La tarde en Manzanares de 1934 quebró algo en la literatura española y del colapso surgieron Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (García Lorca), Verte y no verte (Alberti) Citación-fatal (Miguel Hernández) La sangre derramada (Benjamín Péret) o Presencia de Ignacio Sánchez Mejías (Gerardo Diego) con las que el matador se convirtió en un hombre legendario, de los que funden almanaques. Antes había utilizado su condición de torero como trampolín para desarrollar el resto de inquietudes, completando una existencia canalla, de bon vivant.
Por Catón.
García Lorca lo inmortalizó en un poema. La mejor manera que un torero tiene de inmortalizarse es que lo mate un toro. A Ignacio lo mató uno, «Granadino» que le desgarró el muslo derecho.
A más de ser torero Sánchez Mejías fue poeta. Todos los toreros lo son. Cada una de sus faenas es un poema de vida y muerte. Pero el diestro sevillano alternó en la poesía con Federico, y además con Rafael Alberti, Gerardo Diego, Luis Cernuda. Se dice que él fue quien dio nombre a la llamada generación del 27.
Creo recordar unos versos que Sánchez Mejías dedicó a su pequeña hija:
Diez mil toros mataría
por quitarte una pena, niña mía.
Cien mil toros mataré
Para que nunca sepas lo que sé.
Me habría gustado conocer a Ignacio Sánchez Mejías.
Fue torero y fue poeta.
Eso es ser dos veces torero y dos veces poeta.
¡Hasta mañana!…
Publicado en el Diario de Torreón
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