jueves, 24 de noviembre de 2022

De la falta de valor del animalismo a la victoria de la tauromaquia en Francia Por FRANÇOIS ZUMBIEHL

 

De la falta de valor del animalismo a la victoria de la tauromaquia en Francia

«Gran parte del feliz desenlace se debe a la movilización del conjunto de la afición, pero es frustrante que por falta de valor por parte del diputado Caron la controversia sobre la legitimidad de la corrida no haya podido ser profundizada. Yo, a título personal, lo siento, aunque me alegre del resultado», ©

Toreros franceses reivindicando en París libertad para la tauromaquia UVTF

FRANÇOIS ZUMBIEHL

París

 

El diputado animalista Aymeric Caron ha decidido retirar su propuesta para acabar con las corridas en Francia, unos momentos después del inicio del debate. Se ha convencido de que no podría llegar a un consenso de sus colegas diputados para votar su texto y de que, además, las casi quinientas enmiendas que su proyecto suscitó hubieran necesitado una discusión demasiado larga para el tiempo impartido. En ese duelo entre los adversarios de la corrida y sus defensores en la Asamblea Nacional se trata de una victoria por abandono del contrincante que representaba a los primeros. De alguna manera, y varios diputados del sur aficionado así lo expresaron en sus breves intervenciones antes del cierre, es frustrante que por falta de valor por parte del diputado Caron la controversia sobre la legitimidad de la corrida no haya podido ser profundizada. Yo, a título personal, lo siento, aunque me alegre del resultado.

Entre los argumentos que fueron esbozados por la representante del gobierno para manifestar su oposición a dicha propuesta de ley, la señora Dominique Faure, secretaria de Estado para la Ruralidad –un cargo político muy significativo para este tema-, se destacaron la llamada al respeto de la diversidad cultural entre las diferentes regiones de Francia, en particular entre las regiones del norte y del sur, la importancia de la cohesión social lograda por las ferias y las corridas, y la valoración económica y ecológica de los territorios en los cuales se desarrolla la tradición taurina. Se da el caso de que la mayoría de los diputados de estos territorios, sean de derechas, del centro y de izquierdas, se disponían a romper lanzas a favor de los toros si el debate y la votación hubieran llegado a su fin.

Se puede afirmar también que gran parte del feliz desenlace se debe a la movilización del conjunto de la afición, estructurada y abanderada por la Unión de las Ciudades Taurinas francesas y por el Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas que preside con mucha vista política André Viard. Esto implica un intenso trabajo de muchos para concertar los argumentos y los documentos que han sido puestos a la atención de los diputados que decidieron defendernos y votar en contra de la prohibición de los toros en Francia.

Desconocimiento de la tauromaquia

El único argumento que Aymeric Caron tuvo el tiempo o se dignó en exhibir es el del «sufrimiento» y hasta de la «tortura» del toro que los aficionados contemplarían con un placer sádico. Sabemos las respuestas que nos ofrece la ciencia veterinaria, pero esto despierta mucha preocupación en la actualidad dentro del conjunto de muchos ciudadanos de buena fe, que desconocen la tauromaquia –gran mayoría en Francia, y me atrevo a pensar que también en otros países taurinos- y esto exige una muy amplia difusión de las explicaciones que conviene dar al respecto. Eso exige también que se remedie a fallos particularmente bochornosos que ponen claramente al animal agonizando en plan de víctima, en el momento del descabello y de la puntilla. Todavía recuerdo las palabras del maestro Antonio Ordóñez: «Todo lo que viene después de la estocada ya no es tauromaquia; es cuestión de matarife». Hay por lo tanto que aligerar esta fase como se pueda.

La muerte del toro en público, lo que denunció Caron en nombre de la moral, es una acusación animalista mucho menos preocupante. En primer lugar, porque la corrida es mucho más que un espectáculo; es una ceremonia, si se quiere sacrificial, en la cual el sacrificador se juega la vida por respeto hacia el toro al que admira. Al matador –lo he comprobado en casi todos los toreros cuyas confesiones he recogido- le parece odioso dejar a su adversario, colaborador de su obra, morir en la soledad y en la oscuridad de un matadero, en vez de que sea a la luz clara del día y en la culminación de su faena. Y losaficionados no son unos mirones. Componen con sus reacciones y sus emociones el coro participativo de esta última tragedia que todavía queda en nuestro tiempo.

Por supuesto, esto supone que aceptemos, como humanos que somos, enfrentarnos a la muerte, la del toro y la que nos espera al final. Pobres y truncadas quedan las sociedades que ya no quieren ver a la muerte, como si esto les librara de ella. La corrida, aunque nuestros adversarios piensen lo contrario, es la celebración de la vida, o sea de este intercambio permanente entre la vida y la muerte, ritualizado por la tauromaquia, por medio del arte y del valor. Eso es el núcleo de nuestra afición que conviene profundizar y explicar a los que no lo entienden. Intentémoslo.

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