domingo, 19 de junio de 2022

LA SONRISA DE ANTONIO BIENVENIDA por Andrés Amorós publicado por Juan Lamarca L.

 

El 25 de junio de 2022 se cumple el centenario del nacimiento de Antonio Bienvenida. Los aficionados que tuvimos la suerte de contemplar tantas faenas suyas no podemos olvidar su sonrisa. Ni en los momentos más duros y difíciles la abandonaba. No lo hacía por arrogancia, todo lo contrario. Su padre se lo había inculcado, como muestra de educación y respeto a los espectadores: «Al público hay que transmitirle alegría y seguridad... aunque la procesión vaya por dentro».

La sonrisa de Antonio Bienvenida
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Andrés Amorós
ABC/Sábado, 18/Jun/2022

La de los Bienvenida ha sido una de las más gloriosas dinastías taurinas de la historia. La fundó don Manuel Mejías Rapela, al que el crítico don Modesto apodó ‘El Papa Negro’, igual que se decía del general de los jesuitas, en oposición al jefe de la iglesia taurina, Bombita.

Ya retirado, se convirtió en un formidable maestro de toreros, sus cinco hijos: Manolo, Pepote, Antonio, Ángel Luis y Juanito. Todos fueron muy buenos toreros, lidiadores clásicos, además de excelentes personas, siempre educados y respetuosos.

Contaba Vicente Zabala padre, gran amigo de Antonio, que don Manuel «obligaba a sus hijos a sentarse a la mesa vestidos de toreros. Pretendía que se adaptaran a la ropa de torear, a la incomodidad de los pesados ternos, para que luego anduvieran más sueltos por la plaza».

Todos los hermanos fueron toreros ‘de escuela’, incapaces de ‘taparse’ con recursos fáciles, tramposos. Su padre les había inculcado la técnica del toreo, el oficio: poner al toro en suerte sin un capotazo de más ni de menos; descubrir rápidamente las querencias del toro; estar siempre bien colocados; poseer un amplio repertorio...

Más allá de la técnica, don Manuel les transmitió algo fundamental, la importancia de la torería, dentro y fuera del ruedo: vestirse y comportarse correctamente; estar siempre pendiente del que está toreando, para hacerle un quite; respetar al público... Son cosas que, por desgracia, tantas veces echamos ahora de menos.

Como sus hermanos, Antonio llevaba el toreo –decía él– «en la masa de la sangre». Toreó de muleta por primera vez a una becerra a los cinco años; un año después, empezó a manejar el capote. Su padre fue su gran maestro: le importaba más su opinión que el éxito. Hasta la vejez, don Manuel continuaba toreando, con sus hijos, en el festival de Arganda: «Nos dio un repaso que nos mondó», decía Antonio.

Se consagró Antonio Bienvenida en Madrid el 18 de septiembre de 1941, por una histórica faena, en la que dio tres muletazos cambiados, ligados a naturales y rematados con el de pecho. Aunque pinchó tres veces, un público entusiasmado lo llevó en hombros hasta su casa, en el comienzo de la calle General Mola. (Comentó Gerardo Diego: «Si no hubiera sido por mi mujer y porque me molestaba un pie, lo hubiera seguido yo también hasta su casa»).

Tomó la alternativa en Madrid, al año siguiente. Como se habían inutilizado los anunciados toros de Miura, Pepote y él se negaron a torear y fueron a la cárcel, hasta que llegaron nuevos toros de la misma divisa. (¿Cuántas figuras actuales irían a la cárcel por empeñarse en matar toros de Miura?).

Ese mismo año, en Barcelona, sufrió una gravísima cornada, por empeñarse en dar el pase cambiado a un toro incierto. No existía entonces la penicilina y las curas fueron dolorosísimas: «Cuando entraba el médico en el sanatorio para curarme, hasta la cama temblaba con el temblor de mi cuerpo».

Logró sobreponerse y volver a los ruedos. También fue terrible el percance que sufrió en Las Ventas el 17 de mayo de 1958: un toro manso le volteó y, en el suelo, se cebó con él. Uno de los gañafones le alcanzó el cuello, de donde manaba mucha sangre. Sus hermanos Ángel Luis y Juanito se lanzaron al ruedo y se lo llevaron en hombros pero, al llegar a la barrera, Antonio forcejeó, reclamó la muleta y la espada y volvió al toro para concluir la faena. Escribió Antonio Díaz-Cañabate: «Sangre de torero le resbala manchando ya el oro de la casaquilla. ¡Eso es un hombre! ¡Eso es un torero!».

Cuenta Filiberto Mira que esa tarde, en la enfermería, al salir de la anestesia, Antonio, incapaz de hablar, le hizo un gesto a Juanito. Lo interpretó su padre: «Lo que quiere decir tu hermano es que salgas de viaje ya para Baeza, donde toreas mañana, y yo te mando que lo hagas ahora mismo. Si se muere Antonio, pondremos el entierro a la hora precisa para que tú puedas estar en él». Obedeció Juanito y, en esa corrida, cortó cuatro orejas y dos rabos. Así eran los Bienvenida...

Recuerdo muy bien la jornada del 16 de junio de 1960, en Las Ventas, en que intentó matar seis toros por la tarde y otros seis, por la noche: tuvo que pasar a la enfermería después del noveno. (Si no recuerdo mal, pagué 12 pesetas por la entrada de andanada de sol para el doble festejo).

La trayectoria de Antonio Bienvenida fue brillantísima: toreó más de 800 festejos y cerca de 500 festivales, mató más de 1.700 reses, en 34 años como profesional, con diez corridas como único espada y sufrió muchas graves cornadas. Madrid le consagró como uno de sus diestros más queridos.

Su biografía tuvo un trágico epílogo. Ya retirado, en octubre de 1975, participó en un tentadero, en El Escorial. Una vaca de Amelia Pérez Tabernero, de nombre ‘Conocida’, se quedó junto a la plaza de tientas, por fuera. Cuando abrieron la puerta, volvió a entrar y cogió de lleno a Antonio, que estaba de espaldas, causándole una grave lesión de vértebras. Dos días después, falleció, en Madrid. Lo que no habían logrado cientos de toros de las más peligrosas ganaderías lo consiguió una vaquilla... Sabía de sobra Antonio que estamos todos en manos de Dios.

El muy severo Marcial Lalanda aplicó a alguna de sus faenas este adjetivo rotundísimo: «Un toreo perfecto». Coincidía con el Papa Negro: «Cuando mi hijo Antonio hace una cosa bien hecha, no hay, ni ha habido, ni creo que pueda haber torero alguno que lo haga mejor». Para don Gregorio Corrochano, unía la estética de Antonio Ordóñez con las lecciones como director de lidia de Luis Miguel Dominguín. Resumía éste último: «Como compañero, ha sido sin duda el mejor que tuve nunca, en los ruedos; como torero, era un sabio».

Los que tuvimos la fortuna de conocerlo personalmente sabemos que Antonio Bienvenida era, además de muy educado, muy humilde. Sabía por experiencia «lo difícil que es torear con sosiego y sin violencia, con orden, haciendo las cosas a su tiempo, buscando la armonía..»..

Su estilo se resume en una sola palabra: naturalidad. Es decir, la dificilísima facilidad, privilegio de los más grandes. Antonio Bienvenida gozaba toreando, se sentía torero. Por eso, sonreía al torear sin crispación ni esfuerzo, burlando la muerte, a la vez que perseguía el ideal siempre inalcanzable de la belleza.

Por Andrés Amorós

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