El de La Puebla pincha una magistral obra otra vez a un toro de Alcurrucén; el joven de Pepino se presenta en su tierra de Toledo y se deja un triunfo rotundo también por el acero
Toledo se engalanó con el Corpus bajo un bochorno insoportable. Tomás Rufo debutó con bien en su tierra de Toledo que lo ha visto crecer, pero fue Morante quien dejó la huella. Ninguno remató con el acero.
Antes de salir su primer oponente, unas palmas que fueron creciendo animaron a Rufo. Lanceó con su facilidad innata añadido a una profundidad que ya dejó vislumbrar en su etapa novilleril. Muy erguido, echando los vuelos hacia delante, esperando al momento exacto para tirar de las telas. Ya entonces el tercero dio muestra de su escaso poder. Esa carencia se fue tornando en descompuestas embestidas. Rufo salió a por todas, brindó a la parroquia y expuso en una faena de dominio. Se arrimó, no le importó el cabeceo constante ni la falta de clase. Se impuso con mando, también en las luquecinas finales.
Se advirtió la movilidad del sexto desde los primeros lances. Un saludo muy vibrante, con el compás abierto, meciendo los brazos ligero para reducir en los últimos lances. La codicia crecía. Rufo lo llevó airoso al caballo para pegarle después un quite intercalando chicuelinas con tafalleras. Muy coreado, como los pares de Fernando Sánchez (en su primer turno tuvo que saludar). Brindó a Eugenio de Mora que conmemora este año sus 25 años como matador de toros. La faena tuvo entrega y garra, también la inteligencia para aprovechar con espacio la bondadosa movilidad. Al natural llegaron los pasajes de mayor calidad. Los pases de pecho fueron para enmarcar. La espada se llevó el triunfo incontestable.
En cuarto lugar, apareció un rematado toro de Alcurrucén -otra vez Alcurrucén y Morante, como en Madrid- reseñado como primer sobrero. Morante había corrido el turno al devolverse el primero de la tarde. Las verónicas fueron de garra, para sujetar la huidiza embestida. Un magistral quite por chicuelinas rematado con una revolera con serpentina. Torería en blanco y negro. Brindó al público para someterlo doblándose con él. Exigiéndole mucho desde el principio. Al mando, el de Alcurrucén respondió con obediencia y temple. Había que llevarlo hasta el final. Al natural cinceló monumentos al toreo clásico. Embraguetado y asentado. Concluyó a dos manos con toreros remates. Señaló arriba antes de una estocada perfecta. Quedó el poso del temple.
Pocas opciones le dieron los que le habían tocado de Matilla, devuelto el primero por descoordinación y muy venido abajo el sorteado como cuarto aunque lidiado como primero bis. Un cambio de mano, de sublime torería, fue lo más destacado junto al saludo a la verónica.
Se levantó un vendaval al pisar la arena el segundo de la tarde. Talavante clavó juntos sus pies para recibirlo por delantales. Pasó el toro con más nobleza que codicia. Fue su tónica general aunque en la muleta del extremeño sacó una calidad que se agotó demasiado pronto. Muy cerca de él, tiró de la embestida a base de pulso. Cuidó la colocación. Poco pudo lucirse con el quinto, un toro sin emotividad alguna con el que firmó una discreta faena.
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