de Acho. Los espectadores agotaron la boletería, todos fueron testigos de su hambre de triunfo apenas desplegó su capote para saludar con sus inconfundibles verónicas al primero de aquella tarde, Carnavalero, de don Javier Garfias.
Lo que vino luego fue cumbre, la cumbre del maes- tro, como escribió líneas arriba la prosa más que señera de Zeñó Manué. Solo resta decir que de la faena obtuvo las orejas y el rabo del bravo toro mexicano y, por subli- mar el arte del toreo en esta catedral americana, se llevó como recuerdo un Torito de Pucará, símbolo peruano y trofeo otorgado al triunfador de aquella temporada única, la del Bicentenario de Acho. Pasarán 200 años más para que otro diestro pueda contarlo en su palmarés, dicen que el rondeño comentó aquella vez. Esa era la importancia.
Han pasado cincuenta años desde aquella tarde. Ya consagrada como efeméride taurina en los anaqueles de nuestra historia, se siente y se vive hoy más fervorosamente frente al silencio doloroso en que han sumido a esta plaza la ignorancia y la indiferencia para con su historia de parte de aquellos que tienen las riendas de su administración, impidiendo con su ineptitud que su arena, burladeros y tendidos sean testigos de festejos taurinos que reme- moren la gesta de Ordóñez. Son años de aquella fecha y son además muchas temporadas, pero ninguna como la Bicentenaria, aquella de las faenas gloriosas, evocándose el domingo 20 de febrero de 1966.
Se refería Antonio Ordóñez a la corrida que el gana- dero Javier Garfias lidió en Acho. Toros con edad y trapío, corrida que había salido de Los Cués, del campo garfeño, con un promedio de 553 kilos, y que fue lidiada el 20 de febrero de 1966 por el propio Antonio Ordóñez, el sevillano Paco Camino y el salmantino Santiago Martín el «Viti». De esta gran corrida sobresalió en forma notable el toro Carnavalero, al que Ordóñez le cortó las orejas y el rabo, concediéndosele por esta faena el trofeo en disputa en la feria limeña.
También el Viti tuvo la oportunidad de triunfar cortando apéndices debido a la bravura de los toros que le tocaron en suerte. Señalo como dato que uno de los toros de esta corrida no fue lidiado, siendo adquirido por don Lucho González, ganadero peruano de La Huaca, para destinarlo como semental.
Aquella noche en La Palma, reunidos en Ronda Pepe Dominguín, Victoriano Valencia, Julio Robles y Curro Vázquez, el propio Maestro de Ronda, Antonio Ordóñez, nos dijo a todos los presentes que aquel toro mexicano que él lidió en la Plaza de Acho la tarde de la Corrida del Bicentenario de la fundación de la plaza fue la faena más importante de su vida. Mucho más allá que muchas celebérrimas actuaciones en plazas importantes como Madrid, Sevilla, San Sebastián, México, Guadalajara, Maracay y la noche del Nuevo Circo, cuando pagó una vieja deuda con Caracas lidiando soberbiamente un toro de Obregón Satacilia, cancelando reiterados fracasos.
«Fue la de Carnavalero, la faena al toro de Javier Garfias en la Plaza de Acho, la más importante en mi vida profesional —dijo Ordóñez—. Con esa faena saldé la deuda con la afición de Lima, con mi amigo Graña y conmigo mismo».
Aunque el premio al Mejor Toro no fue para el toro de Garfias sino para un toro de Jaral del Monte, divisa propiedad de Fernando Graña Elizaldo, astado de nombre Poncho Roto.
Antonio Ordóñez recordó a sus allegados, «Importante, muy importante para mí porque fue el punto y final de identificarme como el hijo del Niño de la Palma, el padre de Carmina Ordóñez o como el abuelo de Frank Rivera.
- Coño, yo soy Antonio Ordóñez Araujo, maestro de tauromaquia por la gracia de Dios».
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