Finaliza la Feria de San Isidro y es momento de reflexionar. Las peñas se reúnen y otorgan sus premios: la mejor faena, la corrida más encastada, el toro más bravo, el par de banderillas, etc. Además de todos estos debates, creo que resulta muy pertinente y necesario analizar lo que ha ocurrido en los tendidos y pasillos de la plaza.
Nos preocupaba la venta de entradas y que la pandemia pudiera suponer una disminución en los aforos. De esto podemos estar tranquilos; salvo alguna tarde puntual, los tendidos se han llenado y se percibe que la afición sigue viva, respondiendo con interés a los carteles.
Otra buena noticia, muy buena, ha sido la asistencia masiva de jóvenes a la plaza. Llevamos tiempo quejándonos de la falta de “reemplazo” en la afición y de la elevada edad media de los aficionados, pero este año la juventud ha poblado los tendidos.
Hasta ahí todo bien, buenas noticias, nos alegramos mucho, no obstante también hemos vivido momentos y circunstancias de preocupación cuando no de reprobación.
La plaza de Las Ventas tarde tras tarde se ha convertido en una macrofiesta con la música a todo volumen y el alcohol como protagonistas. En la plaza siempre se ha consumido alcohol, de eso no hay duda, pero de ahí a hacer de este espacio una discoteca media un abismo. Lo presenciado a la finalización del festejo tarde tras tarde me ha dado mucha pena. Entiendo que es necesario atraer a la juventud y que este tipo de diversiones actúan como gancho pero no sé si el fin justifica los medios. Me encantaría que los estudiantes abarrotaran las salas del museo del Prado, llenaran la Biblioteca Nacional o hicieran cola delante del Museo de Bellas Artes de San Fernando, sin embargo me resultaría aberrante abrir discotecas en estos espacios para favorecer las visitas. Existen lugares, entornos, que merecen un respeto por lo que allí sucede y la plaza de Las Ventas es uno de ellos. ¡Respetémosla!
Entiendo y disfruto mucho cuando voy a fiestas patronales en diversas localidades y a la salida está la verbena y la diversión, pero dentro de Las Ventas me parece un sacrilegio.
Las imágenes de los pasillos abarrotados con masas de personas con cervezas y gin tonics en las manos, las escenas de jóvenes borrachos tambaleándose por los pasillos, los grupos de adolescentes que entraban con bolsas conteniendo envases para hacer botellón en las terrazas, o lo que es peor, ¡en los tendidos!, me han dejado estupefacto.
Entiendo que alguien pueda afirmar que en Las Ventas siempre se ha vendido alcohol, y es verdad. No era extraño ver alguna tarde a un espectador al que se le había ido la mano y se encontraba “perjudicado”, eso es muy cierto, pero de ahí a lo que hemos vivido este año va un abismo, lo mismo que no es comparable comprar un decimo de lotería del sorteo de Navidad con pasarte las tardes en el bar de la esquina gastándote los ahorros en la máquina tragaperras.
Como justificación se expone que, al fin y al cabo, es una estrategia válida para atraer a la juventud y todo el que pasa por la plaza, al menos, no se hace antitaurino. Como vivimos en una época en la que parece imposible sustraernos al aggiornamento, podemos aceptar la premisa anterior; vale, conforme, si la Fiesta en Madrid va a morir por falta de renovación, debemos pagar un peaje, pero entonces aquí la reflexión es otra muy distinta.
Durante 29 tardes miles y miles de jóvenes han visitado la plaza con “el gancho” del alcohol y la juerga, bien, entendido, pero ¿qué hemos hecho para convertirlos en aficionados?
Estoy convencido de que algunos jóvenes se habrán maravillado con las banderillas de Fernando Sánchez y Ángel Otero o con las faenas de Ángel Téllez, Rufo, Morante o El Juli, y cuando han salido de los tendidos pensando “esto me gusta, querría saber más, aprender”, ¿qué se les ha ofrecido?: cervezas y gin tonics.
Hoy en día se buscan resultados inmediatos y con urgencia; eso de invertir tiempo para aprender y formarte no es común y la tauromaquia no se capta en unas pocas horas. A muchos nos ha costado años de tardes de toros con nuestros mayores para enterarnos de algo y aún así, sabemos muy poco. Ahora los jóvenes van en grupo y desconozco quién les explicará lo que es un natural y un derechazo, la diferencia entre una estocada en todo lo alto y un bajonazo infame, una vara bien puesta y otra trasera que destroza las vértebras del astado. ¿Dónde se forman? A lanzar almohadillas al ruedo se aprende enseguida, lo mismo que a aplaudir a Florito, gritar ¡bien! cuando tras el brindis la montera cae bocabajo, o pitar si el caballo de picar pisa la raya, todo eso se aprende de inmediato, enseguida, no hacen falta explicaciones, pero para ver al toro, comprender lo que acontece en el ruedo, apreciar una faena…
Durante 29 tardes hemos tenido la oportunidad de intentar enseñarles, formarles, mostrarles la joya que es la tauromaquia y lo que les hemos ofrecido son cervezas y gin tonics.
Sobre la marcha se me ocurren infinidad de actividades que se podrían haber llevado a cabo para dinamizar, entre la juventud, el aspecto cultural tras los festejos:
- Mostrar en las pantallas de los bares y pasillos faenas antiguas y videos didácticos sobre cómo ejecutar la suerte de varas, el segundo tercio y la suerte suprema.
- Paneles explicativos por los pasillos con fotos de diversas reses explicando las diferentes morfologías de los encastes, los variados pelajes, encornaduras…
- Que en alguna de las salas o patios un torero o novillero, con un capote y muleta, enseñara la forma de dar una verónica o un natural.
- En otra sala un sastre taurino podría haber explicado las vestimentas, telas y colores, o el rito de enfundarse el chispeante.
- En grupos muy limitados ofrecer una visita breve a algunos lugares icónicos de la plaza: la capilla, algún corral, el pasillo que conecta el ruedo con la enfermería, el palco real…
- La posibilidad, en grupos pequeños, de pisar el ruedo o el callejón.
- Colocar códigos QR en los pasillos con links a videos o tutoriales explicativos con información taurina.
- Ofrecer a los interesados apuntarse en un listado para visitar una ganadería.
Posiblemente sería necesario contar con algún recurso de personal para estas actividades, pero hablamos de cantidades mínimas comparadas con el gasto de personal de seguridad, vendedores, cantantes y músicos que han desfilado todas las tardes.
El que ha ido a la plaza solo a beber y no pensar en otra cosa, lo mismo que la gran cantidad de jóvenes que son buenos aficionados y se toman una copa, no deberían haber sido los principales destinatarios de estas actividades, ya que los primeros constituyen un “mercado” imposible de captar y los otros ya son defensores de “la causa”; no, esos no son los destinatarios en los que poner el foco, sino en la gran masa de jóvenes que se han acercado por primera vez, con curiosidad o simplemente indiferencia y que, dependiendo de lo que pudieran haber visto, se mostrarían interesados en repetir. Hemos perdido la oportunidad de iniciar el camino de hacer aficionados, y eso constituye un pecado de lesa tauromaquia.
Entiendo que alguien pueda pensar que por mucho que se ofrezcan alternativas “culturales”, los jóvenes que van a beber no las aprovecharán. Llegando a aceptar el argumento, por otra parte muy discutible, al fin y al cabo habríamos hecho lo que estaba en nuestras manos, lo habríamos intentado.
Respecto a quién le habría correspondido pensar y organizar esta oferta de actividades, y por ende, quien es el culpable de este desastre, pues no hace falta dar nombres…
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