La Razón, MADRID
Mal cierre para la apuesta del extremeño a cuatro tardes; el murciano pasea un trofeo de un complicado encierro de Adolfo Martín en San Isidro
Con la de Adolfo Martín nos encaminamos al final de la feria. Adolfo y Victorino para el cierre Isidril que se recordará como la vuelta a la normalidad. La de verdad. No la del pos confinamiento. A esta corrida se apuntó Alejandro Talavante dentro de su gesta de cuatro tardes a Madrid, consumidas sin grandes glorias. Quedaba el órdago. A la grande. Se estiró a la verónica con el tercero, que era su primero y se movió en la muleta el animal con ese punto de orientarse y recortar el viaje que nos hacía estar atentos. Alejandro planteó la faena en los medios, pero no acabó de cuajarla y el final con los aceros estuvo en las antípodas de lo que debe ser. Su apuesta se quedó a medias y el sexto fue un sobrero de Garcigrande, que se durmió en el peto y con el que resultó un despropósito los primeros tercios. El ambiente cuando tomó la muleta era a la contra. Deslucido el toro y la faena. La gesta de Talavante se quedó sin gesto en su San Isidro de fiasco y con una espada nefasta.
El encaste Santa Coloma del primero sacó su versión de temple y ritmo en la muleta de Rafaelillo. Qué pitón izquierdo. Viajaba largo el animal y repetía. Era franco y hasta el final con las revoluciones justas. El murciano fue descubriéndolo poco a poco, abriéndole las puertas a las embestidas. Lo mejor vino en un par de tandas al natural, muy cerrado en tablas. El espectáculo corrió a cargo de la estocada. Una obra de arte, por la ejecución y la efectividad. Tremenda. Y así tuvo su premio.
Gigante de pitones fue el cuarto. Un mundo le debió parecer a Rafaelillo salir con el capote a pararlo. Se frenó el animal, pero tiró de oficio para llevarlo hasta los medios mientras lo enseñaba. No se lo puso fácil después. El trofeo que ya había cortado presionaba. El toro más. La media arrancada cada vez era más corta, más orientada y dubitativa. Un trago. Rafaelillo no perdió los nervios. Por encima del animal solventó las muchas dificultades, aguantando cabezazos (recordamos que el tamaño era XXL), cruzado y queriendo. No se le podía pedir más. Llegó un punto que era imposible. Pasar por delante de esos pitones en la suerte suprema algo parecido al infierno. No perdió la sonrisa
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