Es de celebrar todos los agasajos que está recibiendo el diestro Vicente Ruíz El Soro en los últimos tiempos, algo que se ha ganado con creces, dentro y fuera de los ruedos. Recordemos que, El Soro es un hombre singular, un tipo que ha sabido luchar contra la adversidad con mayor énfasis que nadie en el mundo, solo equiparable a David Silveti si de infortunio hablamos. Claro que, para suerte nuestra, mientas a Silveti un día de la vida le faltó valor para seguir en el mundo, algo que entendimos los que le conocíamos, en estos momentos seguimos disfrutando de la presencia y esencia de El Soro, un hombre admirable, un torero de ley y un instrumentista de la trompeta como músico ejemplar.
Silveti y El Soro son dos historias paralelas; dos situaciones con un dramatismo sin límites de las que, la torería actual debería de tomar nota. No es un consuelo para nadie, pero sí un motivo de reflexión para todos aquellos que quieran ser toreros y deben de saber que, en un momento determinado, por un lance del destino pueden verse abocados a la situación que ambos diestros referidos sufrieron. No tengo los datos a manos pero, me cuesta mucho saber quién de los dos toreros a los que aludo pasó más veces por el quirófano; más que para curar cornadas, si para mitigar lesiones óseas gravísimas las que les abocaron al ostracismo humano. Y, en el caso de El Soro, hasta combatir un infarto y varias infecciones más, todas ellas las que le tuvieron al borde de la muerte.
Si contáramos los días con exactitud, tengo la seguridad de que llegaríamos a la conclusión que, ambos diestros pasaron más tiempo en los hospitales que dentro de las plazas de toros, no me cabe la menor duda, razón por la que la admiración hacia dichos toreros es inenarrable por parte de todos; el uno, en lo que a su memoria se refiere mientras que, al otro, en este caso a El Soro, por aquello de poder disfrutar de su presencia entre nosotros pese a tantas adversidades de las que, para su fortuna, se ha escapado de milagro, algo que ha confesado él en tantísimas ocasiones.
Es de recordar que, tras tantos años en el dique seco por las lesiones, El Soro, hasta tuvo el valor de reaparecer en los años 2014-2016, todo un hito que vivirá siempre dentro de su ser. No faltó quién dijo que El Soro cometió una locura con dicha reaparición y, puede que sea verdad, pero el diestro cumplió con su deseo que no era otro que volver a pisar la arena de la plaza de toros de Valencia y otros ruedos, a sabiendas de que sería la última vez que lo haría. Un éxito sin precedentes.
Silveti y El Soro, dos estilos antagónicos pero de idéntico calado entre sus respectivas aficiones puesto que, mientras en México Silveti logró el reconocimiento total hacia su figura por su arte inenarrable, hasta el punto de que se le conocía como El Rey David, El Soro era el diestro que llenaba las plazas por completo, posiblemente gracias a su heterodoxia pero, de igual modo, por su noble forma de enfrentarse a los toros en los que, por ejemplo, con las banderillas, alcanzó un rango insospechado, algo que Vicente sabia y que explotó como el gran filón que adornó su ser. Nadie sabe hasta dónde hubiera llegado El Soro de no haber sufrida aquella cruel lesión en Benidorm. Yo sí lo sé, se hubiera hecho multimillonario por la sencilla razón de que abarrotaba las plazas en las que pisaba.
Dos diestros, como digo, que son todo un ejemplo para la torería andante; dos hombres que en su momento fueron idolatrados por los aficionados; dos seres humanos que combatieron contra el destino por aquello de ser toreros; dos personajes dignos de mención a los que nadie puede olvidar. Como cuentan los aficionados mexicanos, Silveti sigue vivo en el corazón de cuantos le admiraron mientras que, El Soro, para dicha nuestra, nos sigue sorprendiendo cada día con sus acciones puesto que, pese a su falta de fuerzas, todavía le sobra coraje para asistir a los toros, viajar a México para conocer a su nieto y abrazar a tantos amigos como allí tiene, dar conferencias, presentar un programa taurino en una televisión y ser arte y parte en un programa radiofónico o seguir haciendo esos “solos” de trompeta con la que nos sigue cautivando.
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