Como un homenaje tardío se sintió el regreso de los toros de Dolores Aguirre. Veinte años de ausencia, siete de la muerte de la Dama de Hierro, símbolo de un Bilbao perdido. Desde la renovada y deshabitada Vista Alegre de este año 22 del siglo XXI se mira el esplendor de aquellas Corridas Generales de 2002 con el vértigo del vacío y el temblor de la añoranza. Otro día consecutivo con la asistencia tiritando a la espera de las tardes de relumbrón que proyectarán el espejismo de la esperanza.
Un cinqueño de imponente aparato rompió, como buque insignia, la corrida. Un tren de basto cuajo, portentosa musculatura. 634 kilos de tremebunda amplitud. Con la divisa trajo prendida la ovación por la vuelta, el tributo de la nostalgia. Fría salida, frenado en capotes, mal picado, no se entregó nunca. Repartía psicosis con su mirada y atacaba con poder, sin darse. Un trago pasó Luis Bolívar. Las canas acentuaban el paso de los años. Y los años, el instinto de conservación. Que es sabio. Aun así hizo el digno esfuerzo por superar la fudamentada desconfianza. Una serie, avanzada la faena, pudo hacer parecer lo que no era. El torazo se venía andando, mordiendo por el palillo. O por el pecho. Donde sintió Bolívar los pitones del doloresaguirre a la hora de matar. La ovación en el arrastre también sería fruto de la nostalgia.
Damián Castaño haría un esfuerzo mayúsculo -tan dolorido como venía de Cenicientos- con un toro de cara bien colocada, más fino y flexible de cuerpo y, sobre todo, con humillación. Esto lo descubrió el propio Castaño en la muleta, que disipó el modo distraído de moverse el toro hasta el momento. Perdida la media distancia inicial en tres derechazos de embestida prometedora, cuando parecía que no iba a salirse de la suerte, DC convirtió la necesidad en virtud. Siempre con la tela puesta, siempre a derechas, halló el quid de no permitirle pensar, no dejar parar la embestida que repetía con bondad y una paz mansita. Quiso irse al ver la izquierda, así que el salmantino le exigió una última serie de derechazos que disparó la obra a su cenit. Sin embargo, se perfiló muy en largo con la espada y pinchó la posible oreja. La vuelta al ruedo traía el motor por cuenta propia. La ovación en al arrastre cobró mayor sentido.
La lidia del colorado y altón tercero fue desordenada, y su salida muy templada. Esa cosa traía el aguirre, que lo hacía también por abajo. Román lo quiso pronto y en la mano, con distancia y en los medios. La embestida incluso se abría entonces. Pero faltó tacto, suavidad en el torero, no en el toro. Que midió el suelo en varios tirones. Entre el cambio de terrenos y de distancia -sin inercia el toro no respondía igual-, la faena no cogió vuelo. Un desarme puso, de facto, el punto final. Resolvió bien el valenciano con la espada.
A partir de aquí la corrida entró en barrena, aunque se siguieran aplaudiendo los toros en el arrastre. Bolívar se estrelló, otra vez. No le regaló nada el reponedor cuarto, de buena estampa. Y tampoco el quinto, el otro cinqueño del regreso, que también alcanzaba los 600 kilos. Se agarró mucho al piso, defendiéndose con su formidable cabeza. Así que Castaño se aferró a su actitud irrenunciable de nuevo. Trajo el sexto toro el entusiasmo de su nombre en la casa Atanasio -Cigarrero- al tercio de varas de Chocolate, exhibido con generosidad por Román. Y después no quedó nada más que la nostalgia. De Bilbao. De Dolores. De su esplendor.
Ficha
Plaza de Vista Alegre. Domingo, 21 de agosto de 2022. Segunda de feria. Un cuarto de entrada. Toros de Dolores Aguirre, dos cinqueños (1º y 5º); serios en sus diferentes hechuras; el 2º sería el mejor. Luis Bolívar, de negro y oro. Pinchazo y estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada (silencio). D. Castaño, de marfil y oro. Dos pinchazos y estocada (vuelta). En el quinto, estocada defectuosa y descabello (saludos). Román, de espuma de mar y plata. Estocada delantera y descabello (saludos). En el sexto, estocada que asoma (silencio)
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