Emilio de Justo cuaja un gran toro de Domingo Hernández en su reaparición y sale a hombros con el astro peruano y Juan Ortega, que deja pasajes memorables
La vida siempre guarda una sorpresa, un giro berlanguiano, un guiño surrealista. A un kilómetro de Brihuega (Guadalajara), un control de la Guardia Civil y Protección Civil obligaba a abandonar los coches, con indicaciones de aparcarlos en los arcenes o a la vera de unas naves industriales. El acceso al pueblo se había cerrado «para no colapsarlo». El Ayuntamiento colaboraba amablemente con la causa fletando unos microbuses donde subíamos como borregos, sin rechistar, ocupando todos los asientos y filas para ir a una plaza con el acceso restringido al 50% por las medidas sanitarias...
A esta maravillosa experiencia de debutar en Brihuega, en este mi primer viaje a la Alcarria, vino a sumarse otra primera vez: jamás había cubierto una corrida acreditado en un tendido de sol. Liquidado el boletaje en taquilla debía de ser el único hueco para mí y mi choferesa. No es negra como la de Don Camilo ni va uniformada, pero de vez en cuando me pregunta por unas gachas.
Para cuando Emilio de Justo había pasaportado al toro de su reaparición, afilado como un sable, más galgo que podenco, de ijares sobresalientes, B. y yo ya habíamos avistado una última fila en el palomar con más fijeza que el molesto animalito. Desde allí arriba, gozamos de la sombra y de Juan Ortega. Su torete, estrecho también como una regla, se fue centrando en la muleta y en el fino estilo de Ortega. Que le dibujó naturales y derechazos con suavidad. Sobre todos ellos, y sobre todas las cosas, la faena deslumbró por dos cierres maravillosos, los dos hacia tablas, uno ayudado por bajo y otro a dos manos por alto, aquella trinchera, este barrido del lomo. Y un muletazo andándole al toro para cuadrarlo en la muerte, como en una vuelta prendida en la muñeca, que sacó un ohhh admirativo entre oles de devoción. Del tejadillo del palomar se precipitaron golondrinas como vencejos de Sevilla. Una estocada fulminante en el rincón le puso en la mano una oreja aunque se pidieron dos con desbordado entusiasmo. Ésas se las dieron a Roca Rey.
De la brisa al huracán. Cuando el peruano sacude la melena un cresta se le despliega en la cabeza. Como un abanico de pavo real. Su garcigrande parecía que algo de pienso había conocido. Por su brío, por su modo de darse. Y también soltarse. La faena -ofrendada a su banderillero JJ Domínguez, resucitado de Vistalegre- comenzó de rodillas y se desarrolló sobre el eje de la ligazón. Esa vibración que unificaba las series y rendía los tendidos de piedra de La Muralla.
Del nuevo turno de Emilio de Justo brotó el toreo más compacto, reunido y hondo. Barquerito -de Domingo Hernández- embestía con el don, el ritmo y la profundidad de la veta sublime de la casa. Tres tremendas tandas de derechazos, atalonada y semienfrontilada la figura, hundieron los cimientos. Al natural aflojó la intensidad, no la calidad de Barquerito. De Justo por esa mano, despacio y empacado, sentía el pulso de lo bueno, acompañando más con el cuello que con la cintura. De hinojos regresó la rotundidad en su derecha; el toro aún contaba con ese fondo de excelencia. Un runrún de indulto, unos ayudados, una estocada monumental. Como sus pases de pecho. Y tres pañuelos asomaron en el palco: los dos blancos y el azul.
Juan Ortega dejó sobre el ruedo un reguero de verónicas memorables a un toro con carilla de cruasán. Y unos delantales hermosos. Y cinco o seis perlas -y un cambio de mano que es aún un alboroto- en una faena quizá demasiado larga, rematada con una estocada con premio.
Un toro directamente enano remataba la desigual corrida. De Brihuega o gachecito menor. Con tal cosa a Roca Rey sólo le faltó hacer el show de los Globetrotters y pasarse el garcichico entre las piernas botándolo. El personal cayó cautivado por las bernadinas cambiadas. Un bajonazo innoble, otro trofeo, tres en su esportón. Que lo izaron a hombros entre De Justo y Ortega. Del triunfo material al triunfo moral. A Roca todos lo días alguien le muerde los huevos. El viaje a la Alcarria tuvo final feliz.
FICHA
Plaza de toros de La Muralla. Domingo, 6 de junio de 2021. Toros de Garcigrande y Domingo Hernández, de desigual y terciada presentación, sólo 3 y 4 traían la dignidad y el remate en el porte; el 4 fue premiado con la vuelta en el arrastre.
Emilio de Justo, de grana y oro. Pinchazo, estocada atravesada y descabello (silencio). En el cuarto, estoconazo (dos orejas).
Juan Ortega, de verde botella y azabache. Estocada desprendida (oreja y petición). En el quinto, estocada (oreja).
Roca Rey, de azul marino y oro. Estocada atravesada y descabello (dos orejas). En el sexto, bajonazo (oreja y petición). Salió a hombros con De Justo y Ortega.
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