Parece como si el argumento surgiera de una diabólica idea. Apostillar con tinta sangre, la biografía de Enrique Ponce, escrita por Andrés Amorós, ocurre en el momento que el libro ya impreso se colocaba en las vitrinas.
La cogida sufrida por Enrique Ponce en Valencia, aquella cuando el toro le hirió entrando a matar y que fue prendido en la axila con una cornada que “le llegó al cuello”, palabras del propio torero; y un acontecimiento que provocó fractura de la clavícula derecha pulverizándole los huesos que se convirtieron en un puzle, palabras del médico, piezas que hubo que reconstruir en el quirófano, pedazo a pedazo. Relato sangriento, y muy real, que lo saca de un aséptico tubo de ensayo en el que lo sumergen las redondeces idiomáticas del catedrático biógrafo y las palabras llanas por sinceras del propio maestro.
Es una narrativa que me recuerda las garzas blancas de mi tierra, las que en la infinita extensión de las sabanas apureñas cruzan pantanos sin que una sola pluma se corrompa con las aguas estancadas en los esteros.
Este libro que llegó a mis manos hace ya algunos años, y lo leí gracias a la generosidad de mi muy apreciado amigo Rafael Enrique Casal, antes de su partida, consciente el médico amigo, patriota integral que a Venezuela no nos llegan libros que no procedan de La Habana y mucho menos libros referente a la tauromaquia.
Este libro es un documento al que leyéndolo entre líneas, abre una puerta de escape hasta lograr penetrar silenciosamente a las grandes rivalidades que acicatean el temperamento del torero levantino. Escrito con una altura estética como se le exigiría a don Andrés Amorós, y salpicado con una sabrosa salsa de los caracoles escondida. Salsa con un picor más cónsono a uno de los escritos de don Antonio Díaz Cañabate en aquellos relatos del crítico costumbrista que llevaban fuego entre las líneas de la metáfora.
Escribo de memoria, parafraseando a Laureanito Vallenilla en su defensa al régimen de Pérez Jiménez, desde el exilio, y me remonto a un gran corresponsal de la guerra en Marruecos, Manuel Cháves Nogales, escritor y periodista que, sin ser aficionado a los toros, escribió la muy extensa y muy rica bibliografía taurina de Belmonte, el gran revolucionario. Me refiero al «Juan Belmonte Matador de Toros», 1935. Biografía en primera persona, descarnada y fantástica, del fenómeno trianero.Su vida en el nuevo mundo, mundo de pasiones, guerras y de toros.Cháves Nogales descubre en Belmonte al gran almirante de la fiesta en América. Juan en México con su Revolución y en Venezuela con su amigo el General Juan Vicente Gómez. Cháves Nogales y su experiencias en los frentes del Norte de África manejó con malabarismo redaccional aquellos relatos pletóricos de emoción, los que aún viven intensamente en su libro.
Otro escrito, éste atado a la inventiva del estilo de un genial relator,Paco Malgesto (Francisco Rubiales), la biografía del «Maestro de maestros», Fermín Espinosa “Armillita”.
Como en el escrito deAmorós, en el relato de Malgesto están los «porqués» de lo queBelmonte calificó como «el boicot del miedo». Tema espinoso, incluso en la distancia que marcan los años, sabiamente explotado y explicado por un gran periodista José Carlos Arévalo en un ejemplo de investigación en su libro «El secreto de Armillita». Título acertado, por noticioso, de quien ha sido un muy creativo periodista taurino.
Si Juan Belmonte, en el matador de toros de Chávez Nogales, nos mete en el intenso fragor de la historia americana, «El rey de los toreros», de Paco Aguado es contribución y justificación para la circunstancia orteguiana que «La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda». Aguado, desde la primera línea nos ata con «el hilo del toreo» que, como ocurre con la temporada española, nació oficialmente con una referencia de un echo ocurrido un Domingo de Resurrección, y en Sevilla.
Un ovillo que ha sido desenredado por José Alameda, a través de su bibliografía en «Al hilo del toreo». Caseta de peaje, la obra de Alameda,obra magnífica, por fundamental, que incluye «faenas maestras» como Los arquitectos, La pantorrilla, Evolución del toreo, Seguro azar, Los heterodoxos entre otros textos y relatos radiofónicos que no concluyen con Retrato inconcluso, todos sí acompañados por el ritmo de su verso, sustancia mágica de un espíritu único.
No he dudado en propagar, en cada oportunidad que se me ha presentado, que este «El rey de los toreros» de Aguado ha sido en lo personal la lectura más reveladora que he tenido en mi existencia como comunicador en el periodismo taurino. Ante mi se plantó como una columna, columna vertebral con vértebras de la que surgen lecciones ganaderas, empresariales, políticas, motivos para poder comprender el porqué de una Guerra Civil o de llegar a entender –no justificar-, la situación que hoy se vive en la Feria de Abril de Sevilla.
Aguado expone, para quien lo quiera ver, que sucede con la Real Maestranza y los herederos de Pagés y de Canorea.
Mario Vargas Llosa abre plaza en el libro «Enrique Ponce, un torero para la historia». La Esfera de los libros, 2013. Lo hace el Premio Nobel con un par de pinceladas, como para tantear al toro que han de lidiar Amorós y Ponce, mano a mano. El libro nace gracias a una inversión del propio Ponce; es decir, se trata de un libro «por encargo». Típico de monarcas y mandatario, y como es Ponce el que por décadas impera en el toreo le calza como anillo al dedo. Acto muy distinto a los que brevísimamente nos referimos como fundamentales en este artículo.
Por encargo hay miles, pero este en particular, insistimos, por haber sido apostillado con tinta sangre toma un matiz muy particular, muy distinto al encargo del otro «Joselito, el verdadero», según el titulo del libro editado por Espasa y escrito casi en silencio y sin aparecer en la marquesina de los teatros por nuestro admirado y muy apreciado Francisco Aguado.
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