sábado, 7 de agosto de 2021

ELOGIO DE LO IMPOSIBLE Por Zabala de la Serna

  Morante, 

en el callejón sin salida 

de la podredumbre

 

La degeneración de los toros de Prieto de la Cal arruina la apuesta en solitario del torero de La Puebla, que no encuentra la salvación ni en un desfondado sobrero de Parladé que se echó.



Un tronco a la calesera de caballos castaños esperaba en la puerta del hotel Monasterio. La jardinera aparcada en la calle Virgen de los Milagros, tan propia para la gesta emprendida, despertaba la curiosidad de los conductores que frenaban la marcha a su altura. El sol se posaba ya con la inclinación de las siete de la tarde en el botijo. En el búcaro y en el esportón del techo se leía el nombre de Morante de la Puebla con tanta claridad como en la matrícula escrita a mano.

Los partidarios apuraban gin-tonics, güisquis y cafés en voz baja. Como si no quisieran quebrantar la calma del hotel del torero que se vestía despacio. Morante se ha ocupado de todos los detalles desde el anuncio de su apuesta con los seis toros de Prieto de la Cal. Desde desempolvar el cartel del desván de los recuerdos en consonancia con la Real Plaza del Puerto a hacerse un vestido de azul purísima como el cielo de la bahía. El gentío se volteaba sorprendido al paso de la imagen de otro siglo. La montera calada con el aire de los tiempos de Guerrita, y las hombreras caídas, y el corte de la chaquetilla. La ligereza de bordados respondía a la exigencia de la lidia de seis toros. José Antonio y su cuadrilla de siempre -Lili, Trujillo y Araujo- se bajaron de la jardinera con el gesto tenso. Un revuelo extraterrestre les precedía.

Hacía una semana que se había colgado el no hay billetes en las taquillas de la Real Plaza del Puerto. En la búsqueda de lo antiguo también estaba lo de Prieto de la Cal, el misterio de lo atávico allí encerrado. Que no se contrasta en una plaza también casi desde hace siglos, cuando se ancló su selección... De los siete jaboneros que Morante pretendía quedaron cinco y un negrito que no quería. A la hora exacta del paseíllo los tendidos se caían de júbilo y entusiasmo. Morante se desmonteró para escuchar el Himno de España, y volvió a saludar, ya roto el desfile, ante la cerrada ovación de aliento y agradecimiento. Luego se hizo el silencio.

Tardó en aparecer el primer veragua jabonero, causando la impaciencia del público. Cuando saltó a la arena mostró su anchura de sienes, sus bastos 585 kilos, su escaso poder y su leche agriada. Desde que salió buscó detrás de los capotes, se cruzó por delante, arrollando con esa cosa de los moruchos. Lili resultó atropellado en un par de ocasiones con torpe resolución, intacto por arte y gracia de la falta de potencia del funo. Trujillo pareó sobrado. Morante lo vio claro y salió con la espada de verdad. En lo poco que anduvo por la cara y sobre las piernas, lo quiso coger todas las veces. Despeñó al amargo buey con habilidosa estocada.

La gruesa bastedad también alcanzaba los pitones de único cinqueño del encierro. Que caminaba hacia los seis años. Morante quiso estirarse en una verónica: la arrancada por dentro y por la esclavina. A esa altura, por donde el embestía (sic), le esbozó un par de verónicas, tras un par de puyazos. Hubo un tercero... Joao Ferreira majó un par bueno y otro superior. Alguna esperanza reflotó con un ayudado por alto de empaque, y uno más que fue un cartel de toros. Ahí se paró el toro, desfondado de toda bravura. Esto quizá quienes jaleamos el gesto lo debíamos haber explicado más y mejor. Que a Prieto de la Cal no le embiste uno desde la época de Fernando VII. Pero primaba alentar un espectáculo diferente y cruzábamos los dedos en pos del milagro. Morante abrevió con un pinchazo sin soltar y una estocada en los blandos.

Las tres o cuatro verónicas de recibo al tercero desprendieron el cliché de las fotografías sepia de la Edad de Oro por su ejecución de brazos altos. Después el jabonero anunció su paupérrima fuerza. No salían los de Prieto de la Cal ni lo suficientemente malos como para dar pie a otra lidia, al otro espectáculo, a lo decimonónico. No había ninguna puerta de escape. En una hora Morante se había pasaportado tres toros sin desdibujarse.

En cuarto lugar venía el único negrito, de recogida cara. No entendía uno muy bien por qué los picadores de Morante explicitaban y gesticulaban tanto los puyazos. Como si volcasen su alma en ellos. Dormilón salió entre tundido y gateando de la primera vara. No había nada dentro. José Antonio el de Puebla, que había vuelto a tratar de estirarse a la verónica en los inicios, no dudó en pedir la espada de verdad de nuevo ante los topetones estériles. El personal ya se empezó a mosquear.

Y ya estalló definitivamente cuando el quinto evidenció impotencia en los cuartos traseros. El pañuelo verde, que sería por eso, digo yo, prendió las ilusiones por el hierro del sobrero: Parladé. Pero lo grave vino cuando su terciada presencia elevó los decibelios de los pitos, multiplicados por su falta de poder. El toro moderno -pese a su buena intención- tampoco enmendaba la plana al toro arcaico que ni siquiera llegaba a eso por su degeneración. ¡Quién dijo nada! El pupilo de Juan Pedro se echó después de un hermoso prólogo de faena.

El último jabonero fue más de lo mismo, la podredumbre de la degeneración, ese callejón sin salida donde no valen ni los recursos. El maestro de la Puebla trató de componer en vano el toreo clásico, cierto sabor sobre la nada. De nuevo la brevedad. En menos de 120 minutos se resolvió la escalada imposible de Morante. El elogio de ese espíritu queda como único consuelo. No para quienes despidieron la frustrada tarde con una sonora bronca.

FICHA

Real Plaza del Puerto. Sábado, 7 de agosto de 2021. Tercera de feria. Lleno de "no hay billetes" (al 50%). Toros de Prieto de la Cal, un cinqueño pasado (2), de basta presentación; sin poder, ni fuerza, ni fondo, ni bravura; un sobrero de Parladé (5º bis), desfondado y sin fuelle, se echó.

Morante de la Puebla, de azul purísima y oro Estocada habilidosa (silencio). En el segundo, pinchazo y estocada baja (silencio). En el tercero, pinchazo y estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo, estocada y descabello (silencio). En el quinto, pinchazo y media estocada (silencio). En el sexto, pinchazo y media estocada (bronca de despedida).

1 comentario:

  1. Pues qué triste. Pero Zabala es un hombre lúcido y justo, no desdice de la mágica -y hoy poética- postura de José Antonio. Ayer buscamos cómo leer esta crónica de El Mundo pero no se nos dio. Gracias por ponerla hoy.

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