miércoles, 1 de septiembre de 2021

CAPÍTULO VEINTITRÉS DEL LIBRO GARFIAS, EL TORO DE MÉXICO: MANZANARES, EXPRESIÓN DE ARTE PURO por Víctor José López EL VITO



Capítulo Veintitres

MANZANARES

Expresión de Arte Puro


 

Inolvidable la tarde que en  Madrid José Mari Manzanares salió a hombros por la puerta grande, cuando realizó la grandiosa faena al toro Clarín de Manolo González. Aquel día el de Alicante rompió el veto al triunfo que perduró 15 años, tres lustros exactamente,  que no se producía semejante acontecimiento; abrir la Puerta Grande.

 Recuerdo que fuimos a la plaza en copañía de Manolo Escudero, y coincidomos en el tendido con el Maestro Fermín Espinosa “Armillita Chico”. Al doblar “Clarín”, tras la apoteosis manzanarista, el maestro comentó: -“Nunca imaginé se podía torear tan bonito”. 

Fue el 22 de mayo de 1978 la de aquella faena antológica, cuando se abrió la Puerta Grande de Madrid. Décima corrida de San Isidro, en el cartel su rival de toda la vida, El Niño de la Capea y Andrés Vázquez.




Temprano por la mañana la prensa develaba la hazaña. Ese día 23 recorté como un tesoro la reseña del gran cronista Suárez Guánes, que hablaba de una faena “inenarrable”. Todo lo ejecutado por José Mari fue perfecto -dice el relato- desde las verónicas iniciales, hasta la estocada final entrando despacio, llamando al toro con la voz, recreándose en la suerte. La manera de llevar al toro al caballo por chicuelinas y el quite posterior por gaoneras le hicieron encontrar un sitio con el capote, desconocido para él. Estos últimos lances fueron una réplica a unas valerosas chicuelinas del Niño de la Capea … Cundía por la plaza la emoción, el escalofrío de lo bello, el aroma de lo estático. Brillante tercio de banderillas ejecutado por esos dos grandes rehileteros que son Rafael Corbelle (descúbranse, señores) y Lorenzo “Pirri”. Al tomar Manzanares la muleta se palpaba la apoteosis. La faena fue un canto al arte de torear. Toreo armonioso, lento, pausado -recreándose en la obra bien hecha-, mayestático, templado, relajado, erguido. Todo sin mácula, sin esfuerzo.Naturales largos, eternos, pases de pecho meciéndose en el toro haciendo de cada uno una caricia, un embeleso, una carantoña. Era como un diálogo en el que toro y torero componían el más perfecto “quorum”. La primera parte del trasteo fue asombrosa, hubo hacia la mitad un ligerísimo bache y terminó como una gran sinfonía con el colofón del grupo escultórico formado por el nobilísimo animal que moría y el torero triunfante”.

Aquella tarde del triunfo manzanarista fue en mayo del 78, se le veía feliz cuando le llevaban en volandas por el ruedo y, sobre todo, cuando se abrió la puerta de Madrid, solemne donde las haya, y embocó por ella, sonriente, emocionado, saludando montera en mano. La plaza se rompía las manos de aplaudir. No toda: diversos sectores de aficionados protestaban del triunfalismo que se había desatado en el coso venteño. Y no les faltaba razón. 




Las dos orejas que cortó Manzanares, la salida a hombros por la puerta grande, no sólo premiaban una faena que incluyó momentos de inusual belleza junto a otros de innecesarios alivios con un toro inválido dulce como un bombón. Eran, a la vez, el desquite del público habitual de la isidrada, que convirtió a Manzanares en su torero emblemático y llevaba también 15 años esperando que diera motivos para justificar su irrenunciable militancia manzanarista.


Manzanares fue torero de Sevilla, aunque alicantino de nacimiento, sevillano de sentimiento. Su arte rindió a la afición de la Maestranza, aunque nunca abrió la Puerta del Príncipe, la puerta grande de la plaza del Baratillo. La única vez que salió a hombros de la Maestranza de Sevilla y que los maestrantes ordenaron se abriera la Puerta Grande fue cuando se retiró, fue la tarde de su  última fecha, y fueron los toreros, sus colegas admiradores quienes le sacaron a hombros. Manzanares tuvo más eco como figura del toreo en Madrid, ante la dura afición de la Monumental de Las Ventas a que sometió y convenció la tarde de “Clarín” de Manolo González, mucho más eco que con la afición de Sevilla a pesar de faenas con Fusilero de Carlos Núñez, Perezoso de Torrestrella, o de su competencia encendida y apasionante con Paquirri, El Niño de la Capea y Dámaso González. Toreros, figuras del toreo, con quienes formó un brillante cuarteto de toreros históricos.


Lo conocimos  a José Mari en la cercanía de la íntimidad de la amistad gracias a Alberto Alonso Belmonte. Un gran apoderado Belmonte, un taurino de excepción que conocimos en Aranjuez gracias a Manolo Cisneros en tarde de San Fernando y celebración de Fernando Jardón en Casa Pablo. Tarde  de apoteosis de Manzanares  sin darnos cuenta, en aquellos instante de la tarde castellana que aquel torero escribiría parte importante de la historia taurina de Venezuela, con toros de don Javier Garfias en tardes de competencia con rivales de su generación como Paquirri y El Capea y los mexicanos Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Mariando Ramos, este un gradioso torero que en España condujo Alberto Alonso Belmonte.


 

La noticia de la muerte de José Mari Manzanares llegó estruendosa, en medio del silencio de la mañana temprana de un martes, día de reunión en Los Amigos del Toro. Llegó, insolente y desquiciante, convertida en remolinillo de brisas encontradas. Lo hizo revoloteando sobre la hojarasca de los recuerdos.

Fue un torero grandioso, Manzanares. Fue de los artistas, los tocados por la varita de los duendes. Uno de esos seres que nació para ser torero. Más bien maestro del toreo. Figura para la historia, referencia permanente un personaje que llenó de arte y de torería su momento.

Alfredo Sadel, el cantor venezolano fue en Venezuela fue el primer "manzanarista", entre los aficionados entendidos. Una tarde, conversando de toros con "el tenor favorito", nos preguntaba quien era "ése Manzanares", anunciado para las corridas de la temporada de Caracas. Le contamos haberlo visto en Quintanar de la Orden, con una difícil y muy dura corrida del Conde de  Ruiseñada, y le expliqué  al ídolo de la canción el porqué nuestra admiración por el rubio alicantino, lo que el consideró una exageración.

Mi testimonio nació una tarde en Quintanar. Lo hizo en medio de la extensa meseta castellana, en un cartel que compartió cartel con el maestro Eloy Cavazos. A pesar de lo correoso de los toros del Conde de Ruiseñada, el sello de los elegidos afloró en la piel del alicantino. Estos dos grandes toreros, Manzanares y Cavazos se reivindicarían y borrarían las ofensas de los incrédulos la tarde histórica de los toros de Javier Garfias en la plaza Monumental México  cuando Cavazos le realizó estupendas faenas a «Curtidor» y «Mesonero» y José María Manzanares a «Gazpachero».

Su presentación en Caracas fue la tarde del 24 de octubre de 1975.fuela tarde del debut de José María Manzanares en Caracas. Tarde de toros caraqueña, tarde de temporada en el Nuevo Circo y con Pedro Gutiérrez Moya "El Capea" y Rafael Ponzo. Se lidiaron magníficos toros de don Javier Garfias. Magníficos para el torero de Alicante para el salmantino Pedro Gutiérrez, que además de cortarle las orejas a los Garfias marcaron el primero de los pasos que cubrieron un larguísimo camino por las plazas de Venezuela.

Fueron rivales genuinos y auténticos en los ruedos. Francisco Rivera "Paquirri" completó la terna del cartel de la época. Con los tres ases vivimos los venezolanos momentos históricos de la fiesta de los toros, alimentada por la rivalidad entre Paquirri y El Capea. 

Participaban Manolo Martínez por México junto a Eloy Cavazos y Venezuela representada por el gran Curro Girón. Y como en este libro exaltamos y recordamos los acontecimientos inolvidables de los maestros con toros de Garfias. Consideramos nolvidable aquella tarde en San Cristóbal, corrida de toros de Javier Garfías, cuajada de arte de Manzanares en faena preciosa a un gran toro de amelocotonada capa, con el que armó la marimorena. Luego de los honores recibidos en el ruedo con aclamación del público, el banderillero Rafael Corbelle, de la cuadrilla de Manzanares, retó a Pedro Gutiérrez con "el que venga atrás que arrée". El Capea recibió al toro en los medios, verónicas convertidas en adoquines en la construcción de la faena soñada, que remató el de Salamanca con soberbia estocada. Le concedieron el rabo a El Capea, en respuesta de las orejas de José Mari.

Era una época única e irrepetible en Venezuela, cuando Manzanares formaba parte de la tertulia de Cuchilleros en casa de los hermanos Pedro y Juan Campuzano. Cada martes se daban cita en la Esquina de Candilito maestros del toreo como Antoñete, Manolo Escudero, Juan Silveti y su hijo David Curro Girón.  Aquella fue una tertulia única en la historia taurina venezolana. Gracias al estímulo de los herrmanos Campunzano, Alberrto Ramírez Avendaño y Tobías Uribe se vivió una actividad reseñada con  permanente regularidad en Meridiano, el periódicos más taurino y de mayor circulación en Venezuela que apoyó la Fiesta de los toros como ningún otro medio lo ha hecho.

Todos estos acontecimientos se reseñaban cada semana y se publicaban los miércoles  en las páginas con el nombre de "Los amigos del toro". 

Un grupo convertido en peña taurina, reseñada en los Toros de Cossío y que al estilo de La Legua del Perú organizó temporadas de festivales con sus miembros aficionados prácticos en deversas plazas de Venezuela. Lo que provocó una gran actividad en tentaderos de ganaderías como Los Aranguez, Tarapío y Rancho Grande. Toreros muy importantes asistían junto a los aficionados a estos tentaderos, como fue el caso de Manolo Escudero, Antonio Chenel “Antoñete”, Pepe Cáceres, Tomás Campuzano, Curro Girón, Antonio José Galán, Paquirri y por supuesto Niño de la Capea y Manzanares cuya rivalidad  quemaba en las taquillas de las plazas quemando hasta desaparece el boletaje para la corrida.

 

Algo pasó con el intenso romance que se iniciaba entre la aficiónde la Plaza México y el fino sello de Manzanares, que en la tarde de su confirmación deslumbró con su faena a Gorrión, malograda con el estoque y aun así dio dos vueltas al ruedo. Toreó otras dos tardes sin gloria y con pena. Doce años después bordó-malogró a Gazpachero, de Javier Garfias. Sinfonía y escándalos. El 12 de junio de 1988 Cigarrera La Moderna, que patrocinaba a Eloy, dio en la Plaza México el mano a mano Cavazos-Manzanares y debut de la ganadería de Teófilo Gómez. Por fin acertó José Mari con la espada y se llevó las orejas del noble Vallartino, tras armonioso trasteo y nueva entrega del público.

En el Noticiero 24 horas, el experimentado Jacobo Zabludovsky le hizo a Manzanares una larga y amable entrevista en el estudio. No obstante tantas muestras de aprecio, a México, Manzanares volvería muy ocasionalmente. Artista de insuperable elegancia natural, excepto cuando en México le dio por ejecutar una chicuelina a la que alguien extasiado llamó alicantina, de manos tan bajas que limitaban el temple, volviendo acaramelada y efectista la suerte y olvidando que esta es la tierra de Silverio, la huella dejada por José Mari Manzanares en los ruedos del mundo, será un sólido referente que muchos han intentado e intentan emular... sin lograrlo.

Se ha ido un grande que con una pincelada era capaz de catequizar exigentes aficionados como lo hizo con Alfredo Sadel. Un grande del arte más exquisito que escribió con tinta de pasión su paso por Caracas, Mérida, San Cristóbal y muy en especial por Valencia, la plaza que le hizo suyo en honor a la expresión de su exquisito arte.





 

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