Después de permanecer más 50 días hospitalizado en Querétaro
A la lamentable y triste muerte de Beto Preciado se suma, en este mismo lunes, la del ganadero José Roberto Gómez Canobbio, de la ganadería hierro de Teófilo Gómez, que murió hace apenas unos minutos en el Hospital San José de Querétaro, donde estuvo ingresado durante 50 días por Covid, según han confirmado fuentes cercanas a esta familia sanjuanera tan querida en esa ruta del toro bravo queretano, donde el rancho donde ondea la divisa azul celeste, blanco y plomo, era una parada obligada y hoy está de luto.
Y aunque en semanas recientes había superado la enfermedad con gran entereza, tras lidiar a diario con la muerte, hoy perdió esta batalla al sufrir diversas complicaciones de salud que terminaron con la vida de un hombre vehemente, apasionado del campo, del toro, de sus inseparables y alegres hermanos –Silvia y José Manuel– y del inolvidable recuerdo de su padre, el matador Teófilo Gómez que, con su carácter y su socarrona reciedumbre, le inculcó el placer del que Juan Pedro Domecq Solís llamó "el toro artista".
Porque polémicas aparte, José Roberto fue un convencido del toro de calidad; del toro criado para las figuras, pues ése era su concepto ganadero, según retomamos sus ideas de una entrevista que le hicimos para este portal el 20 de septiembre de 2012, y que bien merece la pena ver de nuevo para conocer más a fondo su forma de pensar.
José Roberto, nacido el 7 de diciembre de 1965, abogado de profesión –aunque eso no era lo suyo–, vivió muy de cerca la formación de la ganadería de su padre, por allá de 1982, hace casi 40 años, y estuvo pegado a Pepe Chafik, y otros colegas, de los que aprendió muy pronto con su acusada sensibilidad para elegir sementales, hacer sus tientas, disfrutar del toreo, del campo y de los amigos, en esas interminables labores camperas que tanto le gustaban, con toda la complejidad que ofrece un trabajo que se tomó muy en serio.
Defensor a ultranza del toro mexicano, del encaste Llaguno-San Mateo, y sus mejores derivados, fue siempre fiel a una forma de entender la genética y vivió y sufrió intensamente cada triunfo, cada fracaso, cada momento de alegría o de crítica hacia su trabajo. Pero ahí estaba en el campo, viviendo con los toros, al lado de ellos, todos los días por lo que, en dicho sentido, fue un feliz privilegiado.
Amigo de sus amigos, noble y generoso, ahí deja de tarea una labor importante en el campo, ahora que sus hermanos tendrá que seguir adelante no sólo en recuerdo de su inolvidable padre, sino también de un hermano que estuvo firme, al pie del cañón, delante de una ganadería con un concepto muy personal y, quizá, intransferible.
A Silvia y a José Manuel van estas líneas breves, en un momento de profundo dolor, con el deseo de que muy pronto encuentren resignación ante este designio que, como tantas cosas que han vivido, les viene de arriba. Descasa en paz, ganadero, y que María Victoria Fernández, tu esposa, y tus hijos, José Roberto y José Manuel, tengan a buen seguro que ya estás por ahí, hablando de toros con tu padre, mientras él fuma, reflexiona en voz alta y bebe café. Para ellos, nuestras más sentidas condolencias.
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