Sacó Roca Rey al tercio a Manzanares y le brindó una faena tremenda. Inequívoca de la primacía de ostenta en el escalafón. De las que marcan la diferencia y tapan con cemento las bocas de quienes defienden que en el peruano todo son alardes de valor. Hace falta algo más que plomada para estirar la embestida de un toro con calidad pero muy medido de todo lo demás, al que toreó con pulso, armonía y por momentos, hasta cadencia. Luego redondeó en el incómodo sexto para hacer más suya aún una tarde en la que un bullidor Fandi y un Manzanares muy arropado por los suyos también tuvieron premio de un variado encierro de Victoriano del Río.
Roca Rey formó la mundial en el tercero, un castaño noble, medido de raza, que el peruano toreó con pulso exquisito para potenciar las cualidades del animal y dilatar y ralentizar cada muletazo. Había brindado el toro a Manzanares y en su honor y en su tierra cuajó una obra reunida, intensa y rotunda, que provocó el éxtasis entre los espectadores, que vivieron la faena más tiempo de pie que sentados en sus localidades. Ni la música se oía en medio de una ensordecedora algarabía que provocó un toreo vertical, que no rígido, despacioso y poderoso al mismo tiempo, culminado con unas apretadísimas bernadinas que desataron el grito de torero torero. Después de una estocada fulminante le pidieron con fuerza el rabo, que el presidente no concedió.
El sexto, de casi seis años, rebañó en el saludo a Roca Rey, sobre todo por el pitón izquierdo, pero, lejos de aliviarse, el limeño se ajustó de verdad a pies juntos. Acusó el toro la edad pero Roca Rey le tapó defectos en una obra apabullante de sitio y convicción hasta acabar desengañando y haciendo romper al animal. Qué autoridad… Levantó al toro el puntillero y por eso sólo sumó una oreja más, porque el público se le volvió a entregar de verdad.
Bien hecho el segundo, por encima del trapío habitual de esta plaza, fue pronto, y embistió con codicia, sobre todo por el pitón derecho, lado por donde Manzanares basó una faena aseada y comunicativa, con el hilván como principal virtud. Tras pinchazo y estocada paseó una oreja.
El quinto fue el más terciado del envío. Se movió con buen son, tuvo ritmo y colaboró con Manzanares, aunque a la faena del alicantino, seguida con interés por sus paisanos, le faltó la entidad que el animal no tuvo y la rotundidad del cuarto y quinto muletazo de los que carecieron las series. No obstante, le hubiera cortado una oreja de haber manejado con más tino el acero.
Con tres largas de rodillas saludó El Fandi al primero, de Toros de Cortés. Variado surtido de lances coronado con una media en la boca de riego, también de rodillas. El toro embistió con tranco y son. Ordenó el torero castigo exiguo en varas porque ya lo ‘picó’ en un exigente tercio de banderillas, abundante en contenido pirotécnico, misma cualidad que tuvo la faena de muleta, ya con el toro a menos, defendiéndose al final de cada muletazo. Después de media en las agujas el entusiasta público alicantí le pidió con fuerza y ruido las dos orejas, pero el presidente sólo concedió una.
El cuarto, otro castaño de Toros de Cortés serio y aparente, salió manseando, sin celo. El Fandi le puso hasta cuatro pares en un tercio que a la postre fue lo más lucido de la lidia, pues en la faena de muleta, vertiginosa por momentos, el toro tendió a medir la arena en varias ocasiones y no hubo ni continuidad ni brillantez.
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