Toros, ¿Arte? Domingo Plaz
Seguramente Usted ha oído hablar de María Callas, legendaria cantante de ópera de mediados del siglo pasado. Quizá muchos habrán escuchado sus registros y se habrán maravillado, como yo, ante la fuerza expresiva de sus prodigiosas interpretaciones. Quizá alguno hasta llegó a verla personalmente.
Yo simplemente me encuentro entre la multitud de sus adoradores. María Callas interpretó un amplísimo repertorio. Algunos de sus roles son referencia obligada en el mundo de la ópera. Sin duda su Norma y su Tosca, por ejemplo, son roles con los que “la Callas” tocó el cielo y se encumbró en un trono al que difícilmente otra soprano pueda acceder. Muchos consideramos a la Callas como una enorme, excelsa artista. Otras sopranos han cantado esos mismos roles, pero a mi modo de ver, ninguna ha logrado la perfección que alcanza la Callas en esas interpretaciones. Me pregunto entonces, ¿Esas otras sopranos también son artistas? ¿Cualquiera que cante un aria de ópera será entonces, artista? La mayoría de las veces salimos del teatro y comentamos, por ejemplo, “el cantante cumplió, estuvo bien” …. Y ya.
Nunca más nos acordaremos de él o de ella. ¿En dónde se traza la línea que separa al artista del Bel Canto del noartista del Bel Canto? ¿Dónde, cómo, de la mano de quién aparece contadas veces en la ópera ese poder extático al que llamamos arte? Desde hace algunas décadas, en las artes plásticas, cada vez más se separa el concepto, de la ejecución. Así, un urinario de convierte en obra de arte por designio de un “artista” llamado Marcel Duchamp, o unas instrucciones del maestro Carlos Cruz Diez son transformadas por oficiales de su taller en un objeto que una vez firmado y generada su Certificación, comienza a ser considerado como una obra de arte. En el pasado la obra de arte estaba inseparablemente ligada al artista, quien era en todos los casos creador y ejecutor. No me imagino a Miguel Ángel dándole un boceto y un cincel a un ayudante para que esculpiera “La Pieta”, o a Claude Monet prestándole su pincel a su alumno para que pintara unos nenúfares.
Esos artistas plásticos eran artistas integrales.
Concepto y ejecución estaban unidos en un proceso creativo único e indivisible. ¿Por qué la Gioconda ocupa un lugar tan prominente dentro de la pintura universal? Hay millares de retratos de mujer, ejecutados por otros pintores. Cualquiera pudiera pintar el retrato de una mujer. ¿Produciría una obra de arte? Nuevamente, ¿Por dónde trazamos la línea divisoria entre el pintor-artista y el no-artista? Pudiéramos buscar paralelos en otras actividades generalmente incluidas dentro la categoría de “arte”; en la arquitectura, la literatura, la poesía, el teatro, el cine, por solo nombrar algunas y quizá llegaríamos a las mismas conclusiones. Muchas personas se pueden dedicar a lo que llamamos “las artes”, pero solo a muy pocas calificaríamos como “artistas”.
¿Dónde, cómo, de la mano de quién aparece ese poder extático al que llamamos arte? Nietzsche nos presenta un argumento muy interesante en su obra que titula “EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA del espíritu de la música”. Nietzsche buscaba demostrar que efectivamente la tragedia griega del Siglo V a.C., era una obra de arte y encontrar sus orígenes. Leí y releí esa obra varias veces, intentando precisar por qué me parecía tan sugerente y perturbadora. Se inicia con un intento por esclarecer la concepción griega del arte dentro de las categorías que manejaba magistralmente Nietzsche como catedrático de filología. Sus argumentos resonaban en mi espíritu que no había logrado dar respuesta “clara y distinta”, a las inquietudes y e interrogantes que intenté bosquejar en los ejemplos de los párrafos anteriores. A continuación, reproduzco algunos párrafos de su Primer Capítulo:
• “Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado, no solo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y lo dionisiaco, de modo similar a como la generación depende de la dualidad de los sexos ………”
• “Esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado del otro, casi siempre en abierta discordia y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella síntesis sobre la cuál, solo en apariencia tiende un puente la común palabra “arte” hasta que finalmente, por un milagroso acto metafísico de la “voluntad” helénica se muestran apareados entre sí y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisiaca y apolínea de la tragedia ática.”
• “….. imaginémonos esos dos instintos como los mundos artísticos separados del sueño y la embriaguez, entre los cuales fenómenos fisiológicos puede advertirse una antítesis correspondiente a la que se da entre lo apolíneo y lo dionisíaco” Para Nietszche el arte surge del apareamiento de dos impulsos, instintos, fuerzas, intuiciones; y no precisamente luego de un proceso racional, sino como una intuición. En otras palabras, el arte para Nietszche, no se razona; sino que se intuye, se padece.
• “En la vida suprema de la realidad onírica, tenemos, sin embargo, el sentimiento translúcido de su apariencia……. El hombre filosófico tiene incluso el presentimiento de que también por debajo de esa realidad en que nosotros vivimos y somos, yace oculta otra realidad del todo distinta, esto es, que también aquella es una apariencia……… La relación que el filósofo mantiene con la realidad de la existencia es la que el hombre sensible al arte mantiene con la realidad del sueño” Y ¿qué representaban para los griegos Apolo y Dioniso?
• Apolo….. “su ojo tiene que ser solar en conformidad con su origen……… se halla bañado de la solemnidad de la bella apariencia ….. y así podrá aplicarse a Apolo, lo que Schopenhauer dice del hombre cogido del Velo de Maya -Como sobre el mar embravecido, que, ilimitado por todos lados, levanta y abate rugiendo montañas de olas, un navegante está en una barca, confiando en la débil embarcación; así está tranquilo, en medio de un mundo de tormentos, el hombre individual, apoyado y confiado en el Principiun Individuationis- ……se podría designar a Apolo como la magnífica imagen divina del Principio de Individuación, por cuyos gestos y miradas nos hablan todo el placer y sabiduría de la apariencia, junto con su belleza”
• Dioniso …..“En ese mismo pasaje nos ha descrito Schopenhauer el enorme espanto que se apodera del ser humano cuando a éste le dejan súbitamente perplejo las formas de conocimiento de la apariencia, por parecer que el principio de la razón sufre, en alguna de sus configuraciones una excepción. Si a ese espanto le añadimos el éxtasis delicioso que, cuando se produce esa misma infracción del Principio de Individuación, asciende desde el fondo más íntimo del ser humano, y aún de la misma naturaleza, habremos echado una mirada a la esencia de lo dionisíaco a lo cual la analogía de la embriaguez es la que más se aproxima a nosotros …… por el influjo de la bebida narcótica de la que todos los hombres y pueblos originarios hablan con himnos, despertándose aquellas emociones dionisíacas en cuya intensificación, lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de sí” (resaltados y negrilla míos) Este hombre en su embarcación se siente en control de sí mismo como individuo, y seguro de saber cómo vincularse con su entorno. Un entorno ordenado, en armonía, apolíneamente medido. Pero de pronto llega la ola que rompe su plan, naufraga su embarcación y lo enfrenta al enigma de lo desconocido, de lo no controlado por sí mismo como individuo. Ese hombre en realidad no controla nada, está sujeto a la fuerza telúrica de la naturaleza de la cual él es parte. Debajo de ese mundo aparente que el buen hombre percibe a través de sus sentidos, yace toda una realidad que no solo desconoce por completo, sino que es absolutamente incompetente, inhábil de explicar. Por supuesto que N elabora una fascinante teoría del origen de la tragedia griega en los siguientes 24 capítulos de su magnífico libro. No entraremos en ello. Nos quedaremos con estos conceptos básicos a partir de los cuales construye su tesis y se los pediremos prestados para construir la nuestra. La tesis nietzscheana en relación con el nacimiento de la tragedia, considerada como arte, llamó mi atención y sentí que podía alumbrar en parte las inquietudes personales que señalaba al inicio. Me interesó explorar si mi experiencia personal ante el hecho artístico tenía eco en esas tesis nietzscheanas del arte ligado a la duplicidad de lo apolíneo y lo dionisíaco. Trataré de explicarme. Un cantante que no conoce los principios básicos de la música y que carece del instrumento educado para practicar su oficio, está de inicio abandonado por Apolo, y sin la presencia apolínea no habrá posibilidad de arte. En su ejercicio no habrá armonía, ritmo, métrica, mesura, balance, equilibrio…….. El arte no se hace presente allí. En cambio, un cantante que ha estudiado, que posee talento para la ejecución de su quehacer y que está dotado de un instrumento competente para tal fin, está, por el contrario, bendito por Apolo, será un buen cantante, alcanzará todas las notas armoniosamente, dulcemente, conforme a lo que se le precisa, a demanda de la partitura. Pero para llegar a ser considerado un artista, según Nietzsche, es necesario que, aunado a esos talentos, posea la fuerza expresiva que le permita transmutarse, convertirse en el personaje que debe representar y hacer que el espectador quede convencido de tal cometido. Nietzsche nos dice que para lograr eso, el cantante necesita salir de si, olvidarse de sí mismo y permitir que a través de él, fluyan emociones, que ya no serán solo suyas, del intérprete, sino también del personaje que representa. No como una diada cantante (individuo) -- personaje, sino como un único ser que se alegra, sufre o padece las vicisitudes de la situación que está viviendo. Pero Nietzsche va más allá. Para que el arte se haga presente, ese personaje, como los de las tragedias griegas, debe embriagar con su energía a toda su audiencia y hacerla participar de sus emociones. Solo de esta forma la audiencia podrá presenciar un bello espectáculo estéticamente apolíneo, envuelta a la vez en la embriaguez, el éxtasis, el embrujo, el arrobamiento, el hechizo dionisíaco; y cuando ocurre ese “apareamiento” de lo apolíneo con lo dionisíaco, es cuando se hace presente el “arte”.
Nietzsche me persuadió de que esa es la diferencia entre un buen cantante, quizá un gran cantante, y un arista. Yo he escuchado a algunos cantantes maravillosos; grandes voces, gran talento; pero muy pocos han tenido el poder para sacarme de mi mundo, de mi realidad, de mis límites y confundirme en una sola emoción con el padecer del personaje; hacerla mía y experimentar su sentimiento de amor, ira, frustración, alegría. Ese es el artista. Así, en una noche de inspiración de Plácido Domingo, en Otello en el Covent Garden, me encontré al final del Acto II en un rapto de ira y sed de venganza en el que Plácido logró hacerme parte de sus emociones. Su emoción era la mía; por momentos sentí que la orquesta, el director, los cantantes y todo el público era una sola unidad que vibraba al unísono en clave con las emociones de Otello. Apolo tenía control de muchas cosas; la orquesta bajo la batuta de Georg Solti producía una masa de música armoniosa, rítmica, ordenada, perfecta; toda la parafernalia de producción, vestuario, utilería, maquillaje operó a la perfección; un gran cantante hubiera realizado una excelente demostración de facultades, pero esa noche Plácido, con su colosal talento apolíneo, logró conectarnos con su emoción, que era la emoción de Dioniso, la emoción de eso Uno que formamos con el resto de la realidad, la emoción impuesta de una intuición embriagadora que nos arrastra hasta perder conciencia de si o de mí o de nosotros. En varias ocasiones durante la presentación del Anillo del Nibelungo en el teatro de la Staatsopper Berlín, bajo la batuta del Maestro Daniel Barenboim esa sensación se repitió, pero la expresión más elocuente de lo que intento explicar, ocurrió en la última escena de la última noche en la que sentí brotar lágrimas cuando la orquesta interpretaba, dentro de aquella ordenada confusión de múltiples leitmotifs, el motivo musical de la “redención por amor”. Por momentos no me sentí ni en el teatro, ni en Berlín, ni en este mundo; el maestro Baremboim me hizo levitar con su genial interpretación de esa maravillosa partitura. Pero allí comprobé que lo que me ocurría a mí, le ocurría a la mayoría del público presente, pues una vez que el maestro hubo bajado la batuta, se produjo un silencio sepulcral que duró muchos segundos, pareció una eternidad de recogimiento y reflexión; de regreso a tierra, de retorno a las coordenadas habituales de nuestra realidad fenoménica. Solo después de ese significativo silencio se produjo la interminable ovación como premio y homenaje de gratitud a los artistas que nos habían conducido a través de esa catarsis. Recientemente al principio de la pandemia, el Ministerio griego de Cultura presento de manera gratuita por televisión abierta mundial la tragedia Los Persas de Esquilo desde el Teatro de Epidauro. Yo no hablo griego. Tampoco soy conocedor profundo de los episodios históricos que allí refiere Esquilo. La presentación fue hablada en griego con subtítulos. No hubo música. Todo me era relativamente “alien”, pero allí estaban presentes Apolo y Dioniso (al fin y al cabo, era en su casa) haciendo posible que desde la pantalla de TV en mi casa me sintiera parte integral de las emociones que Esquilo quería hacer sentir a los espectadores; tal como Nietzsche lo comenta en su obra. Apolo y Dioniso estaban presentes para tender ese puente no racional que es el arte, y que depende “no solo a la intelección lógica, sino también de la seguridad inmediata de la intuición”
El 17 de abril de 1997, en la Maestranza de Sevilla, a sus 65 años, toreaba Curro Romero. Al faraón de Camas correspondía torear un toro de la ganadería de Torrestrella que era el segundo de su lote. Como solía hacer, lo recibió a pocos metros de las tablas; lo tanteó una vez por la derecha, una vez por la izquierda y entonces se presentó Dioniso, disfrazado de duende torero y se introdujo en el terno de Curro y en el alma de muchos espectadores que allí estábamos presentes, cuando el maestro comenzó a lancear por verónicas al noble y encastado animal, ganándole un par de pasos en cada lance.
Todo elegancia, todo torería, sin perder la verticalidad, moviendo la cintura en semicírculo atemperando la embestida el toro.
Tomando su pequeño capote con las manos bajas, barbilla encajada en el pecho, haciendo el toreo que solo Curro sabe hacer, con solera, sin un atisbo de exceso, solo los movimientos mínimos requeridos para parar, templar y mandar, cargando la suerte en cada pase y ligando una docena de verónicas hasta llegar a la boca de riego.
Dos medias y su característico desplante eternizado en el bronce que lo honra en el frente de la Maestranza.
El crítico Joaquín Vidal de El País en su columna del día siguiente concluyó que el toro había sido embrujado por el capote de Curro y había quedado en el centro del ruedo en estado de catarsis.
Yo no sé cuándo me puse de pie, en qué momento se puso de pie toda la plaza, no pude gritar ni un OLE. Yo no estaba en el tendido. Yo era parte de aquel terremoto que súbitamente removió la plaza hasta sus cimientos.
De manera más que inusual, la banda de música acompañó a Curro a partir de la mitad de su tanda de verónicas y hasta su saludo ante la ovación y locura de los tendidos. Cuando Esperanza Aguirre, la Ministra de Cultura y Deporte impuso a Curro Romero la medalla al Mérito de las Bellas Artes en al año 1997, expresó lo siguiente: “el que diga que la tauromaquia no es un arte, es porque no ha visto torear a Curro Romero”.
Chapeau. Los invito a analizar la tauromaquia a través de las categorías que utiliza Nietzsche en sus concepciones en torno a la tragedia griega. Creo que muchos coincidiremos en que el toro bravo es un animal de gran belleza; un animal proporcionado, fuerte, de estructura y morfología balanceada, equilibrada; el diseño de su cuerpo es estética y mecánicamente perfecto, su musculatura desarrollada a niveles atléticos para pruebas de alta competencia. Un diseño de Apolo llevado a la realidad por la naturaleza y por los conocimientos, el amor y la buena diligencia de los señores ganaderos. Un Partenón hecho fiera. Su andar es armonioso, cadencioso, su galopar acompasado y rítmico, y su embestida letal, violenta, pero además precisa, justa, cabal, capaz de transmitir a la punta del pitón toda la fuerza y poder de su masiva musculatura, respondiendo a un instinto defensivo natural; animal, brutal, fiero; un impulso incontrolado que brota de su naturaleza, de esa realidad subyacente de la que todos somos parte y que es el reino de Dioniso. El toro de lidia es un animal único. Una naturaleza dionisíaca delimitada por formas apolíneas. Imaginemos un espectáculo taurino sin toreros. Sale el toro del toril, da vueltas al ruedo, camina, galopa, en un sentido y en el otro, mira al público, da vueltas, hace cabriolas, quizá remata contra los burladeros y al cabo del rato, salen los cabestros (…y Florito) y se llevan al animal. Luego sale el segundo toro, y lo mismo, …. y así hasta el sexto. Sería un espectáculo bastante insípido, soso. Vayamos ahora a otro espectáculo taurino en el que haya toreros y no toros. Se hace el paseíllo con toda su música, garbo, elegancia, donosura y belleza. Los toreros bellamente trajeados en vestidos que Apolo aprobaría de buen grado comienzan a salir al ruedo y ejecutan todas las suertes de capa y muleta, etc, ………. sin toros.
Como un espectáculo de toreo de salón-ballet. Pienso que sería sin duda muy bello. Toda la destreza del torero con sus instrumentos de lidia, en una tarde de sol, sobre el albero, en el escenario de una bella plaza de toros, un ambiente de alegría, música, en fin, todo lo necesario para convertir la tarde en una experiencia estética altamente satisfactoria. Salen al ruedo los toreros uno tras otro y al cabo de seis salidas, el público se marcha. Vayamos más allá y presenciemos una corrida de toros en la que el toro no es animal, sino una máquina perfectamente programada con todos los adelantos de la inteligencia artificial para que se comportase como un toro de lidia, pero sin cornear al torero.
Al primer contacto de su cornamenta con el torero, la máquina se queda estática. Sin peligro para torero y por supuesto, para el toro, pues no habría muerte sino un medidor colocado en el hoyo de las agujas y que calificaría la estocada del 1 al 10. Una vez ejecutada la suerte, una pizarra electrónica informa la calificación de la estocada en función del punto de ingreso, fuerza, colocación, dirección, etc. Y el toro-máquina es reseteado para el próximo matador (o como se le llame, ya que ahora en realidad, no mata). Sueño de los antitaurinos. Habría corridas de estas hasta en la Generalitat. Personalmente yo hubiera ido una vez a cada uno de los espectáculos descritos y creo que me hubiera aburrido de lo lindo. En ellos no hay emoción, turbación, conmoción, angustia. En una corrida de toros en la que suprimimos el riesgo del matador y la muerte del toro; es innegable, incluso para el más antitaurino, que el espectáculo que se presencia considerado en un sentido meramente estético es maravilloso, alucinante, con un contenido de armonía y belleza indiscutible. En nuestras corridas de toros, el torero con sus habilidades, su valor, prudencia, cordura, sabiduría, conocimiento geométrico de su oficio realiza una labor absolutamente apolínea dentro del ruedo. Aquel toro de apolínea belleza de pronto arranca en una fiera embestida que debe ser manejada competentemente por el diestro, quien debe conocer su oficio lo suficientemente bien como para engañar al toro en su acometida y conducirlo a los terrenos que desea, pero no de cualquier manera, debe pararlo, templarlo y mandar, debe cargar la suerte y ligar una faena que desde un inicio ha pre-estructurado en su mente, según ha visto el comportamiento del animal y analizado su posible juego. En cada pase la mesura apolínea del torero se encuentra con la embestida dionisiaca de la naturaleza con toda su fuerza; y en ese encuentro, justo en ese encuentro que dura apenas instantes surge el arte. Ese arte efímero que solo pueden apreciar los presentes y solo en ese instante. No se repetirá. Nunca. Ver una corrida en diferido desde la comodidad de nuestra butaca puede ser que nos transmita el componente apolíneo de la acción. Dioniso no se hará presente. Dioniso y su fuerza telúrica, nos abre la puerta en cada pase a las profundidades de los infiernos del Dante. Cada lance pone a riesgo la vida del torero, cada embestida recuerda la manida expresión taurina: “se está jugando la vida”; cada lance es la posibilidad de triunfo o de fracaso, de conquista o de muerte para el diestro, es su oportunidad de crear una obra de arte, su oportunidad de dejar de ser un individuo separado del publico espectador para juntarse con él a través de la emoción que genera la apolínea conducción de una colosal fuerza bruta, por terrenos seguros utilizando para ello, unas pocas herramientas, su talento, su formación y la inspiración que brota de su naturaleza sin pasar los su razón.
Es el ARTE de los toros. Toro, torero y espectador logran el milagro de experimentar la embriaguez de Dioniso presente en cada lance, y solo en esos instantes.
No más. Nunca más.
Parafraseando a Nietzche, pudiéramos decir que, en una tarde de toros, el torero artista es estimulado hasta la intensificación máxima de sus capacidades simbólicas; algo jamás sentido aspira exteriorizarse, la unidad con el genio de la especie, más aún, de la naturaleza. Ahora la esencia de la naturaleza debe expresarse simbólicamente; es necesario un nuevo mundo de símbolos: los lances con los que el torero borda el prodigio de una obra de arte efímero, un arte que en su embriaguez dice la verdad. El arte nos trae el bálsamo sanador; solo él tiene el poder de transmutar el sacrificio en imágenes que ayudan a soportar la vida, estas imágenes que nos trae el arte dionisíaco son lo sublime, donde el arte doma y sojuzga la horrible presencia de la muerte, con lo que nos libra de la repulsión de lo absurdo. De acuerdo con este conocimiento, hemos de concebir la corrida de toros como un coro dionisíaco de dos corifeos; torero y toro, que una y otra vez se descargan en un mundo apolíneo de imágenes; esos lances que embriagan de emoción al espectador y lo transportan al olvido de sí Pero no nos equivoquemos. No todo el que se para frente a un toro y le da varios pases de acuerdo con las normas del oficio es un artista. Hay de todo en la viña del Señor. Cada aficionado encuentra sus artistas y probablemente en ello nunca estaremos de acuerdo, gracias a Dios. Seguramente todos tenemos algún torero o toreros a los que seguimos con interés por donde quiera que podemos y otros a los que no vamos a ver ni que nos regalen la entrada; incluso si respetamos su quehacer profesional. En una oportunidad, un muy querido amigo sevillano, ya fallecido, me preguntó lo que más había disfrutado de la corrida que habíamos presenciado juntos esa tarde en Sevilla, en la que se habían cortado 3 orejas y le respondí: “…pues la media verónica de XXXXXXX al final de la segunda tanda de su primer toro” y me respondió: “A mi igual” (Por cierto XXXXXXX había salido de la plaza en medio de insultos de sus partidarios). En esa media verónica se alinearon las infinitas circunstancias que influyen en la ejecución de un lance, para que fuera simplemente PERFECCIÓN, arte del bueno en su más sublime expresión, frasco de esencias, la potencia dionisíaca brutal del apolíneo animal conducida por la destreza apolínea del diestro movido por una armonía, un quejío, como aquel que García Lorca atribuye a Pastora Pavón, una Niña de los Peines poseída por el duende del cante flamenco en una taberna de Cádiz y que magistralmente nos describe en “Teoría y duende del Cante flamenco”
*. Ese instante, esos segundos tuve el privilegio de presenciar una creación artística. Hoy a más de dos décadas de aquella tarde, recuerdo esa media y ese torero; ese momento de éxtasis, suspensión del tiempo, embriaguez, plenitud. Por eso hablan de toreros que paran los relojes, que detienen el tiempo. Es cierto. De los que cortaron las orejas, no recuerdo ni sus nombres.
* Fragmento de Teoría y Duende del Cante Flamenco Una vez, la «cantaora» andaluza Pastora Pavón, La niña de los peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados. Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: «¿Cómo no trabajas?»; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: «¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?». Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: «¡Viva París!», como diciendo. «Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa». Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos, cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara. La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y como cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni. Por años he estado atento a tropezarme en algún libro de toros o vinculado a los toros con una argumentación que diera un marco teórico a lo que desde hace años he sabido porque lo he sentido, a saber:
- Los toros son un ARTE. Además, una de las pocas expresiones de arte efímero que sobrevive en nuestros días. No lo he encontrado. Las tauromaquias que conozco, desde Pepe Hillo hasta José Tomás, pasando por Montes, Guerra, Joselito, Belmonte, Manolete, Ortega, Ordoñez……. así como alguna literatura taurina de García Lorca, Hemingway, Corrochano, Ortega, Pérez de Ayala, Bergamín, Cossío, DiazCañabate, Blasco Ibáñez, Gómez de la Serna, Valle Inclán, Celá……… , dan por cierto y por tanto de innecesaria demostración que los toros son un arte y de allí parte cualquiera de sus exposiciones, experiencias o interpretaciones. No he podido encontrar en ninguna de esa literatura respuesta a la pregunta: ¿Los toros son un arte? Quizá esta modesta presentación anime a su lector a presentar una más sólida argumentación que dé respuesta a la pregunta, me parece que pudiera ser de algún valor para la cruzada que libramos contra el antitaurinísmo, que hoy disfruta de una falsa superioridad moral, como muchas de las ideas del llamado progresismo que nos acosa. Abril 2021
Excelentísimo escrito. Medular. Imprescindible en estos momentos en que a veces las defensas son peores o más pobres que los ataques. ¡Gracias!
ResponderEliminarGracias Iván por tu generoso comentario. Se te quiere por aquí!!
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